Habían abierto las puertas del infierno

En el Búnker Secreto Bajo los Alpes Suizos -

La admisión de Lord Ashworth sobre el éxito inicial de la facción "joven" en romper las cadenas del control financiero había dejado a Tanaka y Herrera con una mezcla de validación tardía y un amargo arrepentimiento por sus desastrosas escaladas posteriores. Pero Ashworth no había terminado. Su mirada pálida se volvió más fría, más penetrante, como si estuviera a punto de desvelar un secreto aún más profundo y guardado con mayor celo.

"Cuando hablo del 'Ojo del Caos' que ustedes perturbaron en vuestras monedas y en la psique financiera global," dijo Ashworth, su voz bajando a un tono casi reverencial, aunque teñido de una inquietud palpable, "me temo que mi metáfora, o la interpretación superficial que todos hemos manejado, se quedó lamentablemente corta, caballeros. No hablaba simplemente del valor fluctuante del dinero, ni de la riqueza efímera, ni siquiera de la compleja red de dependencia económica que hemos tejido durante siglos."

Hizo una pausa, y el silencio en el búnker se volvió tan denso que se podía cortar. Incluso los Ancianos más estoicos parecían contener la respiración.

"Hablaba," continuó Ashworth, "de algo mucho más... fundamental. De una Entidad. Una presencia oculta bajo las sombras más profundas del poder humano desde que nuestros ancestros más lejanos decidieron por primera vez que un hombre debía gobernar sobre otro, que un grupo debía dictar el destino de muchos." Su mirada recorrió lentamente a cada miembro del consejo. "Me refiero, por supuesto, al verdadero Ojo que Todo lo Ve. La Entidad Inmutable que ha susurrado – y a veces, rugido – las leyes y los principios de Orden que la humanidad debía seguir, conscientemente o no, en cada diferente era de vuestra civilización."

Un escalofrío recorrió la sala, a pesar del ambiente climatizado. Este no era un concepto abstracto; Ashworth hablaba de un ser real, de un poder director.

"Desde las primeras tablillas de leyes en la antigua Sumeria, pasando por los edictos imperiales de Roma, los cánones eclesiásticos de la Edad Media, las constituciones 'ilustradas' de las revoluciones, hasta los complejos algoritmos que hoy dictan el flujo de información y capital en vuestro mundo digital," explicó Ashworth, "esa Entidad ha sido la arquitecta silenciosa, la influencia constante. Un Orden particular, sí, a menudo duro, a menudo incomprensible en sus designios a largo plazo para las mentes mortales, pero un Orden que, a su manera, garantizaba una cierta... estabilidad predecible dentro del caos inherente a vuestra especie. Un Orden que nos permitió a nosotros, a nuestras familias a través de las generaciones, navegar las corrientes de la historia, guiar a la humanidad y prosperar, siempre bajo Su invisible pero omnipresente mirada."

"Lo que vuestro tan cacareado 'cambio en la consciencia humana' realmente logró," dijo Ashworth, mirando directamente a Tanaka y Herrera con una intensidad helada, "lo que tanto nos alarmó y nos llevó a nosotros, la Vieja Guardia, a contemplar medidas extremas, no fue simplemente una disrupción financiera o una rebelión ideológica. Fue algo mucho más profundo, mucho más peligroso. Estaban, sin comprender del todo la magnitud de vuestra transgresión, desconectando a la humanidad de la influencia psíquica de ese Ojo Primordial. Estaban, con vuestras filosofías de 'soberanía individual' y 'despertar de la conciencia', rompiendo las cadenas sutiles de obediencia mental, los patrones de pensamiento impuestos que habían mantenido a la humanidad... en línea... durante milenios bajo Su directriz."

"El Ojo comenzó a parpadear, a cerrarse para muchos," continuó Ashworth. "O más bien, la humanidad, embriagada con vuestras nuevas libertades de pensamiento, comenzó a volverse ciega y sorda a su influencia sutil pero persistente. Y eso, para nosotros, que habíamos aprendido no solo a vivir bajo ese Orden Mayor, sino a interpretarlo e incluso a influir sutilmente en sus manifestaciones terrenales para nuestro beneficio mutuo y el de la estabilidad global que garantizaba... eso era una catástrofe de proporciones inimaginables. Un vacío de poder cósmico."

El Barón Von Hess, hasta entonces silencioso, asintió con una gravedad sepulcral. "Si el Orden del Ojo se desvanecía," su voz era un susurro áspero, "si la humanidad se liberaba de esa antigua directriz solo para caer en el caos anárquico de la 'libertad de expresión sin restricciones' y la 'soberanía individual absoluta' que vosotros, idealistas, predicabais, el vacío de poder resultante sería... insostenible. La civilización misma se desmoronaría en una guerra de todos contra todos. Necesitábamos una crisis. Una amenaza tan vasta, tan primordial, que la humanidad, aterrorizada, volviera a clamar por orden, por guía, por un yugo familiar, aunque fuera el de un dios loco que pudiéramos, creímos ingenuamente, intentar dirigir."

Y así," confesó Ashworth, su rostro una máscara de impasibilidad que apenas ocultaba la enormidad de su admisión, "recurrimos a los ritos más oscuros y prohibidos, a la Magia Roja de la que nuestros antepasados más depravados y ambiciosos hablaban en susurros y grimorios encadenados. En lugares olvidados por el tiempo, bajo lunas de sangre y alineaciones estelares impías, con el conocimiento que nuestras familias han acumulado y guardado celosamente durante siglos, ofrecimos la esencia más pura y potente que este planeta puede dar cuando se toma en el terror y la inocencia: la sangre de mujeres vírgenes, su vitalidad y su espíritu inmaculado unidas en un faro olfativo y psíquico para las entidades que duermen en el abismo."

La crudeza de la confesión heló la sangre de los miembros más jóvenes. Incluso algunos de los Ancianos se removieron incómodos.

"Fue a través del aroma de esa sangre consagrada y sacrificada en rituales que harían palidecer a vuestros más oscuros inquisidores," concluyó Ashworth, sin un atisbo de remordimiento en su voz, "que el Durmiente Profundo, Cthulhu, finalmente agitó sus pesadillas insondables y abrió un ojo somnoliento hacia vuestro mundo."

El búnker se sumió en un silencio aún más denso y aterrador que antes. Las Trece Familias, en su intento desesperado por reemplazar un Orden cósmico perdido con otro que creían poder controlar, habían invitado a la aniquilación. Habían abierto las puertas del infierno, no por accidente, sino con una intención fría, calculada y terriblemente humana.