En las Profundidades de la Tierra Hueca (Presenciado/Conectado desde Cancún)
El aire en la caverna de la Tierra Hueca donde Enlil, el Comandante Anunnaki, había buscado un respiro, era gélido y olía a ozono y a la sangre oscura de entidades desconocidas. Su armadura de batalla Anunnaki, una vez un testamento de poderío y tecnología insuperable, estaba abollada, rota en varios puntos, y manchada con su propia sangre dorada y el ichor alienígena de sus enemigos. Se agarraba el pecho, donde una herida psíquica o energética infligida por los Netlin Luciferinos o un engendro de Cthulhu le causaba un dolor agudo y debilitante. Cada respiración era un esfuerzo.
La batalla había sido una carnicería. Su intento de una ofensiva directa, un golpe audaz contra las fuerzas combinadas del Primigenio y sus nuevos aliados Netlin, había resultado en un desastre. Había subestimado la sinergia de su impía alianza, la forma en que la locura de Cthulhu alimentaba la fría y metódica aniquilación de los Luciferinos. Sus legiones Anunnaki, lo que quedaba de ellas tras la traición de Nyx y las primeras escaramuzas, habían sido destrozadas. Él mismo había escapado por poco, su orgullo hecho añicos junto con su armadura.
De pronto, un sonido. El leve crujido de una piedra suelta, el eco de un movimiento en la vasta y silenciosa caverna. Enlil se tensó al instante, sus instintos de guerrero milenario gritando peligro a pesar de su agotamiento. Su mano fue instintivamente hacia el arma de energía que aún colgaba de su cinturón, pero sus dedos estaban entumecidos.
¿Más de ellos? pensó, una oleada de fría desesperación mezclada con una furia impotente recorriéndolo. ¿Los engendros tentaculados del Vacío? ¿O esos traidores Netlin, con sus sonrisas de fría superioridad y sus lanzas de luz oscura? No... no me queda fuerza para otro enfrentamiento... pero no caeré sin llevarme a algunos conmigo. Una chispa de su antigua arrogancia y ferocidad brilló en sus ojos dorados. Se preparó para lo peor, esperando la aparición de alguna pesadilla cósmica.
Una figura emergió de la penumbra fosforescente de la caverna. Enlil entrecerró los ojos, su visión nublada por el dolor. Era alta, con el brillo dorado familiar de su propia raza.
"¡Enlil!" La voz era inconfundible, cargada de una urgencia y una preocupación que Enlil no había escuchado en su hermano en incontables eras.
Enki se materializó completamente, moviéndose con una rapidez que desmentía la cautela habitual de un científico. Su rostro, normalmente una máscara de control Anunnaki, estaba contraído por la ansiedad. Corrió hacia su hermano, sus ojos dorados escaneando las heridas de Enlil.
"Enki...?" La voz de Enlil fue un áspero susurro de incredulidad. Ver a su hermano, el erudito, el manipulador sutil, aquí, en este infierno subterráneo, era la última cosa que esperaba. "¿Tú... aquí? ¿Cómo...?"
"Hermano, recibí tu... tu llamado de angustia," dijo Enki, arrodillándose a su lado, su mano extendiéndose instintivamente para evaluar la herida en el pecho de Enlil, aunque se detuvo antes de tocar. "Tu señal de vida se debilitaba. Temí lo peor. Las fuerzas de Cthulhu y los Luciferinos... ¿te encontraron?"
Detrás de Enki, otra figura emergió de las sombras, más silenciosa, casi etérea. Era Kael'Thara, el Lireano, su piel nacarada brillando débilmente en la penumbra, sus grandes ojos oscuros fijos en Enlil con una mezcla de cautela y una extraña compasión. Llevaba en sus manos un dispositivo Lireano que emitía un suave zumbido, probablemente un escáner o un estabilizador médico.
Enlil, incluso en su estado debilitado, reconoció al alienígena. "Un... ¿un Lireano?" jadeó, una mueca de dolor y amarga ironía cruzando sus labios. "¿Contigo, Enki? Los tiempos son verdaderamente desesperados si los hijos de Anu buscan la compañía de los fantasmas de Lira. ¿Vienen a presenciar la caída del último de los 'dioses' autoimpuestos de Terra?" Su orgullo, aunque herido, aún ardía.
"No hemos venido a presenciar caídas, Comandante Enlil," dijo Kael'Thara, su voz una serie de tonos resonantes que el dispositivo de Enki traducía instantáneamente. "Hemos venido porque la lucha contra el Devorador y sus heraldos de la Luz Fría es una causa que ahora, trágicamente, nos une a todos. Tu hermano nos informó de vuestra valiente, aunque quizás... imprudente, ofensiva en solitario. Creímos que podríais necesitar apoyo, o al menos, extracción."
Enki asintió, su mirada fija en la herida de Enlil. "Hermano, tras tu llamado desesperado a la unidad, y con la información proporcionada por los Lireanos y la creciente amenaza sobre la superficie, el consejo en Cancún tomó una decisión. Audaz. Peligrosa. Nos dirigimos aquí, a la Tierra Hueca, tal como Kael'Thara y su pueblo sugirieron, para llevar la guerra directamente a las manifestaciones del Primigenio, para encontrar un nexo, una debilidad. Te buscábamos."
Enlil lo miró, procesando las palabras. Su súplica... la habían escuchado. Habían venido. A pesar de todo el odio, de todas las rivalidades, de los eones de conflicto entre ellos, Enki había venido. Y no solo él, sino con estos extraños aliados de la superficie, motivados por un plan casi suicida.
Una tos convulsa sacudió el cuerpo de Enlil, y una gota de sangre dorada Anunnaki manchó sus labios. "El enfrentamiento... fue... una masacre," logró decir, su voz apenas un hilo. "Su poder combinado... la locura de Cthulhu, la fría y metódica aniquilación de los Netlin Luciferinos... Nyx y su Dragón del Caos apenas si los retrasaron antes de ser... neutralizados ellos mismos. Mis legiones... lo que quedaba de ellas... se rompieron como cristal contra un muro de obsidiana." Miró a Enki con una nueva, cruda y desesperada humildad que nunca antes había mostrado. "Tenías razón, hermano. Sobre muchas cosas. Subestimé la profundidad de su traición... y sobreestimé mi propia fuerza para enfrentarlos solo."
El Comandante Anunnaki, el orgulloso guerrero, el implacable ejecutor de la voluntad de Anu, estaba roto, pero quizás, solo quizás, en esa ruptura, una nueva y desesperada forma de unidad podría comenzar a forjarse en las profundidades más oscuras de la Tierra.