Un cofre de Secretos

Ki'Gal, Ciudadela Anunnaki en la Tierra Hueca 

La llegada a Ki'Gal, la ciudadela secreta de Enlil en el corazón de la Tierra Hueca, había sido un asalto a los sentidos. Tras la penosa travesía por el mar subterráneo y el cruce del portal en el domo de hielo, el contraste con el mundo interior era absoluto. Ahora, la prioridad inmediata era Enlil.

Su hermano Enki y el Lireano Kael'Thara lo ayudaron a llegar a una estructura que brillaba con una luz interna, una especie de hospital o centro de sanación Anunnaki. El interior era prístino, con tecnología que parecía orgánica y cristalina a la vez. Seres Anunnaki vestidos con túnicas de un blanco resplandeciente, con rostros serenos y ojos dorados llenos de una calma eficiente, se movieron con rapidez al ver a su Comandante.

Depositaron a Enlil en una especie de lecho flotante que se amoldó a su cuerpo. Rayos de luz de colores suaves barrieron sus heridas, y un zumbido armónico llenó la sala, aliviando visiblemente el dolor del guerrero Anunnaki. "Atendedlo con la máxima diligencia," ordenó Enki a los sanadores, quienes asintieron con profunda reverencia.

Una vez que Enlil estuvo estabilizado, aunque aún claramente debilitado, fijó su mirada dorada en Enki. "Hermano," dijo, su voz más fuerte ahora, pero aún con un rastro de la batalla. "No podemos perder tiempo. Ve al Kúr'Gal, nuestro palacio principal, la ciudadela del conocimiento. Revisa los anales primarios, los registros de la Primera Llegada. Busca... cualquier precedente, cualquier debilidad olvidada de los Primigenios o de esos traidores Netlin que nuestra propia y larga historia pueda revelar." Hizo un gesto hacia Merlín y Aria, quienes, junto con Quetzal y Kael'Thara, habían sido traídos a Ki'Gal por orden de Enlil, quizás como una muestra de su nuevo y desesperado pragmatismo, o para impresionarlos con su poder oculto. "Llévalos contigo. Sus perspectivas... diferentes... podrían ser de utilidad. O al menos, que vean la verdadera magnitud de la herencia Anunnaki que Enlil protege."

Enki asintió, una mezcla de sorpresa por la inusual confianza de su hermano y la urgencia de la misión en sus ojos. Guió al pequeño grupo – Merlín, Aria, Quetzal y Kael'Thara – a través de las asombrosas calles de Ki'Gal. La ciudad era una maravilla de ingeniería imposible, torres de cristal que cantaban con la luz del sol artificial, jardines colgantes con flora alienígena que brillaba con colores vibrantes, y vehículos silenciosos que se deslizaban por sendas de energía. Era un eco de Nibiru, un sueño de perfección Anunnaki.

Finalmente, llegaron al Kúr'Gal, una estructura colosal en el centro de la ciudad, cuya aguja principal parecía perforar la cúpula de la biosfera. En su interior, tras pasar por salas de consejo y cámaras de poder que dejaban sin aliento, Enki los condujo a una vasta galería, un archivo que contenía no solo cristales de datos y rollos de metal, sino también... algo más.

En las paredes de esta galería, se proyectaban imágenes de una vividez y un realismo asombrosos, escenas tridimensionales que flotaban en el aire, capturadas con una tecnología que superaba cualquier cosa que los humanos o incluso Merlín hubieran visto. Eran registros visuales de los primeros días de los Anunnaki en la Tierra.

Y lo que vieron los dejó a todos atónitos, boquiabiertos.

Las proyecciones mostraban a seres Anunnaki, radiantes y poderosos, interactuando con los primeros humanos, aquellos que Enki había descrito como los Lullu, antes de la "mejora" genética. Pero estos Anunnaki eran... diferentes. De sus espaldas surgían apéndices majestuosos, una especie de alas, no de pluma y hueso, sino tejidas con luz pura, o quizás con una energía metálica y flexible que captaba los vientos de maneras imposibles.

Las escenas los mostraban sobrevolando valles primigenios, utilizando estas alas no tanto para batirlas con fuerza bruta, sino para deslizarse y maniobrar con una gracia increíble sobre las corrientes de aire, como si fueran uno con el viento mismo. Los humanos primitivos abajo los observaban con una mezcla de terror y adoración absoluta, arrodillándose, ofreciendo tributos.

"Por las estrellas y las piedras..." susurró Merlín, sus ojos fijos en una escena donde un Anunnaki alado descendía con una luz cegadora ante una tribu temblorosa. "Los Elohim... los Vigilantes... los Dioses del Carro de Fuego... los Devas... los Æsir..."

Aria sintió que su comprensión del mito y la historia se resquebrajaba. "Entonces... ¿los ángeles de todas las leyendas? ¿Los dioses que descendieron del cielo en todas las culturas antiguas...?"

"Éramos nosotros," dijo Enki en voz baja, observando las proyecciones con una expresión compleja de orgullo ancestral y una profunda melancolía. "En nuestra forma más... pura, antes de que las necesidades de Nibiru y las guerras internas nos moldearan de otras maneras. Cuando nuestra conexión con las energías primarias nos permitía tales... manifestaciones."

Quetzal asintió lentamente, sus ojos ámbar reflejando las imágenes. "Nuestros ancestros también hablaron de los 'Hombres Serpiente Emplumada', los K'uk'ulkaanob, que descendieron del cielo para enseñar y gobernar. Diferentes formas, quizás, diferentes nombres para los mismos ecos de vuestra llegada."

La conclusión era ineludible y asombrosa: toda la divinidad de la antigüedad, todos los mitos de seres alados descendiendo de los cielos para guiar o aterrorizar a la humanidad, tenían su origen en estos Anunnaki de la Primera Llegada. Ellos habían sido los dioses, los ángeles, los mensajeros celestiales.

El asombro en la sala era palpable. Esta revelación no solo reescribía la historia humana, sino también la de los propios Anunnaki, sugiriendo un pasado donde su poder y su forma eran aún más... divinos. La pregunta que surgió en la mente de todos fue: ¿qué había pasado con esas alas, con esa forma de vuelo? ¿Y podría ese antiguo poder, esa antigua conexión, ser recuperada o utilizada en la guerra desesperada que ahora enfrentaban? Ki'Gal no solo era un refugio; era un cofre de secretos que apenas comenzaban a abrir.