La creación del linaje de Akhenaton y Nefertiti,

Kúr'Gal, Palacio Principal de Ki'Gal, Tierra Hueca -

La galería de los archivos primarios en el Kúr'Gal era un lugar de maravillas y horrores silenciosos. Las proyecciones holográficas, tejidas con luz y memoria Anunnaki, continuaban su narración milenaria ante los ojos atónitos del pequeño grupo de la superficie. Tras la revelación de los Anunnaki alados que una vez caminaron como dioses entre los primeros humanos, las escenas cambiaron, avanzando a través de los eones hacia las albores de las primeras grandes civilizaciones de Terra.

Ahora veían a los Anunnaki, quizás con sus "alas" de energía ya replegadas o menos manifiestas, interactuando directamente con los humanos en las florecientes ciudades de Sumeria y a lo largo del fértil Nilo en las primeras dinastías egipcias. Eran maestros, guías, legisladores, sus figuras doradas destacando entre las multitudes de humanos que los veneraban con una mezcla de temor y gratitud. Enseñaban la agricultura, la escritura, la astronomía, los secretos de la irrigación y la construcción.

"Durante un tiempo," la voz de Enki resonaba suavemente en la galería, teñida de una antigua nostalgia, "hubo una... coexistencia. Una simbiosis, si se quiere. Nosotros aportábamos conocimiento y orden; ellos, la vitalidad, la adoración y la mano de obra para nuestros grandes proyectos en Terra, extrayendo los recursos que Nibiru necesitaba."

Pero el tono de las proyecciones comenzó a oscurecerse. Escenas de banquetes suntuosos se volvieron tensas; miradas humanas, antes de pura devoción, ahora contenían destellos de resentimiento, de una astucia recién aprendida.

"Pero la familiaridad, como dicen vuestros proverbios, a menudo engendra desprecio," continuó Enki. "Y el conocimiento, en manos de aquellos no preparados para su peso, a veces se convierte en una herramienta para la ambición y la traición. Vuestros ancestros, algunos de ellos, imbuidos de una chispa de la conciencia que les habíamos otorgado, comenzaron a vernos no como dioses benefactores, sino como gobernantes a desafiar, como amos a derrocar."

Las imágenes se volvieron más brutales. Una proyección mostraba a un dignatario Anunnaki, radiante en sus vestiduras ceremoniales, desplomándose durante un festín en un templo sumerio, su rostro dorado contorsionado por el dolor mientras un veneno insidioso, elaborado quizás con una sabiduría herbolaria enseñada por los propios Anunnaki, hacía su efecto. En otra, un Anunnaki solitario, quizás uno de los que se había aventurado demasiado lejos sin escolta, era emboscado en un cañaveral del Nilo por guerreros humanos que blandían lanzas con puntas de obsidiana o bronce, afiladas y quizás encantadas con una magia rudimentaria pero efectiva, buscando los pocos puntos vulnerables en sus trajes de energía o en su forma física.

"La 'Edad Dorada' de nuestra coexistencia directa se tiñó de sangre... nuestra sangre," dijo Enki con gravedad. "Hubo envenenamientos planificados, lentos y dolorosos, servidos en nuestras propias mesas por manos que antes nos habían ofrecido flores. Emboscadas en los caminos del Éufrates o en las riberas del Nilo, donde lanzas afiladas, a veces guiadas por una incipiente y retorcida magia humana que habían aprendido de nosotros mismos o de entidades más oscuras, encontraban los puntos débiles en nuestras defensas o, más a menudo, en nuestra creciente arrogancia y complacencia. Muchos Anunnaki de alto linaje, supervisores de minas, arquitectos de templos, incluso algunos consejeros, perecieron en aquellos tiempos oscuros de incipiente rebelión humana."

Las proyecciones cambiaron de nuevo, mostrando ahora a un Enlil más joven, su rostro aún no tan marcado por las guerras cósmicas, pero ya con esa mirada de fría y pragmática autoridad, presidiendo un cónclave Anunnaki en una cámara subterránea, quizás aquí mismo en Ki'Gal, o en una fortaleza similar.

"Enlil," explicó Enki, "siempre el estratega, el ejecutor, el que buscaba el control absoluto y la eficiencia por encima de todo, vio que nuestra presencia directa entre los humanos se había vuelto un riesgo inaceptable, una sangría constante de nuestros recursos y personal. Decidió que la humanidad necesitaba un gobernante que fuera uno de ellos en apariencia, pero uno de nosotros en esencia y lealtad. Un intermediario. Un semidiós que pudiera gobernar en nuestro nombre, sin exponernos directamente a su creciente astucia y resentimiento."

Las imágenes mostraron entonces lo que parecía ser un laboratorio genético Anunnaki, o un templo de iniciación. Un humano, o una línea de humanos, siendo... modificado, imbuido. "Se eligió un linaje," narró Enki, "o se creó uno nuevo a partir de la arcilla humana y la chispa Anunnaki. Y se le dotó. Se le otorgaron dones espirituales y curativos, una comprensión innata de la magia elemental, el carisma para liderar y la sabiduría para gobernar. Lo suficiente para asombrar, someter y unificar a las masas humanas, pero no lo bastante como para que se atrevieran a desafiar a sus verdaderos amos, los Anunnaki, que ahora se retirarían a las sombras, a los cielos, convirtiéndose en los dioses distantes y misteriosos de las estrellas."

"Y para consolidar este nuevo orden, esta transición hacia un control más sutil y menos costoso," continuó Enki, y su voz se cargó de una ironía que no pasó desapercibida para Merlín, "Enlil orquestó el cambio más profundo y duradero en la psique humana: la unificación de los cultos locales y las deidades tribales bajo la creencia en un Dios Único y Todopoderoso."

"Este 'Dios Único'," aclaró Enki con un leve encogimiento de hombros Anunnaki, "era, por supuesto, una abstracción conveniente, una fachada divina cuya verdadera voz y voluntad serían 'reveladas' e interpretadas por el nuevo Faraón-Dios y su casta sacerdotal. Y a través de ellos, por nosotros. Era el sistema de control perfecto: la humanidad se gobernaría a sí misma, adoraría a un dios que éramos nosotros en la distancia, y nos seguiría proveyendo de los recursos y la energía psíquica que necesitábamos, sin el riesgo de la rebelión directa."

Las proyecciones culminaron con imágenes inconfundibles, o al menos arquetípicas, de figuras que resonaban con las de Akhenaton, el faraón hereje, y su reina Nefertiti. Mostraban su intento de imponer el culto a Atón, el disco solar, como la única deidad.

"La creación del linaje de Akhenaton y Nefertiti," dijo Enki, "con su revolución monoteísta, fue la culminación, la plantilla perfeccionada de este sistema de control orquestado por Enlil en aquel tiempo. Un Faraón que era la encarnación viviente de Dios en la Tierra, una Reina Divina a su lado, un único Dios celestial (convenientemente abstracto y lejano, cuya voluntad solo ellos podían interpretar), y una casta sacerdotal que aseguraba la obediencia del pueblo. Fue la base del control de la humanidad durante milenios, una estructura de poder divino-real que, con diferentes nombres, diferentes rostros y diferentes dioses únicos, ha perdurado de una forma u otra hasta vuestros días."

El grupo de la superficie quedó en silencio, procesando la enormidad de la revelación. La historia de su civilización, los cimientos de sus religiones y sus estructuras de poder, todo parecía haber sido un elaborado teatro de marionetas orquestado por estos seres alienígenas para sus propios y pragmáticos fines. La figura de Enlil, el hermano de Enki, el que ahora suplicaba una alianza, se volvía aún más compleja y aterradora en su fría y calculadora inteligencia. Ki'Gal no era solo un refugio; era el corazón de un imperio oculto que había moldeado el destino de la Tierra durante eones.