Está construida sobre los huesos dormidos de otro reino

Kúr'Gal, Archivos Primarios, Ki'Gal, Tierra Hueca 

Bajo la guía a regañadientes de un Enlil aún convaleciente pero imbuido de una nueva y sombría urgencia, o quizás por la propia e insistente exploración de Enki, el pequeño grupo de la superficie se adentró más en los santuarios interiores del Kúr'Gal, el palacio principal de la ciudadela Anunnaki de Ki'Gal. Las revelaciones anteriores sobre los Anunnaki alados y su papel como los "dioses" de la antigüedad terrestre aún resonaban en sus mentes. Ahora, Enki los condujo a una cámara diferente, una donde los registros visuales no mostraban la gloria de la Primera Llegada, sino la cruda y brutal realidad de la consolidación del poder Anunnaki en las profundidades de la Tierra.

Una nueva serie de proyecciones holográficas tridimensionales cobró vida, esta vez con una calidad más austera, casi militar. Las imágenes mostraban un vasto reino subterráneo, diferente a las cavernas por las que habían pasado para llegar a Ki'Gal. Este era un lugar de una belleza etérea y lunar: quince ciudadelas gráciles, construidas con lo que parecía ser piedra de luna autoiluminada y cristales que pulsaban con una suave luz plateada, se alzaban en una inmensa bóveda cavernosa, conectadas por puentes de luz tejida. En el centro, dominando el paisaje, se erguía una decimosexta fortaleza, una espiral de torres y cúpulas resplandecientes que era claramente la capital de este reino.

"El Reino de los K'aasil Uj Kaanob," susurró Quetzal, reconociendo el nombre de antiguas leyendas mayas. "Las Serpientes de la Luna Menguante... los Elfos Lunares."

Las proyecciones cambiaron, mostrando ahora a las fuerzas Anunnaki de Enlil en plena ofensiva. No eran los seres radiantes y alados de antaño, sino guerreros enfundados en armaduras de combate de un metal oscuro y anguloso, portando armas de energía que silbaban y desataban explosiones cegadoras. Vehículos de asalto flotantes, con el emblema de la serpiente cornuda de Enlil, barrían los cielos subterráneos.

"Tras el Gran Cataclismo en la superficie y nuestra retirada a las profundidades," narró Enki con voz grave, como si leyera una esquela, "Enlil vio la necesidad de asegurar un dominio absoluto sobre este nuevo reino subterráneo. Los Elfos Lunares, antiguos habitantes de estas profundidades, con su poderosa magia lunar y su feroz independencia, eran un obstáculo para su visión de un Ki'Gal unificado bajo su única ley."

Las imágenes mostraban la brutalidad de la conquista. Las delicadas pero potentes defensas mágicas de los Elfos Lunares – rayos de luz lunar fría, barreras de ilusión, guerreros élficos moviéndose con gracia letal – se estrellaban contra la tecnología superior y la despiadada eficiencia militar de los Anunnaki. Se vio a un Enlil más joven, con el fuego de la ambición ardiendo en sus ojos dorados, dirigiendo la invasión desde un centro de mando flotante. Sus órdenes eran frías, precisas, implacables.

"Sometedlos," resonó la voz grabada de Enlil, traducida por Enki. "Tomad sus bastiones. Su energía lunar, la que extraen de las vetas de este mundo interior, servirá para alimentar el corazón de nuestra nueva ciudadela, Ki'Gal. Su conocimiento de las profundidades, sus rutas secretas, sus fuentes de poder... serán nuestros."

Una a una, las quince ciudadelas élficas caían. Las proyecciones mostraban la destrucción, la desesperada resistencia de los elfos, sus gráciles estructuras de piedra lunar desmoronándose bajo el fuego Anunnaki. Los "métodos poco ortodoxos" de Enlil eran evidentes: usaba disruptores sónicos que destrozaban la concentración de los magos élficos, liberaba pequeñas bestias biomecánicas que se infiltraban en sus defensas, e incluso parecía emplear una forma de guerra psicológica, proyectando imágenes de desesperación o falsas promesas de rendición para quebrar su moral.

Todos en la sala sintieron un escalofrío recorrerles la espalda. La crueldad calculada del ejército de Enlil era palpable.

Finalmente, las fuerzas Anunnaki llegaron a la decimosexta fortaleza, la capital, donde el Rey de los Elfos Lunares – un ser de porte noble y triste, con cabello como plata líquida y ojos que reflejaban la luz de mil lunas menguantes, a quien Nyx había llamado Eldrin en sus propios recuerdos – resistía con sus últimos guerreros.

La batalla por la capital fue feroz, pero el resultado era inevitable. Las proyecciones mostraron al Rey Eldrin, de pie sobre las almenas de su ciudadela asediada, observando cómo su reino era consumido. Y entonces, tomó una decisión desesperada.

Se vio al Rey y a sus magos más poderosos iniciar un ritual masivo. Una luz plateada y somnolienta comenzó a emanar del corazón de la ciudadela, extendiéndose como una marea lenta pero imparable. Los guerreros Anunnaki que intentaban penetrarla caían en un sueño profundo e instantáneo. Los elfos en las murallas, en las calles, en sus hogares, también sucumbían, sus cuerpos desplomándose suavemente, sus rostros congelados en una expresión de tristeza serena.

"Para escapar de la tiranía del Oro y el Acero de mi hermano," explicó Enki con voz queda, "el Rey Eldrin eligió el Largo Sueño para su pueblo. Un encantamiento de estasis que duraría siglos, milenios si fuera necesario, con la esperanza de que un día despertaran en un mundo donde la tiranía de Enlil hubiera pasado, o donde surgiera una oportunidad para liberarse."

La proyección final mostró la capital élfica completamente silenciosa, sus habitantes dormidos como hermosas y trágicas estatuas, mientras las fuerzas de Enlil, frustradas pero victoriosas, aseguraban el perímetro, reclamando la ciudadela dormida como el corazón de su nuevo imperio subterráneo, Ki'Gal.

Un silencio pesado llenó la galería de archivos. Aria sintió una profunda punzada de dolor por los elfos, cuya tragedia ahora entendía en toda su magnitud. Merlín negó con la cabeza, reconociendo el patrón de conquista y asimilación que se repetía en todas las historias de imperios. Quetzal observaba con una tristeza ancestral, como si viera un eco de la propia conquista de su pueblo.

"Así que Ki'Gal," dijo Merlín finalmente, "está construida sobre los huesos dormidos de otro reino. Y Enlil, nuestro... desesperado y potencial aliado... es capaz de esta crueldad, de esta conquista sistemática."

La revelación era aterradora. No solo les mostraba la profundidad de la ambición y la capacidad de Enlil para la guerra total, sino que también les hacía preguntarse qué otros secretos y horrores yacían bajo la superficie de Ki'Gal, y cuál sería el verdadero precio de cualquier ayuda que el Comandante Anunnaki pudiera ofrecerles en su lucha contra Cthulhu y los Netlin. El camino hacia la Tierra Hueca se volvía más oscuro y complejo con cada revelación.