Kúr'Gal, Archivos Profundos de Ki'Gal.
Mientras el grupo asimilaba la revelación de la energía Nibiruan en el corazón de Gaia y la reflexión de Merlín sobre la Tabla Esmeralda, Enki dejó escapar un suspiro que pareció llevar el peso de milenios de complejas intrigas familiares Anunnaki. Observaba un antiguo diagrama estelar en la pared de la galería, que mostraba las intrincadas genealogías y alianzas de su raza a través de los eones.
"Este gran juego de ajedrez cósmico," murmuró Enki, más para sí mismo que para los demás, aunque su voz resonó en la quietud de la cámara, "se define no solo por el poder y la estrategia, sino por los lazos de sangre, las lealtades rotas y las rivalidades que arden a través de las eras. Mi padre, el Gran Anu, Rey de Nibiru y soberano del Consejo Anunnaki..." Hizo una pausa, sus ojos dorados encontrando brevemente los de Merlín. "En su sabiduría, o quizás en su pragmatismo para asegurar la diversidad y la supervivencia de nuestra línea en los albores de nuestro largo viaje interestelar, tomó muchas consortes, como era costumbre y, a menudo, una necesidad diplomática o genética."
Señaló dos líneas que descendían de la figura central de Anu en el diagrama. "Enlil, el Comandante que ahora yace herido en los sanatorios de esta ciudadela, y yo... compartimos la semilla estelar de Anu, sí. Pero no el mismo útero divino. Somos, como diríais vosotros en vuestra lengua, medios hermanos."
La revelación, aunque quizás no sorprendente dada la naturaleza de las antiguas teogonías, añadió otra capa de complejidad a la ya tensa relación entre los dos príncipes Anunnaki. "Una distinción," continuó Enki con un deje de cansancio ancestral, "que ha definido gran parte de la política, las tensiones y las facciones dentro del Consejo Anunnaki durante incontables ciclos orbitales de Nibiru. Dos hijos prominentes de Anu, dos visiones a menudo contrapuestas para el futuro de nuestro pueblo, dos reclamos sobre el legado... y sobre la 'administración' de mundos jóvenes como este."
Las palabras "padre", "hermanos", "familia", aunque pronunciadas en el contexto de dioses alienígenas y sus luchas de poder cósmicas, golpearon a Aria con una fuerza inesperada y profundamente personal. El cansancio de las últimas semanas, las constantes revelaciones y el terror existencial habían erosionado sus defensas internas.
De repente, vívidas y dolorosas, surgieron imágenes en su mente. No de estrellas o entidades cósmicas, sino de rostros humanos, casi olvidados. Un destello del rostro de una mujer con cabello como la plata líquida bajo la luna, sus ojos de un verde tan profundo como la selva. La sonrisa amable de un hombre con ojos que se arrugaban en las comisuras, una expresión de infinita ternura. Eran fotografías, viejas, descoloridas, casi etéreas en su memoria, que alguien – ¿una de las cuidadoras menos severas del orfanato de Umbría? ¿Quizás la propia Maestra Eleonora en un raro momento de cercanía antes de que la sombra de Nyx la consumiera por completo? – le había mostrado una vez, cuando era niña y había preguntado con la inocencia desesperada de los huérfanos.
"Estos fueron tus padres, Aria," le habían dicho con una voz suave y evasiva. "Magos valientes. Se perdieron en una expedición a un lugar lejano y peligroso, sirviendo a una causa mayor."
"¿Padres?" pensó Aria ahora, un nudo apretándose en su garganta, la mención de linajes y legados por parte de Enki agudizando un vacío que siempre había llevado dentro. Yo... yo también tuve unos. ¿O no? Esas fotos... ¿eran reales? ¿O solo un cuento para consolar a una niña asustada con magia incontrolable? Siempre me pregunté... ¿dónde están realmente? ¿Qué les pasó? ¿'Se perdieron' en alguna misión mágica, como me contaron? ¿O la verdad es otra, más simple, más dolorosa... o quizás, y un escalofrío la recorrió, más conectada a todo este horror cósmico, a estas manipulaciones de sangre y linaje, de lo que jamás me atreví a imaginar?
Kaelen, de pie a poca distancia, notó el repentino ensimismamiento de Aria, la sombra de dolor que cruzó sus facciones. Su propia confesión en la terraza de Cancún, su anhelo por unos padres que nunca conoció, volvió a su mente con renovada fuerza. La saga familiar de los Anunnaki, con sus dioses-padres y sus hermanos-rivales, aunque a una escala cósmica e incomprensible, no hacía más que resaltar la dolorosa ausencia en su propia vida.
Un pesar familiar lo invadió. Padres... familias... legados divinos y disputas estelares, pensó con una punzada de amargura. Algunos tienen dioses por progenitores y aún así sus vidas son un torbellino de conflicto y traición. ¿Y nosotros, Aria? ¿Simples huérfanos de un mundo roto, peones sin nombre en este juego de ajedrez cósmico del que habla Enki? ¿O hay algo más en nuestra historia, en nuestros orígenes, que nadie nos ha contado, secretos enterrados bajo capas de mentiras piadosas o verdades demasiado terribles para ser reveladas?
Una nueva y urgente necesidad de saber, de comprender sus propios comienzos, se encendió en ambos jóvenes magos, una llama frágil pero persistente en medio del vendaval de revelaciones cósmicas. En este universo de dioses caídos, razas ancestrales y destinos entrelazados, la pregunta más fundamental – "¿Quiénes somos y de dónde venimos?" – resonaba ahora con una fuerza desgarradora.
Mientras Enki, Merlín y Quetzal continuaban su grave discusión sobre las implicaciones de la política dinástica Anunnaki y el poder de la energía Nibiruan que emanaba de las profundidades de Gaia, Aria y Kaelen intercambiaron una mirada fugaz. En ella había una comprensión silenciosa, un dolor compartido, y la chispa de una nueva y personal búsqueda que, de alguna manera, se sentía tan vital como la guerra misma por la supervivencia del planeta. Las piezas del ajedrez cósmico seguían encajando, pero algunas de esas piezas, se daban cuenta ahora, podrían llevar sus propios rostros.