Las nuevas reglas

En la Ciudadela de Amitiel, Órbita de Neptuno 

En el corazón de la Nave Nodriza Netlin, o quizás en su gélida y ciclópea ciudadela oculta en las profundidades de Neptuno, el Comandante Supremo Amitiel observaba un nexo de energía pura que se había abierto en el centro de su sala de mando. No era una pantalla, sino un desgarro controlado en el tejido del espacio-tiempo, una ventana a una conciencia que desafiaba la geometría y la razón. A través de ella, se manifestaba la "presencia" de Cthulhu, recién llegado de su perturbadora ascensión desde la Tierra.

Lo que se veía de Cthulhu era una pesadilla cambiante: una masa arremolinada de tentáculos iridiscentes que parecían absorber la luz, ojos innumerables de colores imposibles que se abrían y cerraban como estrellas parpadeantes en un cielo de locura, y la vaga sugerencia de una cabeza cefalópoda monstruosa cuya forma nunca se asentaba del todo, causando una sutil pero persistente náusea visual y psíquica en los Luciferinos Netlin menores que atendían a su Comandante. Y en lo que podría considerarse su "rostro", un movimiento, una separación de los tentáculos faciales que revelaba un atisbo de un fauce que conducía a otros vacíos más oscuros, podría interpretarse como una gran sonrisa de satisfacción cósmica y malevolencia pura.

Amitiel, en su trono de luz oscura y cristal fracturado, inclinó levemente su cabeza perfecta, un gesto de calculado respeto hacia la entidad primordial. Una sonrisa siniestra, un reflejo más frío y preciso de la de Cthulhu, tocó sus labios inhumanamente bellos.

Entonces, Cthulhu "habló". Su voz no era un sonido que vibrara en el aire, sino una resonancia que se sentía en los huesos, en el alma, una voz gutural que era el crujido de galaxias moribundas, el lamento de realidades colapsando, y el eco de eones de sueños febriles en ciudades sumergidas. Cada "palabra" era una onda de choque psíquica que hacía que la realidad circundante parpadeara y se distorsionara momentáneamente.

<> la "voz" de Cthulhu retumbó en la mente de todos los presentes, un coro de abismos. <limpieza... progresa según lo... previsto por nuestra unificada y trascendente voluntad.>> Su mirada, si es que se podía llamar así a la atención de sus múltiples ojos errantes, parecía abarcar todo y nada a la vez, pero una porción de su vasta conciencia estaba claramente enfocada en Amitiel.

"En efecto, Gran Primigenio, Anciano Soñador," respondió Amitiel, su propia voz resonante y fría, pero con un innegable matiz de deferencia que solo mostraba ante Cthulhu. "Nuestro plan marcha tal y como lo concebimos en las eras oscuras, cuando las estrellas eran jóvenes y el Orden aún no había sido mancillado por la proliferación del caos menor. Las insignificantes resistencias que han surgido en el planeta Terra se desmoronan como polvo ante nuestra estrategia combinada."

<Anunnaki...,>> continuó el gutural pensamiento de Cthulhu, y una oleada de desprecio cósmico emanó de su presencia, haciendo que los Luciferinos menores se encogieran. <barridos. Su patética e ineficiente intromisión en la... cosecha energética del planeta... su pésimo trabajo de extracción... ha cesado. Débiles. Predecibles. Un insulto al verdadero potencial de la entropía y la devoción.>>

Amitiel asintió, su sonrisa volviéndose más pronunciada. "Como siempre has enseñado con tu sabiduría insondable, Oh Durmiente del Abismo: si quieres que algo salga bien, hazlo tú mismo, o confía en aquellos que verdaderamente comprenden la escala y la pureza del Gran Diseño." Hubo un entendimiento compartido, una siniestra comunión de propósito entre el Heraldo del Orden Absoluto y el Avatar del Caos Primordial.

<reglas... de este sector de la creación... han caducado,>> proclamó Cthulhu, y el espacio mismo pareció temblar. <nuevas reglas... serán escritas en el lenguaje de la locura sublime y la obediencia incondicional. Terra... y sus cielos... y las almas de sus habitantes... maduran para la verdadera transformación, para la gran cosecha que alimentará el florecimiento del Vacío y el advenimiento de mi Orden Silencioso.>>

"Y nosotros, hermano," respondió Amitiel, sus ojos como quásares fríos brillando con la promesa de una tiranía cósmica, "seremos los escribas de esa nueva era, los arquitectos de ese silencio perfecto."

Los dos seres, uno la encarnación de la locura primordial y el otro el apóstol de un orden tan absoluto que era indistinguible de la muerte, compartieron un momento de oscura y triunfante anticipación. Su alianza impía estaba consolidada, su desprecio por toda vida o voluntad que no fuera la suya era absoluto. La siguiente fase de su plan estaba a punto de desatarse sobre un sistema solar desprevenido, y las reglas del juego, como había dicho Cthulhu, estaban a punto de cambiar de forma irrevocable y aterradora.