En el Búnker Secreto Bajo los Alpes Suizos -
En la opulenta y gélida quietud de su santuario alpino, los trece hombres y mujeres que conformaban el pináculo del poder terrenal estaban lejos de la calma. Las pantallas holográficas que dominaban la sala de guerra del búnker ya no mostraban los flujos tranquilizadores de los mercados financieros globales o los movimientos controlados de sus activos políticos. En su lugar, parpadeaban con una miríada de puntos de luz erráticos, informes de avistamientos de objetos voladores no identificados que llegaban en una avalancha caótica desde todos los rincones del planeta. Naves triangulares silenciosas sobrevolando silos de misiles en Montana, discos luminosos emergiendo de las profundidades del Mar del Japón, cilindros metálicos colosales inmóviles en la alta atmósfera sobre el Congo... la lista era interminable y cada nuevo informe aumentaba la palpable ansiedad en la sala.
"Esto es inaceptable," siseó el Barón Von Hess, sus nudillos blancos sobre la pulida mesa. "Nuestras redes de defensa aérea están ciegas, nuestros satélites de vigilancia apenas captan ecos fantasmales. ¿Qué son estas cosas? ¿Más amigos de Cthulhu? ¿O los Netlin han decidido adelantar su 'inspección'?"
Lord Ashworth, normalmente el epítome de la compostura británica, se mesaba la barba con un gesto nervioso. "Lo más preocupante es la pregunta que todos nos hacemos en silencio, Barón. ¿Es Él? ¿El Ojo que Todo lo Ve ha regresado para reclamar el rebaño que nosotros, en nuestra infinita sabiduría," aquí su voz se cargó de un amargo sarcasmo, "decidimos ofrecer a un pastor más... voraz?"
La idea de que la Entidad Primordial cuyo sutil yugo habían intentado romper (solo para reemplazarlo con la locura manifiesta de Cthulhu) pudiera estar regresando para juzgarlos, era una perspectiva que helaba la sangre incluso de estos curtidos manipuladores.
"O," intervino Tanaka, el tecnócrata japonés, su voz tensa, "Cthulhu simplemente ha abierto las compuertas, llamando a todos sus aliados dimensionales para demostrar su poder y aplastar la insurgencia de las facciones de Lira y cualquier otra resistencia en este sistema. Podrían ser infinitas variedades de horrores."
El consejo de los trece estaba profundamente preocupado, la sensación de control absoluto que tanto apreciaban desmoronándose con cada nuevo informe.
"Nuestras fuentes convencionales son inútiles en este escenario," admitió una matriarca italiana, la Contessa Di Scampi, cuya familia controlaba vastas redes de información a través de sus conexiones con el Vaticano y la Mafia. "La CIA nos envía balbuceos sobre 'tecnología hostil no identificada'. El MI6 habla de 'posibles incursiones extradimensionales'. Están tan perdidos como nosotros."
Fue entonces cuando un miembro del consejo que rara vez hablaba, un hombre enigmático conocido solo como "El Director", cuya influencia se extendía sobre la agencia de inteligencia más poderosa y secreta del planeta, tomó la palabra. Su voz, amplificada y distorsionada por un modulador para preservar su anonimato incluso entre sus pares, era fría y precisa.
"Las agencias de Nivel Uno, como la CIA, el Mossad o el FSB, son herramientas útiles para el juego geopolítico terrenal," dijo El Director. "Pero para esto... necesitamos algo más. Recordad, caballeros, damas, que contamos con 'El Consorcio'. La entidad que no solo supervisa, sino que integra y analiza la información de cada agencia de espionaje, cada centro de datos, cada anomalía detectada en este planeta. El Consorcio es nuestros ojos y oídos en la oscuridad que la mayoría ni siquiera sospecha que existe."
Hizo una pausa, dejando que sus palabras se asentaran. "Gracias al Consorcio, y a sus... activos especiales, hemos navegado y neutralizado amenazas a nuestro 'sistema' durante generaciones. Seres de poder considerable que surgieron de la nada, cultos apocalípticos que obtuvieron conocimiento prohibido, individuos con dones anómalos que, de haber florecido sin nuestro control, habrían terminado con nuestro delicado equilibrio de poder y el orden mundial que hemos pastoreado, mucho antes de que Cthulhu o los Netlin decidieran que este planeta era de su particular interés."
"Pero incluso el Consorcio," admitió El Director, y su voz electrónica pareció vacilar por un instante, "está luchando por procesar la magnitud y la multiplicidad de las amenazas actuales. Sus análisis sobre estos nuevos OVNIs son... inconclusos, alarmantes. Los patrones no encajan en ningún modelo de amenaza conocido. Son demasiados, demasiado diversos, demasiado... ajenos."
Un silencio pesado cayó sobre la sala. Si El Consorcio estaba desconcertado, su situación era verdaderamente desesperada.
Fue Von Hess quien rompió el silencio, sus ojos brillando con una astucia febril. "Sin embargo," dijo lentamente, "poseemos otros... activos. Conocimiento que fue... adquirido y preservado de aquellos que traficaban con lo arcano en el pasado. Magos. Videntes. Los que se hacían llamar 'sabios' y que desafiaron nuestro orden." Una sonrisa fría y cruel se dibujó en sus labios. "Están bien contenidos en las cámaras inferiores de esta misma fortaleza, por supuesto. Su perspectiva, sus delirantes cosmovisiones... en estos momentos de confusión total, podrían ser, irónicamente, invaluable."
La idea de consultar a sus prisioneros, a los magos que habían capturado y silenciado precisamente por poseer el tipo de conocimiento que ahora necesitaban desesperadamente, era una amarga píldora. Pero el miedo era un gran motivador.
"Preparen a los 'activos arcanos'," ordenó El Director, su voz desprovista de emoción. "Que los más... coherentes... sean traídos ante nosotros. Es hora de interrogar a nuestros oráculos encadenados. Quizás ellos puedan arrojar alguna luz sobre las nuevas sombras que se ciernen sobre nuestro mundo."
Los trece hombres y mujeres más poderosos de la Tierra, que habían jugado a ser dioses y habían perdido el control de sus monstruosas creaciones, ahora se veían reducidos a buscar respuestas en las mismas fuentes de poder que habían intentado extinguir. La ironía era tan vasta como el terror que los consumía.