Profundidades del Búnker Alpino de las Trece Familias -
La orden de "El Director" había resonado con la fría finalidad de una sentencia. Mientras en la superficie la humanidad apenas comenzaba a sacudirse los efectos de la cercanía de Cthulhu, y en la Tierra Hueca se libraban batallas primordiales, en las entrañas mismas de la fortaleza de las Trece Familias, un tipo diferente de horror se preparaba para ser consultado.
Los niveles inferiores del búnker no se parecían en nada a la opulencia de las salas de consejo. Aquí, los pasillos de mármol pulido daban paso a corredores de acero y hormigón reforzado, iluminados por una luz fría y funcional que nunca parpadeaba. El aire era gélido, con un leve olor a desinfectante, a ozono y a algo más antiguo, algo que olía a desesperación contenida y a poder suprimido. Este era el extraño calabozo de las Familias, su colección privada de anomalías, amenazas y conocimientos demasiado peligrosos para dejarlos en libertad, pero demasiado valiosos para destruirlos por completo.
En una sección, celdas con puertas de plexiglás reforzado albergaban a figuras humanas demacradas, vestidas con sencillos uniformes grises. Eran los "desaparecidos": científicos brillantes que habían tropezado con verdades inconvenientes, periodistas que habían hecho demasiadas preguntas, inventores cuyas creaciones amenazaban los monopolios de las Familias. Sus laboratorios de investigación habían sido reducidos a cenizas en "accidentes" oportunos, y el mundo los había dado por muertos, con ellos aparentemente dentro. Ahora, sus ojos, antes brillantes de intelecto, estaban vacíos o llenos de una locura tranquila, sus mentes rotas o reescritas.
Pero más allá, se extendía el verdadero bestiario. Celdas revestidas con aleaciones desconocidas que amortiguaban la magia, grabadas con runas de contención que brillaban débilmente, y equipadas con emisores de frecuencias sónicas o campos de energía diseñados para inhibir poderes específicos.
Aquí residían los otros seres prisioneros. Magos ancianos de órdenes olvidadas, con miradas que contenían la sabiduría de siglos y el odio por sus carceleros. Brujas que susurraban maldiciones en lenguas muertas, sus dedos retorcidos aferrando talismanes improvisados. Vampiros de linajes rebeldes o demasiado notorios, encadenados con plata pura, sus ojos rojos brillando con furia bestial en la penumbra. Hombres Lobo en sus formas humanas, pero con una tensión muscular que delataba a la bestia que acechaba bajo la piel, sus celdas apestando a almizcle y rabia contenida.
Y luego estaban las creaciones más oscuras, los errores de la naturaleza o de la propia magia. Los Necrovampiros, pálidos y cadavéricos, de cuyas celdas emanaba un frío sepulcral y el susurro de los muertos inquietos. Los colosales DracoVampiros, apenas contenidos en recintos reforzados con titanio y magia, sus pieles escamosas brillando débilmente, sus rugidos guturales una vibración constante en el suelo. E incluso, en jaulas de hierro frío entrelazado con espino y plata, algunas Hadas de Sangre originales, cuya belleza etérea y cruel era una promesa de éxtasis y dolor, sus ojos brillantes con una inteligencia maliciosa y una sed insaciable.
El lugar, apenas unas horas antes, había sido una absoluta locura. La onda psíquica del despertar de Cthulhu había atravesado incluso estas profundidades y estas defensas. Los prisioneros sobrenaturales, ya de por sí inestables, habían entrado en un frenesí. Los magos habían desatado ráfagas de poder descontrolado, los vampiros se habían estrellado contra sus cadenas, los hombres lobo habían aullado hasta que sus gargantas sangraron, y las Hadas habían emitido chillidos que desgarraban la cordura. Los guardias habían luchado desesperadamente por mantener el control, usando gases sedantes y descargas de energía, pero el terror había sido palpable.
Ahora, un equipo de guardias de élite, enfundados en armaduras de combate negras y portando rifles de energía, se adentraba en estos corredores con una tensión visible. Quienes iban por los magos sabios iban con mucho temor. El recuerdo del reciente pandemónium estaba fresco. Cada paso los llevaba más cerca de las celdas que albergaban a las grandes criaturas como los DracoVampiros, cuyas siluetas masivas se movían inquietas en la penumbra; pasaban junto a las otras raras y perturbadoras, como los Necrovampiros que parecían observarlos desde el umbral de la muerte; y sentían la atracción peligrosa de aquellos con una singular belleza que enamoraba sólo con verlos, como las Hadas de Sangre que los seguían con miradas felinas y sonrisas prometedoras.
Finalmente, se detuvieron ante una serie de celdas al final de un corredor particularmente bien custodiado. Aquí no había bestias rugientes ni belleza seductora. Solo ancianos, sentados en la penumbra, figuras humanas marchitas pero con ojos que aún ardían con una inteligencia antigua y un poder severamente reprimido. Eran los "magos sabios" que el Consejo había decidido consultar.
Uno de los guardias tragó saliva, el sonido anormalmente fuerte en el silencio opresivo, antes de activar el mecanismo de apertura de la primera celda. La puerta se deslizó hacia un lado con un pesado siseo, revelando a un anciano mago que levantó la vista lentamente, una chispa de amarga y cansada diversión brillando en sus ojos profundos al ver a sus carceleros ahora convertidos en suplicantes. La noche de los secretos apenas comenzaba.