¿Serían ellos los siguientes?

Celda de Contención, Niveles Profundos del Búnker Alpino.

La pesada puerta de la celda se deslizó cerrándose con un siseo neumático, sumiendo de nuevo en la penumbra a las dos figuras que quedaban dentro. Observaron con el corazón encogido cómo las siluetas de Sofía y Diego, flanqueadas por los guardias de armadura negra, se perdían al final del corredor. Un silencio opresivo, cargado de temores no expresados, se instaló entre ellos.

"Que los antiguos espíritus de la tierra los protejan," susurró finalmente la mujer, Isabel, pasando una mano por los intrincados tatuajes de tinta oscura que se enroscaban bajo la manga de su raída túnica. Eran sigilos de poder, algunos de protección, otros de una naturaleza más... volátil. Su cabello, un torbellino de rizos castaños oscuros, estaba recogido descuidadamente, y sus ojos, de un inquietante color violeta, brillaban con una mezcla de desafío y una profunda melancolía.

A su lado, Ricardo, un hombre de complexión nervuda y energía contenida, asintió con gravedad. Sus manos, nunca quietas, trazaban patrones invisibles en el aire, como si estuviera constantemente canalizando o disipando una energía inquieta. "Temo por ellos, Isabel. Por su pequeño. Estos... 'amos del mundo'... no conocen la piedad."

No eran magos comunes, Isabel y Ricardo. Su poder no fluía por los cauces ordenados de la magia académica de Umbría, ni por la comunión elemental de los curanderos de Catemaco. La suya era una magia diferente, más instintiva, más cruda, a veces aterradoramente algo caótica. Extraían poder de las emociones extremas, de las tormentas, de las disonancias de la propia Rejilla, moldeándolo con una voluntad férrea pero a menudo con resultados impredecibles.

"Ellos no eligieron estar aquí," dijo Isabel, su voz baja. "Fueron cazados por su bondad, por su luz. Nosotros..." Una sonrisa amarga curvó sus labios. "Nosotros caminamos hacia la jaula con los ojos abiertos."

Recordaron vívidamente el por qué. No habían sido capturados sanando a los desheredados. Su sacrificio había sido por sus verdaderos maestros, aquellos a quienes habían jurado lealtad con sangre y espíritu: los Grandes Líderes de la Logia de la Hermandad Blanca de Querétaro, un cónclave de adeptos y sabios cuyo santuario principal se encontraba oculto en los pliegues místicos de la Sierra Gorda.

"Cuando los Sabuesos del Consorcio, los perros de presa de estas Trece Familias, olfatearon el rastro de nuestros Maestros," rememoró Ricardo, sus ojos violetas brillando con el fuego de la memoria, "supimos que el tiempo de la sutileza había terminado. Los Ancianos de la Logia, los que guardan la Llama de la Verdadera Compasión, necesitaban escapar, llevar su sabiduría, su luz incorrupta, a un nuevo refugio para continuar su trabajo esencial por la humanidad."

Isabel asintió, su mirada perdida en el recuerdo de aquellos días frenéticos. "Y nosotros, los Guardianes del Umbral de la Logia, fuimos la distracción. El señuelo. Desatamos una tormenta controlada de nuestra magia caótica sobre sus perseguidores en los cañones de la Sierra. Ilusiones que desgarraban la cordura, ecos de poder elemental, suficiente para crear una confusión monumental, para borrar las pistas psíquicas y físicas, para darles a nuestros Maestros el precioso tiempo que necesitaban para desaparecer en los pliegues ocultos del mundo, como el viento entre las peñas."

"Sabíamos que nos capturarían," añadió Ricardo, y a pesar de la frialdad de la celda, una extraña calidez, un orgullo sombrío, brilló en su rostro. "Era el precio de su libertad, de la continuación de su Gran Obra. A pesar de no haber sufrido tanto como Diego y Sofía en la forma de su captura – nadie usó a nuestros hijos inexistentes como rehén – nuestra elección fue un sacrificio consciente. Una ofrenda de nuestra propia libertad por el bien común que ellos representan."

Un raro momento de paz, de satisfacción incluso, los envolvió.

"Pero lo logramos, Ricardo," susurró Isabel, y una lágrima solitaria trazó un surco en el polvo de su mejilla. "Los Maestros están a salvo. La Gran Logia de la Hermandad Blanca... su luz, aunque ahora deba brillar en secreto, no se ha extinguido. Pueden seguir tejiendo sus hilos de paz en el tapiz del mundo, contrarrestando la oscuridad y la avaricia que estos..." Hizo un gesto vago hacia las paredes de su prisión. "...estos carceleros siembran con tanta diligencia."

Ricardo tomó su mano, un contacto firme y reconfortante. "Nuestras cadenas son un pequeño precio si su trabajo vital continúa. Salvar a sus líderes fue su prioridad, y se sentían profundamente satisfechos por ello. Mantener a la humanidad en un sendero de equilibrio, de compasión, de despertar espiritual... esa siempre fue la misión de la Hermandad. Y por ello, nuestra presencia aquí... valió la pena."

A pesar de su satisfacción en el sacrificio cumplido, el miedo por su propio futuro inmediato era una bestia que acechaba en las sombras de la celda. Sofía y Diego habían sido los primeros en ser llamados. ¿Serían ellos los siguientes? ¿Qué querría el Consejo de dos magos cuya especialidad era, precisamente, el caos controlado y la disrupción de sistemas? La incertidumbre era un tormento, pero en sus corazones, la llama de su propósito, aunque ahora ardiera en una prisión, no se había apagado.