La Tierra Hueca guardaba sus secretos con un silencio preñado de más preguntas que respuestas

Santuario Élfico Lunar, Profundidades de la Tierra Hueca -

El eco de la revelación de Poimandres – su identidad como la Mente Universal, el divino inspirador de Hermes Trismegisto – aún vibraba en la caverna sagrada de los elfos lunares. Morgana Le Fay y Sorcha de la Mano Carmesí se miraron, la magnitud de lo que habían escuchado luchando por encontrar un lugar en sus ya sobrecargadas mentes. El Dragón del Caos, su aliado temporal y atormentado, era la fuente de la sabiduría hermética que Merlín y Aria, en la lejana Cancún, consideraban un pilar de la magia ordenada.

"Esta información..." pensó Sorcha con una urgencia fría, la mente de la estratega imponiéndose a la maga del Caos, "Aria y Merlín... ellos confían ciegamente en los tratados de Hermes. Deben saber la verdadera fuente, la naturaleza dual, quizás incluso primordialmente caótica, de ese conocimiento. Podría cambiarlo todo en su lucha contra los Netlin y Cthulhu." Morgana asintió en silencio, sus ojos Fae brillando con una nueva y peligrosa comprensión del universo.

Mientras procesaban esto, un suave gemido escapó de los labios de la figura que yacía en el lecho de musgo lunar. Eleonora comenzaba a despertar. Sus párpados temblaron y luego se abrieron lentamente, revelando unos ojos que ya no ardían con el fuego oscuro de Nyx, sino que estaban nublados por la confusión, el dolor y una profunda, casi insondable, lasitud. Miró a su alrededor, desorientada, su mirada deteniéndose en los rostros desconocidos pero vagamente familiares de Morgana y Sorcha.

"¿Dónde...?" susurró, su voz apenas un hilo de aliento. "¿Poimandres?"

Antes de que pudieran responder, un grito de furia y dolor desgarró el aire relativamente tranquilo del santuario. Tres figuras élficas lunares, sus rostros demacrados y sus ojos brillando con una mezcla de trauma reciente y un odio inextinguible, irrumpieron en la cámara de sanación. Eran guerreros, supervivientes del control de Cthulhu, sus armas improvisadas – espadas de cristal lunar astilladas, dagas de obsidiana – en alto.

"¡NYX!" rugió el líder del trío, su voz quebrada por la angustia. "¡Traidora! ¡Corruptora! ¡Pagarás por nuestra esclavitud, por la profanación de nuestro pueblo!"

Se lanzaron hacia la figura indefensa de Eleonora.

Pero el ataque fue interceptado con una velocidad y una furia inesperadas.

"¡No tan rápido, hijos de la luna!" La voz de Morgana Le Fay fue un latigazo, y en un instante, su forma pareció crecer, magnificarse. De su espalda, alas de sombras y luz estelar fracturada se extendieron con la majestuosidad terrible de una reina Fae en su pleno poder, cada pluma un fragmento de noche y estrellas rotas. Creó una barrera de espinas de oscuridad y glamour iridiscente entre los atacantes y Eleonora, los zarcillos de sombra chasqueando como látigos.

Al mismo tiempo, Sorcha de la Mano Carmesí reaccionó, no con la vacilación de quien protege a un antiguo enemigo, sino con la ferocidad de quien defiende un activo vital en su propio y desesperado juego de supervivencia. Su guantelete carmesí brilló, y una cúpula de fuego caótico y sangre endurecida surgió alrededor de Eleonora, repeliendo una lanza de energía lunar. "¡Atrás, necios!" siseó. "¡No entendéis nada!"

Lo que más sorprendió a los tres elfos atacantes, sin embargo, no fue la intervención de estas dos poderosas y oscuras hechiceras. Fue la figura de Lyraella, la anciana sanadora elfa que había estado atendiendo a Eleonora. Con una agilidad inesperada para su edad, se interpuso entre ellos y su objetivo, sus brazos extendidos en un gesto de protección, sus ojos plateados brillando con una tristeza y una autoridad inquebrantables.

"¡Alto!" ordenó, su voz resonando con el poder de la propia luna subterránea. "¡Deteneos, hermanos! ¿Acaso la locura del Abismo os ha cegado por completo? ¿No veis? ¡La Sombra Mayor, la entidad que conocíais como Nyx, la ha abandonado! ¡Su influencia se ha retirado!"

Los tres elfos guerreros se detuvieron en seco, sus armas temblando, sus rostros una máscara de confusión y furia contenida.

"Anciana Lyraella, ¿qué haces?" tartamudeó uno de ellos, un joven elfo con una profunda cicatriz psíquica en su aura. "¡Es ella! ¡Es Nyx! ¡Nos traicionó, nos entregó al Caos, nos convirtió en marionetas para el Devorador!"

Lyraella negó lentamente con la cabeza, su mirada fija en el rostro asustado y desorientado de Eleonora, que ahora luchaba por incorporarse, ajena a la amenaza inmediata pero sintiendo la oleada de emociones violentas. "Miradla bien," insistió la anciana sanadora. "¿Veis el fuego negro del Caos devorador en sus ojos? ¿Sentís la opresión sofocante de la voluntad de Nyx? Yo solo veo a Eleonora. Herida. Perdida. Tan traumatizada como muchos de nosotros. Lo que queda es la cáscara de la Maestra que una vez admiramos, antes de que la Sombra del Vacío la reclamara y la retorciera."

Eleonora, apenas consciente, con los ojos muy abiertos y llenos de un terror infantil, murmuró un nombre, uno que resonó en la caverna con una pureza dolorosa: "...Aria... ¿dónde está Aria...?"

El sonido de ese nombre, pronunciado con tal vulnerabilidad, desarmó aún más a los elfos atacantes. Miraron de Eleonora a la imponente Morgana con sus alas desplegadas, a la peligrosa Sorcha con su magia caótica crepitando, y a su propia y respetada sanadora, todas ellas defendiendo a la que creían su mayor enemiga. La confusión se apoderó de ellos. El odio era un fuego que los consumía, pero la escena ante ellos desafiaba toda lógica, toda comprensión.

Poimandres, desde su lecho de sombras, emitió un gruñido bajo, un temblor que recorrió la caverna, recordando a todos el poder primordial que aún residía, aunque debilitado, en ese lugar.

La tensión era insoportable. ¿Bajarían sus armas los elfos vengadores? ¿Qué sucedería cuando Eleonora despertara por completo y se enfrentara a los fantasmas de su pasado y a la realidad de sus crímenes como Nyx? Y más allá de eso, ¿cómo afectaría esta nueva dinámica la guerra desesperada que se libraba en las profundidades y en la lejana superficie? La Tierra Hueca guardaba sus secretos con un silencio preñado de más preguntas que respuestas.