Un nudo helado en el estómago

Hostal Modesto, Calles Anónimas de la Ciudad de México

La despedida de Ruth Cerezo había sido un trago agridulce. Les había entregado copias digitales de los hallazgos más cruciales de Jacobo Grinberg, un tesoro de conocimiento prohibido que ahora pesaba en sus manos como si estuviera forjado en plomo puro, pero también les había transmitido la angustia palpable por sus alumnos talentosos que habían desaparecido en Cancún, sembrando en ellos, sin querer, una nueva y urgente conexión con ese distante epicentro del caos.

Ahora, en la relativa anonimidad de un hostal pequeño y visiblemente desgastado por el tiempo, en un barrio tranquilo de la inmensa y devoradora Ciudad de México, Seraphina y Rafael se sentían como náufragos en un océano de incertidumbre sin orillas. La habitación era austera, casi monacal; el ruido incesante de la ciudad, una marea constante más allá de la única ventana con rejas. El largo viaje en carro que aún les esperaba, ya fuera hacia el norte, a la misteriosa Tampico, o hacia el sureste tropical, a la peligrosa Cancún, se cernía sobre ellos como una prueba más a su ya mermada resistencia física y espiritual.

Seraphina se sentó en el borde de la cama desvencijada, el colchón hundiéndose bajo su peso con un quejido cansado. Contempló el mapa de la República Mexicana que habían extendido sobre una mesa coja y manchada de café. "¿Qué hacemos ahora, Rafael?" Su voz era un susurro, cargado de la fatiga de días de tensión y la pena profunda que no encontraba consuelo.

El recuerdo de Eleonora, la verdadera Eleonora, la abuela de Aria, su sabia mentora y querida amiga, era una herida que las recientes y aterradoras revelaciones de Grinberg solo habían avivado, volviéndola más dolorosa. ¿Qué fue de ti, querida Eleonora? pensó Seraphina, sus dedos trazando inconscientemente un antiguo glifo de protección de la Hermandad sobre la colcha gastada. La Guardiana de tantos niños con dones, la portadora de una luz tan pura... ¿Dónde te llevaron esos monstruos sin alma que temían tu sabiduría, tu conexión con Gaia? ¿En qué olvidada prisión del Consorcio, o de esas Trece Familias que ahora sabemos que mueven los hilos, languideciste hasta el final? ¿O fue tu luz demasiado brillante incluso para su oscuridad y te extinguieron sin más contemplaciones?

Y luego, el pensamiento que era una constante y silenciosa tortura, el que nunca la abandonaba: Aria. "Nuestra pequeña niña," su corazón se encogió dolorosamente. "Casi veinte años... veinte años sin saber nada concreto, sin una sola noticia fidedigna, solo fragmentos de información de la Hermandad, susurros, esperanzas tejidas con los hilos más delgados de la desesperación. La dejamos tan pequeña, tan vulnerable, confiando ciegamente en que Eleonora, con su poder y su amor, la mantendría a salvo. Y ahora... ahora descubrimos que la propia Eleonora también fue una víctima. ¿Cómo pudo nuestra amiga permitir que nuestra Aria se perdiera así, después de tantos años bajo su ala protectora en Umbría, si es que alguna vez llegó allí? ¿O fue Umbría misma la que te falló, Eleonora, y a nuestra hija contigo?" La incertidumbre era un veneno lento.

Se giró hacia Rafael, que caminaba de un lado a otro de la pequeña habitación como un jaguar enjaulado, la energía contenida vibrando en él. "Diego," usó su nombre más íntimo, "si Eleonora, nuestra Eleonora, con todo su poder y su inmensa sabiduría, fue... incapacitada de alguna manera por estas fuerzas oscuras, ¿qué esperanza real tenemos nosotros de encontrar a Aria en medio de este caos mundial?"

Rafael se detuvo, su rostro una máscara de conflicto. Él también estaba perdido en el laberinto de sus propios temores y cálculos estratégicos.

"Tampico..." pensó, deteniéndose ante la ventana para mirar sin ver el bullicio indiferente de la calle. "Lo que Grinberg descubrió allí... Porfirio Díaz, los OVNIs, una posible base alienígena activa... Podría ser la clave para entender la profundidad de la infiltración enemiga en nuestro mundo, para identificar a los verdaderos amos de esas Trece Familias, quizás incluso para encontrar una debilidad en sus protectores estelares, si es que los tienen. Es el camino de la investigación, de la verdad fría y dura que podría darnos armas para luchar." Este sendero apelaba a su instinto de guerrero, a su necesidad de comprender la naturaleza del enemigo para poder enfrentarlo.

"Pero Cancún..." Su mirada se suavizó imperceptiblemente, y un dolor profundo, el dolor de un padre, se reflejó en sus ojos. "Ruth Cerezo fue muy clara. Sus mejores alumnos, los que llevaban la antorcha del conocimiento de Grinberg sobre la Rejilla, estaban allí, en Cancún. Y nuestra propia inteligencia de la Hermandad Blanca, por muy fragmentaria y desesperada que sea ahora, también apunta a Cancún como el epicentro de la resistencia mágica actual contra... todo este horror que se ha desatado." La esperanza, frágil pero persistente, luchaba contra la lógica. "Si Aria está viva, si está luchando con la magia que heredó de Seraphina y de la abuela Eleonora... es allí donde más probablemente la encontraremos. O al menos, allí podríamos encontrar a aquellos que la conocen ahora, que luchan a su lado."

Detuvo su caminar y miró a Seraphina, su rostro reflejando la misma angustia que veía en el de ella. "La duda me está desgarrando por dentro, mi amor," dijo finalmente, su voz ronca por la emoción contenida. "¿Debemos seguir el rastro frío y peligroso de una conspiración de un siglo en Tampico, con la remota esperanza de encontrar una verdad que nos ayude a largo plazo, una verdad que quizás ya sea demasiado tarde para usar contra nuestros enemigos? ¿O debemos arriesgarnos a ir a Cancún, al ojo mismo de la tormenta actual, a esa selva donde, según Ruth y nuestras propias leyendas más antiguas, probablemente aún se conserva esa magia ancestral y escondida, con la esperanza, por infinitesimal que sea, de encontrar a nuestra Aria... o al menos, a alguien que sepa de ella, que pueda decirnos si aún respira, si aún mantiene su luz encendida?"

"Casi veinte años sin noticias certeras," susurró Seraphina, y una lágrima solitaria, largamente contenida, finalmente escapó, trazando un surco ardiente en el polvo de su mejilla. "Veinte años imaginando su rostro en mis sueños, escuchando el eco de su risa de bebé, sintiendo el peso fantasma de su pequeño cuerpo en mis brazos. No sé si podría soportar estar tan cerca, saber que hay una posibilidad, por remota que sea, de encontrarla en Cancún, y elegir otro camino, por muy 'lógicamente estratégico' que parezca."

Rafael la abrazó con fuerza, sintiendo el temblor de su cuerpo contra el suyo. El estratega, el guerrero implacable de la Hermandad Blanca, se desvaneció por un doloroso instante, dejando solo al padre, al esposo, con el corazón igualmente roto y la misma necesidad desesperada. "Lo sé, mi vida. Lo sé perfectamente," murmuró contra su cabello. "Nuestra hija es lo primero. Siempre lo ha sido. Siempre lo será."

Se separaron lentamente, mirándose a los ojos con una comprensión silenciosa. La decisión, aunque no pronunciada en voz alta, estaba tomada, sellada por el amor y la angustia de dos décadas. El rastro de Grinberg en Tampico, por crucial que pudiera ser para entender la profundidad del complot enemigo, podía esperar. Su corazón, su alma, todos sus instintos los llamaban con una fuerza irresistible hacia el sureste, hacia Cancún, hacia la posibilidad, por remota y peligrosa que fuera, de reencontrarse con Aria.

El miedo seguía allí, un nudo helado en el estómago, pero ahora estaba teñido de una determinación feroz, casi temeraria. Se enfrentarían a lo que fuera necesario. La búsqueda de su hija, la necesidad de protegerla de los horrores que ahora conocían, era el único faro en la oscuridad de un mundo al borde del colapso total.