Búnker Secreto Bajo los Alpes Suizos -
La sala de interrogatorios en el búnker de las Trece Familias permanecía en un silencio tenso. Isabel y Ricardo, los magos de la Hermandad Blanca de Querétaro, habían escuchado con una mezcla de desafío y una creciente comprensión la desesperación apenas disimulada en las preguntas de sus poderosos captores. Sabían que tenían en sus manos un conocimiento que estos amos del mundo ahora deseaban más que cualquier tesoro o poder terrenal: la comprensión de las fuerzas cósmicas ancestrales y las profecías que parecían estar cumpliéndose con una exactitud aterradora.
"Entendemos su... apuro," dijo Isabel finalmente, su voz tranquila pero con un dejo de acero. Ella y Ricardo habían cruzado una mirada rápida y cargada de significado mientras El Director y los otros miembros del Consejo los presionaban. Habían llegado a un acuerdo silencioso. A pesar de tener la información que los trece necesitaban, decidieron ser sumamente cuidadosos al momento de jugar sus cartas.
"La magnitud de lo que enfrenta la Tierra es... enorme," continuó Ricardo, su mirada recorriendo los rostros holográficos de los líderes mundiales, figuras que normalmente inspirarían temor pero que ahora mostraban fisuras de incertidumbre. "Y el conocimiento para navegar esta tormenta no se entrega así como así, especialmente a aquellos que han demostrado ser... poco de fiar con el poder que ya manejan."
Lord Ashworth frunció el ceño, un gesto de impaciencia. "¿Acaso están ustedes en posición de negociar, magos?"
"Siempre estamos en posición de elegir el sendero de la sabiduría, Lord Ashworth," replicó Isabel con una calma que lo descolocó. "Y la sabiduría nos dice que el conocimiento verdadero debe compartirse con aquellos que demuestren un compromiso genuino con la supervivencia, no solo la propia, sino la del planeta y todos sus habitantes." Hizo una pausa, dejando que sus palabras calaran. "Les diremos qué es lo que realmente está pasando, qué fuerzas ancestrales están de verdad en juego, qué dicen nuestras profecías más profundas sobre este ciclo de caos y transformación. Pero tenemos una condición."
Los miembros del Consejo en la pantalla intercambiaron miradas tensas, algunas de incredulidad, otras de fría evaluación. "Hablen," ordenó la voz metálica de El Director, rompiendo el silencio.
"Liberarán a todos nuestros hermanos y hermanas de la Hermandad Blanca que aún tienen prisioneros en estas... instalaciones, o en cualquier otra cárcel secreta que ustedes manejen," dijo Ricardo con firmeza, su voz ganando fuerza. "Y, más importante aún para el equilibrio de energías que se necesita en estos momentos, liberarán y nos entregarán, bajo nuestra custodia y cuidado, a la Anciana de Luz, la antigua y sabia Bruja Eleonora."
Un murmullo de sorpresa y deliberación recorrió las conexiones holográficas. El nombre de Eleonora, una figura legendaria en ciertos círculos ocultos por su magia pura y su conexión con Gaia, era conocido por los Ancianos del Consejo como un "activo" de inmenso potencial, una guardiana de linajes y secretos que habían intentado explotar o, en su defecto, suprimir durante décadas.
"Sabemos que la tienen prisionera," afirmó Isabel, su voz sin un ápice de temblor. "Sabemos que ha languidecido en sus calabozos por casi veinte años, desde que fue... 'removida' de su santuario en el Bosque de la Primavera. Y sabemos, por los ecos que percibimos en la Rejilla de la Vida, que su luz se está apagando. Ella ya no puede seguir viviendo en las condiciones inhumanas a las que ustedes la han sometido, ni un día más. Su sabiduría, su profunda conexión con el espíritu de este planeta, es crucial ahora, más que nunca en la historia del mundo."
Hubo un largo y tenso silencio. Las Trece Familias sopesaron la demanda con la frialdad de jugadores de ajedrez cósmico. Liberar a un grupo de magos poderosos de la Hermandad Blanca, y especialmente a una figura tan legendaria y potencialmente influyente como Eleonora, era un riesgo monumental. Pero la información que estos dos prisioneros ofrecían, la posible clave para entender y sobrevivir a la locura de Cthulhu y los Netlin, era quizás invaluable.
Finalmente, la voz de El Director cortó la tensión. "La situación es... extraordinaria. Su audacia también lo es. Tras pensarlo mucho, y considerando la extrema gravedad de la crisis planetaria que todos enfrentamos, aceptamos su condición. Se harán los arreglos necesarios para la liberación de la Anciana Eleonora y para una revisión expedita de los casos de otros prisioneros afiliados a su... 'Hermandad'... a cambio, por supuesto, de su cooperación total, veraz e inmediata. Pero no jueguen con nosotros, magos. Nuestra paciencia es ahora inexistente, y nuestros recursos para extraer la verdad por otros métodos, como bien saben, son ilimitados y extremadamente... desagradables."
Isabel y Ricardo asintieron, un tenue alivio mezclado con la gravedad de la situación reflejándose en sus rostros. El primer y más difícil paso estaba dado.
"Muy bien," dijo Ricardo, su voz ahora resonando con la autoridad de un portador de conocimiento antiguo y olvidado. "Para que ustedes comprendan la verdadera naturaleza de la guerra que se libra, y el papel fundamental que la humanidad, y la propia Terra, juega en ella, deben remontarse mucho más atrás en el tiempo de lo que sus libros de historia o incluso los fragmentados anales Anunnaki se atreven a registrar."
Isabel continuó, sus ojos violetas brillando con una luz lejana, como si contemplara eras perdidas. "Deben entender a los primeros humanos, aquellos que florecieron en el continente sagrado de Lemuria, en la inmensidad del vasto océano Pacífico. Fue un pasado mucho más perfecto y armonioso de los humanos, una era de conexión directa y consciente con Gaia, con la Rejilla Universal, con el K'uh que es el aliento de toda la creación. Una era de paz y sabiduría que sus anales Anunnaki, o los de ese tal Enki que ahora los asesora, apenas si rozan, porque incluso para ellos es casi un mito, una leyenda velada."
El Barón Von Hess soltó un bufido impaciente desde su conexión holográfica. "Lemuria... cuentos para chamaquitos y soñadores. Las Trece Familias tenemos muy poca información verificable sobre tales fantasías, más allá de los delirios de ocultistas de salón del siglo diecinueve."
"No son fantasías, Barón," replicó Ricardo con una calma que desarmaba. "Sino historia borrada deliberadamente de la memoria colectiva de su especie por aquellos que siempre han temido su verdadero potencial. Y para entender a los Mayas y a los Toltecas de este continente, y su profunda conexión con los 'dioses' que ahora regresan para atormentarlos o reclamarlos, deben saber que los primeros sabios de esas líneas, los portadores originales de su cosmogonía, venían de Mu."
"Un continente que también se hundió bajo las olas del Pacífico," añadió Isabel, su voz adquiriendo un tono casi de lamento, "pero mucho más antiguo que la misma Atlántida, la cual fue solo un reflejo tardío y más tecnológicamente ambicioso, pero espiritualmente disminuido, de la sabiduría primordial de Mu. Mu fue la cuna de la humanidad consciente en este planeta, antes de las grandes guerras estelares y las intervenciones genéticas que fragmentaron su herencia original. Y sus sobrevivientes, tras el Gran Cataclismo que la borró de la faz de la Tierra, llevaron la semilla de su conocimiento y su sangre a todos los rincones del mundo, incluyendo lo que hoy ustedes llaman Mesoamérica, sentando así las bases para las grandes culturas que luego florecieron y, a menudo, cayeron bajo la influencia de los 'dioses' que vinieron del cielo."
Un nuevo silencio, esta vez de asombro y una creciente inquietud, se instaló en la sala de guerra de las Trece Familias. La historia que Isabel y Ricardo comenzaban a desvelar era mucho más antigua, mucho más extraña y mucho más fundamental de lo que jamás habían imaginado. Lemuria... Mu... continentes perdidos, una humanidad primigenia de grandes poderes y una conexión espiritual perdida... Las piezas del rompecabezas cósmico eran más numerosas y estaban más interconectadas de lo que sus mentes, entrenadas en el poder terrenal y la manipulación financiera, podían procesar con facilidad. Pero la necesidad de saber más, de entender el verdadero origen de la crisis que los ahogaba, era ahora una sed devoradora.