Capítulo 3 — Hombres sin escudo

Campamento de reclutas, Galia Cisalpina — 57 a.C.

Nada más cruzar la empalizada, el olor a cuero, tierra pisoteada y sudor humano se hizo espeso. Las tiendas de campaña estaban alineadas como los surcos de un campo sembrado por manos romanas. Todo parecía provisional, pero estaba perfectamente ordenado. Como si incluso el barro supiera su lugar.

A Sextus lo llevaron a una tienda donde ya había otros tres jóvenes. El centurión a cargo no se molestó en preguntar nombres. Simplemente señaló:

—Esta será vuestra contubernia. Ocho hombres por tienda. Aprended a convivir. Si uno falla, caéis todos.

Y se fue sin más.

Los tres lo miraron mientras entraba y dejaba su bolsa. Ninguno parecía mayor de veinte.

—¿Tú también has dejado el arado por la lanza? —preguntó el más alto, con sonrisa burlona y pelo rizado—. Yo soy Gaius. De las colinas de Arretium.

—Sextus —respondió—. De cerca de Nursia. Tierra seca.

—Toda Italia es tierra seca este año —dijo el segundo, más delgado, de voz grave—. Titus. Hijo de un alfarero. Yo rompía más vasijas de las que vendía. Así que ahora romperé galos, supongo.

El tercero, que parecía el más joven, solo murmuró:

—Yo soy Marcus.

—¿Y de dónde vienes, Marcus? —preguntó Gaius.

—De Roma. Del Transtiberim —respondió bajito—. Me cogieron después de un robo… o me metía en la legión, o…

—O acababas colgado de un poste —completó Titus, sin dureza.

Hubo un breve silencio. No de incomodidad, sino de comprensión. Cada uno venía con su propio peso. El campamento no pedía explicaciones.

—¿Creéis que lucharemos pronto? —preguntó Marcus, mirando el suelo.

—César no ha formado esta legión para que plantemos viñedos —respondió Gaius.

—¿Lo habéis visto alguna vez? —preguntó Sextus.

—Dicen que es más listo que el Senado entero. Que da oro a los soldados y discursos al pueblo. Que cuando habla, incluso los lobos se callan —dijo Titus, medio en serio.

—Yo solo quiero que no me maten en la primera semana —dijo Marcus, intentando sonreír.

—Pues procura no dormirte mientras ronco —añadió Gaius, tumbándose con teatralidad.

Esa noche no hubo entrenamiento. Solo ruidos nuevos, camas duras y pensamientos revueltos. Pero por primera vez en días, Sextus sintió que no estaba solo.

Eran jóvenes. Sin escudo, sin gloria, sin historia.Pero en ese momento, ya eran hombres de la Legión XIII.