Capítulo 13 — Bajo la mirada del lobo

Campamento de reclutas, Galia Cisalpina — Amanecer, semana 7

El optio Varro entró en la tienda antes de que saliera el sol. No gritó. No golpeó. Solo apartó la lona y señaló con la barbilla.

—Tú. Sextus. Fuera.

Sextus se levantó sin preguntar. Los demás lo miraron en silencio. Gaius le susurró al oído mientras pasaba:

—Si te hacen centurión antes de que desayunemos, me debes la mitad de tu paga.

Sextus no respondió. Afuera, el frío le mordía la piel. Varro caminaba por delante, en silencio, como si lo guiara al patíbulo. Cruzaron el campamento sin hablar, sin detenerse, hasta llegar a la tienda con la enseña roja del centurión.

Varro se detuvo, lo miró por primera vez.

—No hables si no te lo piden. No mires sin permiso. Respira si puedes.

Levantó la lona.

Dentro, Lucius Cassius Scaeva estaba de pie. No llevaba armadura, solo una túnica corta, el gladius al cinto y las manos cruzadas a la espalda. Su rostro era pétreo. Sus ojos, dos sombras clavadas en los de Sextus.

El joven entró y se cuadró como había aprendido.

Scaeva lo recorrió con la mirada. No dijo nada durante varios latidos eternos. Caminó en torno a él una sola vez, despacio, como un cazador que olfatea la presa. Luego, se detuvo frente a él.

Sextus notó que quería decir algo. Preguntar. Justificarse. Pero algo más fuerte lo mantenía en silencio.

Finalmente, Scaeva habló. Una sola frase:

—Vuelve a tu tienda.

Sextus parpadeó. No entendía.

—Ahora.

Obedeció. No preguntó. Salió sin mirar atrás.

Varro, que lo esperaba fuera, sonrió apenas. Una mueca entre cansancio y aprobación.

—No todos salen sin un grito. O sin una herida.

—No ha dicho nada —dijo Sextus.

—Lo hará —respondió Varro—. Cuando de verdad quiera saber de ti.

Ese día, durante los entrenamientos, Sextus sintió una presencia distinta. En lo alto del campamento, bajo la sombra del águila, Scaeva observaba. No corregía. No intervenía. Solo miraba. Y sus ojos, cuando se posaban sobre él, pesaban más que cualquier espada.