Capítulo 18 — La carga del mando

Bosque al este del campamento — Semana 9, mañana

El camino al bosque fue corto, pero tenso.

Sextus marchaba al frente con la tablilla en la mano y los ojos atentos. No llevaba más equipo que el resto, ni una marca visible que lo distinguiera como superior. Solo el peso invisible de una orden directa de Scaeva… y cinco pares de ojos esperando que fallara.

Los nombres los había aprendido de memoria. Y ya en los primeros pasos, entendió por qué el centurión los había elegido.

Aulus, alto, de paso perezoso, se quejaba en voz baja desde el inicio.

Drusus, con mirada burlona y sonrisa ladeada, hacía preguntas innecesarias solo para provocar.

—¿Y si encontramos lobos? ¿También quieres que les digamos “no griten y no se peleen”?

Sextus no respondió. No aún.

Los otros tres —Spurius, Decimus y Nerva— caminaban en silencio. Ni destacaban ni entorpecían. Solo querían volver pronto y sin castigo.

Cuando llegaron a la zona de tala, Sextus dio la orden:

—En grupos de dos. Escudos a un lado, armas a la vista. Cortad ramas gruesas, nada de arbustos. Que no se rompan al cargar.

Aulus se sentó en una roca.

—Podéis empezar vosotros. Yo vigilo que no venga nadie.

—No hemos venido a vigilar —dijo Spurius.

—¡No le hables así! —interrumpió Drusus—. Él es nuestro superior, ¿no?

Sextus se giró. Habló por fin. Su voz era firme, pero no elevada.

—Cortad o regresad al campamento y explicadle al optio por qué el carro volverá vacío.

Drusus escupió a un lado.

—¿Eso es una amenaza?

—No —dijo Sextus—. Es tu decisión.

El grupo se dispersó, a regañadientes. Cada uno trabajó con más o menos ganas. El sonido de ramas, hachas y quejas llenó el aire durante casi una hora.

Entonces, el incidente ocurrió.

Aulus, distraído, tropezó y cayó con una rama bajo el brazo. No era grave. Pero al caer, su pierna quedó atrapada entre dos raíces y el grito hizo eco en el bosque.

Los demás se detuvieron.

Drusus soltó una carcajada.

—Mira que eres torpe, campesino…

—¡Me duele! —gritó Aulus—. ¡No puedo moverla!

Sextus se acercó corriendo. No preguntó. No gritó. Se arrodilló, examinó la pierna y con la ayuda de Nerva y Spurius, levantó el tronco que lo atrapaba. Luego rompió su propio cinturón de carga y lo usó para fijar la pierna.

—Nerva —ordenó—, corta una rama recta. Spurius, ayúdame a levantarlo. Decimus, haz de poste trasero. Lo llevaremos entre todos.

—¿Y qué hay de la leña? —preguntó Drusus, aún en tono burlón.

Sextus lo miró.

—O la cargas tú solo, o le explicas al centurión por qué el lesionado volvió antes que tú.

Drusus tragó saliva. No respondió.

Cuando llegaron al campamento, cargando a Aulus entre cuatro, todos estaban cubiertos de sudor. La leña, aún atada, venía detrás… en los hombros de Drusus.

Scaeva observaba desde la distancia. No dijo nada. Pero Varro se acercó a Sextus al pasar.

—Uno lesionado. Uno obedeciendo. Tres cumpliendo.—Y tú —añadió—, liderando.

Sextus asintió sin decir una palabra.El mando no había sido otorgado.Lo había ganado.