Campamento de reclutas, Galia Cisalpina — Semana 9, anochecer
El regreso fue sin ceremonia. Dejaron la leña apilada junto a los barriles y llevaron a Aulus a los sanitarios del campamento. El optio Varro habló con el centurión en privado. Sextus no oyó una palabra. Pero al día siguiente, lo supo.
Porque todo cambió.
Cuando entró en formación, no tuvo que buscar sitio. Spurius ya se había apartado medio paso. Le dejó espacio como se le deja a alguien que se ha ganado estar ahí.
Drusus no dijo nada. No pidió perdón. Pero cuando cruzaron miradas, no lo sostuvo. Y eso, en la Legión, ya era una forma de rendirse.
Durante el entrenamiento, el veterano instructor de espada —ese que nunca corregía dos veces— asintió una sola vez tras ver el movimiento de Sextus. Luego siguió como si nada. Pero Varro lo había visto. Y eso bastaba.
En el comedor, Marcus lo apartó con el codo mientras otros hablaban.
—Se dice que el centurión te mira como a uno de sus.
—No soy uno de nadie —respondió Sextus.
—Pues deberías saber que esa frase se parece mucho a algo que diría uno de ellos.
Gaius y Titus no decían mucho. Pero ya no era burla lo que flotaba entre ellos. Era otra cosa. Como si lo hubieran aceptado como igual… pero también supieran que ya estaba un paso más allá.
Esa noche, mientras se tumbaba bajo la lona de la tienda, Sextus sintió que por primera vez, el silencio no pesaba. Ya no era soledad. Era respeto.
No tenía galones. Ni títulos. Ni promesas.
Pero tenía algo más difícil de ganar en la Legión XIII:un nombre que los demás empezaban a recordar.