Campamento de reclutas, Galia Cisalpina — Final de la semana 12
La etapa de los errores básicos había quedado atrás. Ya no eran reclutas. Eran soldados. No en nombre, sino en hábito: marchaban como bloques, obedecían señales, dormían como si el mundo no pudiera despertarlos.
Aquel día, los despertaron antes del alba. Cuando llegaron al campo abierto al sur del campamento, vieron lo que les esperaba:
dos cohortes completas, armadas, formadas y alineadas en extremos opuestos del terreno.
El instructor de la cicatriz habló desde un promontorio:
—Ejercicio de campaña. Cohorte I: ofensiva. Cohorte II: defensa. Terreno dividido por el arroyo seco. El objetivo: controlar la colina central antes de la segunda señal del cuerno.
Sextus formaba parte de la Cohorte I, designada atacante. Su centuria era la segunda del flanco derecho. Aún sin rango, pero ya todos sabían su nombre. Incluso el centurión de la cohorte le dirigía órdenes con el tono que se reserva a los que importan.
El plan era claro: dos centurias presionarían al frente, una avanzaría por el flanco opuesto, y la suya maniobraría en reserva para apoyar donde hiciera falta.
Desde la línea, Sextus veía el perfil irregular del terreno. La colina no era alta, pero sí escarpada. La defensa tenía ventaja. La cuestión sería cómo romperla sin dejar grietas.
Cuando sonó el cuerno, comenzaron a avanzar en orden cerrado. El polvo se levantaba bajo las sandalias claveteadas. Cada centuria tenía su optio al frente, pero los legionarios leían los movimientos del resto como si fueran reflejos compartidos.
La cohorte defensora resistió bien los primeros empujes. Entonces llegó la orden:
—¡Centuria dos, apoyo a la izquierda! ¡Desplegar en cuña y tomar el flanco!
El optio dio la instrucción sin dudar, pero fue Sextus quien la ejecutó. Con rapidez, tomó la primera fila y organizó la formación mientras el optio aseguraba la retaguardia.
Avanzaron por el flanco, protegidos por la vegetación baja. Cuando los defensores giraron para interceptarlos, ya era tarde. La centuria de Sextus rompió la línea enemiga con disciplina y fuerza, empujando escudos, gritando en seco, aguantando sin retroceder.
A los pocos minutos, sonó el cuerno.
Ejercicio finalizado.
El polvo aún flotaba cuando regresaron al campamento.
Sextus estaba cubierto de tierra, pero no dijo una palabra. Sabía que lo habían visto. Sabía que ya no era simplemente el “soldado con buen instinto”.
Uno de los veteranos que observaba se cruzó con él y, sin detenerse, soltó:
—Ese tipo de iniciativa no se entrena. Se descubre.
Sextus no respondió. Solo ajustó el cinto del gladius y siguió andando.
Más que un entrenamiento, aquella jornada había sido una señal.
Y alguien la había recibido.