Capítulo 28 — A un paso del acero

Campamento de reclutas, Galia Cisalpina — Semana 15, anochecer

El aire olía a cuero, a aceite de armas, a tierra removida. Pero también… a algo más.

No había órdenes. No había formación esa noche. Solo silencio en las tiendas, el tipo de silencio que no es descanso, sino espera.

Sextus estaba sentado junto al brasero, limpiando el filo de su gladius con un paño seco. A su alrededor, Atticus, Veturius, Nerva y Faustus compartían la misma quietud, cada uno ocupado en algo mecánico: afilar, revisar, callar.

Fue Nerva quien rompió la quietud.

—¿Cuánto creéis que falta?

Veturius respondió sin levantar la vista.

—Una semana, tal vez. Dos.El legado ya ha despachado mensajeros al norte. El puente del Arar está casi listo.

Faustus suspiró.

—Entonces esto se acaba. La instrucción, digo.

Sextus alzó la mirada. No dijo nada aún.

Atticus se limitó a escupir a un lado y clavar la hoja de su pilum en la tierra.

—¿Y qué creéis que viene después?

—Muerte —dijo Nerva, encogiéndose de hombros—. O gloria. Lo de siempre.

Veturius rió sin humor.

—O las dos.

Hubo un silencio breve. Después, Faustus habló con la voz más baja.

—¿Tenéis miedo?

Ninguno respondió de inmediato.Atticus, por una vez, no contestó con arrogancia.

—No lo sé.Pero por primera vez… ya no estoy seguro de que todo esto sea una prueba más.

Sextus bajó la mirada a su espada. No era nueva. Tenía marcas, grietas, pequeñas mellas. Como ellos.

—Ya no hay instructores esperando al final del camino.Solo enemigos. Y compañeros.

Nerva levantó la cabeza.

—Eso es lo único que me calma.Que cuando marche, no voy con extraños.

El brasero crepitó. Una chispa saltó. Nadie la miró.

—Sea lo que sea —dijo Sextus al fin—, que venga pronto.

Aquella noche no soñaron con casa, ni con victoria.Solo con el suelo bajo los pies.Y el sonido de botas avanzando.Cada vez más cerca.