Capítulo 30 — El juego de los cónsules

Provincia Transalpina — Primavera del año 58 a.C.

En Roma, las guerras no siempre empiezan con espadas.A veces lo hacen con discursos.Y con deudas.

Cayo Julio César, cónsul apenas un año antes, no era un general por tradición. Lo era por necesidad.

Había terminado su consulado sin gloria militar, y sin gloria… no hay poder duradero. Tenía enemigos en el Senado, deudas con prestamistas, y una reputación que aún debía igualar a la de Pompeyo o Craso.

La Galia ofrecía una salida. Y una oportunidad.

Como procónsul, César había recibido el mando de la Galia Cisalpina y la Iliria.Pero pronto, mediante alianzas políticas, logró añadir la Galia Narbonense.Con ese movimiento, controlaba la frontera entera del mundo romano hacia el norte.

Era cuestión de tiempo que encontrara un motivo para expandirse más allá.

Y ese motivo llegó con los helvecios.

Los helvecios —una confederación tribal del actual territorio suizo— habían decidido migrar hacia el oeste. Más de 300.000 personas, con armas, carros y ganado. Su ruta pasaba cerca de la Provincia romana. Su número era una amenaza.

César lo vio claro: era su justificación perfecta.

Convocó a las legiones. Reunió a la recién formada Legión XIII, joven pero disciplinada.Levantó campamentos, aseguró puentes, envió mensajeros a las tribus aliadas.

Y mientras los senadores discutían su legalidad, él ya movía tropas.

Pero la Galia era más que los helvecios. Era un puzle de tribus divididas, orgullosas, traicionadas una y otra vez por Roma y entre ellas.César planeaba usarlas.Aliarse con unas, vencer a otras, y poco a poco presentar su expansión como una cruzada de orden frente al caos tribal.

Con cada victoria, su gloria crecía.Con cada enemigo vencido, su poder político se consolidaba.

No luchaba solo por Roma.

Luchaba por su nombre.Y por un futuro donde él dictaría las reglas.

Mientras tanto, en el campamento de la Legión XIII, nadie conocía todos estos detalles.

Pero sabían que algo grande estaba en marcha.Y que si seguían a César… no volverían siendo los mismos.