Campamento de la Legión XIII — Amanecer del día de partida
El cuerno sonó. Esta vez sí.
Largo, profundo, sostenido.El sonido que marcaba el primer paso de una legión rumbo al mundo exterior.
Los estandartes fueron descubiertos. El águila dorada brilló bajo la luz del alba. Las cohortes formaron, columna tras columna. El polvo aún no se levantaba, pero los corazones ya marchaban.
Sextus sentía cada hebilla, cada bota, cada aliento. Su grupo estaba firme. Faustus revisaba por última vez la formación. Veturius escupía en la palma como si fuera ritual. Atticus no hablaba.
“Por fin”, murmuró Nerva.“Ahora empieza la historia.”
Pero no fue la historia lo que vino.Fue un grito.
Desde el flanco norte del campamento llegó un clamor distinto:no ordenado, no ceremonial.Un alarido.
Luego, otro.Y después el cuerno… el otro cuerno: el que no señala marcha, sino alerta.
El legado aún no había dado la orden de avanzar, pero los optios ya se movían. Los hombres de la segunda cohorte fueron girados de inmediato hacia la empalizada.
—¡A las armas! ¡Formad en línea defensiva!
Sextus giró junto a los suyos sin pensar. El instinto de la instrucción era más rápido que la confusión.A lo lejos, tras el polvo… figuras.
Una docena de hombres. Armados, sucios, con escudos toscos y aspecto desesperado.No era un ejército. Era un intento.
Veturius murmuró:
—Forajidos. O desertores de otra legión.
Atacaban como un golpe seco. Sin táctica. Sin esperanza.
Los proyectiles romanos salieron primero: jabalinas, piedras, tres flechas.Luego, una orden clara:
—¡Repelad y no persigáis!
Duró poco.Cinco cayeron. Tres huyeron. Cuatro fueron capturados.
Pero el polvo ya se había alzado. No por la marcha… sino por la sangre.
Horas después, con la calma restablecida, el legado habló ante las cohortes reunidas.
—El mundo fuera del campamento no espera vuestra ceremonia.No pregunta si estáis listos.Hoy habéis visto lo que os espera.No una gran batalla. Sino la incertidumbre constante.Marcháis esta tarde. Sin retraso.
Sextus, aún con el sudor seco y el escudo marcado por un golpe mal bloqueado, miró a los suyos.
Ya no había solemnidad.Solo pasos.
Pasos que, ahora sí, cruzaban la frontera.