Capítulo 33 — Hacia los pasos del norte

Ruta entre el Ródano y Genava — Tarde del día de partida

No hubo discursos cuando partieron.

El cuerno sonó, las cohortes se pusieron en marcha… y el campamento quedó atrás como si jamás hubiera existido. Ni una mirada. Ni un gesto. Solo pasos.

La legión avanzaba hacia el noreste, siguiendo la línea del Ródano, en dirección a los pasos del norte. Allí, en los valles de Genava, los helvecios habían comenzado su movimiento masivo, cruzando tierras aliadas y romanas como si fueran suyas. César los quería detener. Y ellos eran el muro que se levantaría ante esa marea.

El sol bajaba lento, proyectando sombras largas entre las colinas. El polvo comenzó a levantarse con las primeras pisadas, y no tardó en cubrir los rostros, las manos, las correas de cuero. El sudor lo convertía en barro sobre la piel. Y aún quedaban leguas.

Sextus marchaba al frente de su grupo. No hablaban. El crujir de las sandalias claveteadas sobre la tierra era su única música.Cada tanto, un optio daba una orden seca.Cambios de formación. Ritmo. Descanso breve.

La marcha no era brutal, pero era constante.Y eso… cansa más.

Nerva ya jadeaba al tercer tramo. Faustus había perdido una correa. Veturius caminaba con el ceño fruncido, como si buscara sentido en cada piedra del camino.

Atticus, fiel a su carácter, murmuró al pasar junto a Sextus:

—Pensaba que el norte olería a guerra. Pero de momento, huele a pies.

Sextus no respondió.Él no pensaba en el olor.Pensaba en lo que había más allá de los ríos: tribus moviéndose con carros, ancianos, guerreros, mujeres… una migración armada.Y ellos… eran los encargados de pararla.

Al anochecer, tras casi seis horas de avance, llegó la orden de alto.

No acamparon del todo. Solo formaron una línea defensiva leve, dejaron a los centinelas y se les permitió descansar con el escudo como almohada y el pilum al alcance de la mano.

Esa noche no hubo tiendas.

Solo cielo abierto, sudor seco, y el sonido lejano de los grillos.

Sextus no dormía.

Observaba el bosque.El humo de pequeñas fogatas dispersas.Y el temblor leve en las piernas de sus hombres, ya tendidos junto a él.

Entonces, por primera vez desde que marcharon, habló en voz baja:

—Esto no es guerra aún.Pero ya no es paz.

Ninguno respondió.Y sin embargo, todos lo escucharon.