Riberas del Ródano — Al día siguiente
La mañana era brumosa. El Ródano fluía lento, como si también esperara. La XIII se mantenía en posición, fortificando la línea con pequeñas empalizadas y zanjas poco profundas. No se hablaba mucho. Se cavaba, se reforzaba. Se aguardaba.
Fue cerca del mediodía cuando el cuerno sonó dos veces.No era una alarma. Era señal de presencia diplomática.
Un destacamento se formó en el camino. Los escudos no estaban listos para la guerra, pero tampoco bajados en gesto de bienvenida.Al frente de la columna, aparecieron seis figuras a pie, sin armas visibles. Uno llevaba un estandarte con un símbolo tribal bordado en tela azul oscuro.Era la segunda embajada helvecia.
Desde su posición junto al foso, Sextus alzó la mirada.
—¿Otra vez? —murmuró Faustus.
—No quieren cruzar por la fuerza —dijo Veturius—. Quieren que parezca que lo intentaron todo antes.
Sextus no dijo nada, pero sabía que Veturius tenía razón. Los helvecios querían tiempo, no permiso.
Los enviados fueron recibidos en una tienda menor, no en la de César. A diferencia de la primera vez, no hubo gestos de cortesía. El centurión encargado del protocolo ni siquiera ofreció agua.
Scaeva observaba desde la distancia. A su lado, el optio Varro cruzó los brazos.
—¿Y si esta vez dicen que pasarán igual?
—Entonces cruzarán —respondió Scaeva—. Pero no por el puente.Sino por encima de nuestros muertos.
Horas después, los enviados salieron. Su rostro era impasible, pero su paso más rápido. No había respuesta escrita, ni gesto de acuerdo.Solo el eco del cuerno al marcharse…y el puente aún en llamas.
Esa noche, los rumores corrían más rápido que las órdenes. Algunos decían que los helvecios ya habían empezado a rodear por el norte. Otros, que estaban esperando refuerzos de tribus germanas.Nadie lo sabía.Pero todos lo sentían.
La guerra no vendría como un golpe.
Vendría como el paso de una masa imparable.Y ellos… estaban en medio.
Sextus, antes de dormir, miró al cielo.
“Primero mandaron la palabra.Ahora vendrá el hierro.”