Bosques cercanos a Genava — Dos días después de la segunda embajada
La XIII ya no cavaba.Ahora patrullaba.
Las órdenes habían cambiado tras la última negativa. La posición romana no era defensiva, sino de espera activa.César no quería ser sorprendido.Y los helvecios tampoco querían parecer los agresores.
Un equilibrio tenso que solo podía durar unas horas más.
Sextus y su grupo formaban parte de una patrulla avanzada. Eran ocho, guiados por un veterano hispano llamado Tullius, curtido en las guerras de Hispania, donde había combatido durante años contra pueblos rebeldes en montañas más duras que el hierro.
El bosque era espeso, húmedo, lleno de ruidos que no venían del viento.Los pasos eran lentos, medidos.No buscaban enfrentamiento.Solo ojos.
—¿Y si nos ven primero? —murmuró Faustus.
—Entonces no habrá lucha —respondió Tullius—.Todavía no. Solo medirán. Como nosotros.
Y entonces, ocurrió.
En lo alto de una pequeña colina, tres figuras se recortaron entre los robles.No vestían igual. Iban con túnicas cortas, escudos largos de madera, lanzas finas.No se ocultaban…pero tampoco avanzaban.
Uno alzó el brazo.Otro se acuclilló.El tercero observaba… con calma, como si calculara una distancia invisible.
Sextus sintió el peso del pilum en la mano.No había miedo. Solo una tensión nueva, densa, afilada.
—¿Disparamos? —susurró Atticus.
Tullius negó con la cabeza.
—No. Miramos. Y dejamos que miren.Este no es nuestro combate.
Los helvecios se quedaron allí durante un minuto más.
Luego, sin gestos, se giraron y se internaron en el bosque.
No hubo palabras.No hubo choque.
Pero en los ojos de Sextus, al regresar al campamento, ya no había duda.
“La guerra no venía.La guerra ya estaba.”