Orillas del Arar — Madrugada
El cielo no había cambiado, pero el aire sí.
Era más denso. No por el frío, sino por la forma en que los hombres respiraban distinto, más corto, más lento. Cada gesto era medido, cada sonido, reprimido.No había jinetes.No había cuernos.Solo pasos.Pasos como sombras.
Sextus ajustó el gladius por tercera vez sin decir palabra. Faustus comprobaba las correas del escudo como si le fuera la vida en ello.Veturius parecía rezar sin hacerlo.Y entonces, Atticus besó dos dedos y los apoyó primero en el pomo de su gladius, luego en su pecho.
—A Marte —murmuró.
Faustus no preguntó. Veturius no se burló.En esa madrugada, cada uno hablaba con quien podía.
Sextus giró la cabeza al notar una tenue llama a unos pasos.Detrás de una cortina de escudos, vio a Scaeva, solo, de rodillas.Tenía en la mano una figurilla de bronce ennegrecida, apenas más grande que un dedo.Delante, una pequeña fogata alimentada con ramitas y tierra seca.El centurión murmuraba palabras antiguas mientras espolvoreaba tierra sobre el fuego, que chisporroteó suavemente. Luego alzó el rostro. No parecía sorprendido de ver a Sextus allí.
—¿Nunca ofreces nada a los dioses, muchacho?
Sextus negó, lento.
—No sé cómo. Nunca me hicieron caso.
Scaeva dejó escapar una breve sonrisa torcida.
—A veces tampoco nos hacen caso. Pero igual nos ven.Los dioses no están para darnos suerte.Están para recordarnos que no somos dueños de nada. Ni de la victoria. Ni del regreso.
Se puso de pie, cerrando el puño sobre la imagen.
—Y si hoy muero, quiero que Marte sepa que me presenté.
Al otro lado del río, los tigurinos aún dormían o fingían dormir. Sus fogatas eran ceniza. Las tiendas, en desorden.El enemigo estaba relajado.Y César había elegido ese instante.
La XIII iría en cabeza.Las otras legiones cubrirían el avance.No habría carga.Solo contacto.Y tras el contacto…fuego.
Scaeva se detuvo frente a los suyos. No alzó la voz. No arengó. Solo alzó una mano cerrada y luego la abrió, lenta.
—El general nos ha confiado el golpe de apertura.Hoy, Roma no nos mira.Nos escucha.
Eso fue todo.
Cuando empezó a clarear el cielo, los hombres de la XIII estaban en posición, agazapados en el lodo y los juncos.El pilum en mano.El escudo apoyado, no colgado.El cuerpo tenso, pero frío.Las palabras, ya agotadas.
Sextus no pensaba en estrategia.Solo en el momento exacto en que saldrían del silencio… y harían temblar el aire con el primer grito romano.