Capítulo 39 — El primer grito

Ribera del Arar — Alba

No hubo cuernos.No hubo gritos.Solo una orden muda: avanzar.

Y los legionarios obedecieron como si fueran uno solo.En fila cerrada, escudos pegados, pila firmes en las manos.Ni un sonido que no fuera la respiración. Ni un paso fuera de ritmo.

Sextus sintió que el aire mismo contenía el aliento.El lodo bajo los pies no chapoteaba: lo absorbía todo.Delante, Atticus avanzaba con el rostro torcido en una mueca que no era miedo, sino pura concentración.A su izquierda, Faustus tragaba saliva. A su derecha, Veturius no pestañeaba.

El campamento tigurino estaba a menos de doscientos pasos.Dormido.O fingiendo.No importaba.

Scaeva levantó el gladius.La línea se detuvo.

El sol aún no asomaba. Pero la luz ya existía.Ese instante entre la noche y el día, donde todo es gris.

Entonces el centurión bajó el arma.

Avanzad.

Los primeros cien pasos fueron limpios.A cincuenta, un perro ladró.A treinta, una figura se alzó en la sombra de una tienda.

Y entonces, sin palabras, las lanzas volaron.

La primera fila romana lanzó los pilum. El impacto fue seco, brutal, acompañado de gritos desordenados… pero no de los romanos.

Los tigurinos apenas despertaban cuando los escudos ya estaban sobre ellos.

Sextus entró en la tienda a medio caer, con el gladius en alto.Un hombre desarmado trató de alzarse.No lo logró.

El golpe fue limpio.No tuvo tiempo de pensar si era el primero.

Solo supo que ya había empezado.Y que ya no podía parar.

El campamento enemigo se convirtió en un laberinto de caos.Hombres saliendo en camisones, intentando huir.Carros volcados.Mujeres gritando.El humo empezaba a alzarse entre los toldos.Y por encima de todo, el estruendo metálico de escudos chocando, gritos agónicos y pasos romanos firmes.

La XIII no gritó.

Solo avanzó.Como una ola negra que no buscaba gloria,solo cumplimiento.

Sextus clavó la hoja una segunda vez. Y una tercera.

Cuando por fin levantó la vista, todo a su alrededor era barro, sangre, y el rostro inexpresivo de Atticus, cubierto de salpicaduras.

Se miraron.No dijeron nada.

Y entonces, sin querer, Sextus besó dos dedos y los apoyó en su gladius.

No sabía por qué.Pero Marte lo estaba viendo.