El año siguiente transcurrió bajo la apariencia de la rutina aristocrática para Ashikaga Yoshihisa. Continuaba sus estudios con Sōtan, Lady Ren y, cada vez con mayor frecuencia, con el intrigado Yoshida Kaneyoshi. Su mente absorbía conocimientos con una avidez insaciable, pero sus pensamientos a menudo vagaban más allá de los pergaminos y las lecciones de etiqueta, enfocándose en la silenciosa germinación de sus planes.
A la edad de siete años, la frustración de su impotencia infantil comenzaba a ceder ante la paciencia estratégica. Comprendía que la acumulación de poder, en todas sus formas, requería tiempo y discreción. Fue durante este período que las primeras semillas de su futura fortuna comenzaron a plantarse, nutridas por su conocimiento del futuro y cultivadas con la cautela de un jardinero que trabaja en secreto bajo la sombra de la noche.
Sus interacciones con Tatsu y Kiyo se volvieron más significativas. Notaba la lealtad inquebrantable en los ojos del anciano sirviente y la astucia pragmática de la joven. Con ellos, en susurros y a través de insinuaciones cuidadosamente medidas, comenzó a dirigir pequeñas iniciativas.
Un día, mientras paseaban por los jardines del Hana no Gosho, Yoshihisa señaló un estanque donde se cultivaban carpas ornamentales, muy apreciadas por los nobles. "Tatsu," dijo con aire casual, "¿no crees que algunas de estas carpas, las de colores más vivos, podrían valer más para algún coleccionista?"
Tatsu, acostumbrado a las extrañas preguntas del joven shogun, simplemente asintió. Yoshihisa, sin embargo, ya había observado a un comerciante que visitaba ocasionalmente el palacio en busca de estas carpas. A través de Kiyo, quien tenía una habilidad sorprendente para enterarse de los asuntos de la corte, se informó sobre los precios que alcanzaban los ejemplares más raros.
Con una pequeña suma de dinero que había acumulado de regalos, Yoshihisa instruyó discretamente a Tatsu para que adquiriera, a través de un intermediario anónimo, una pareja de carpas koi “ especialmente las especies Kohaku que eran una variedad de carpa koi con escamas blancas y rojas, las Taisho Sanke con escamas blancas, rojas y negras y Showa Sanshoku particularmente codiciada. Estos peces fueron trasladados a un estanque apartado dentro de sus aposentos personales, cuidados en secreto por Tatsu. Al cabo de unos meses, la pareja desovó, multiplicando su inversión inicial.
Simultáneamente, Yoshihisa comenzó a mostrar un interés inusual en los objetos antiguos y las obras de arte almacenadas en los depósitos del clan Ashikaga. Durante sus lecciones con Lady Ren, hacía preguntas detalladas sobre la procedencia, la autenticidad y el valor histórico de ciertas piezas. Su mente recordaba vagamente la apreciación futura de ciertos estilos y artistas.
Con la ayuda discreta de Lady Ren, quien veía en su joven pupilo una curiosidad intelectual genuina, Yoshihisa comenzó a "redescubrir" algunas piezas olvidadas en los almacenes. A través de un comerciante de arte de confianza recomendado por Ren, estas piezas fueron tasadas discretamente. Yoshihisa no vendió nada aún, pero comenzó a comprender el valor potencial oculto en los activos del clan que otros pasaban por alto.
Sus movimientos eran pequeños, casi imperceptibles para la mayoría. Unos pocos peces exóticos aquí, la identificación de una pintura olvidada allá. Pero para Yoshihisa, eran los primeros trazos de un lienzo económico que planeaba pintar con paciencia y astucia. Estaba aprendiendo a mover el dinero sin que nadie lo viera, a sembrar semillas de riqueza que florecerían en el futuro, proporcionándole los recursos necesarios para sus ambiciones mucho mayores. A los siete años, Ashikaga Yoshihisa seguía siendo un niño a los ojos del mundo, pero en las sombras de su mente precoz, ya había comenzado su silenciosa ascensión hacia la independencia económica.
-La luz de la luna filtrándose a través de los delicados paneles shoji pintaba sombras plateadas en el rostro infantil de Ashikaga Yoshihisa. A sus siete años, la paciencia comenzaba a imponerse a la impetuosidad de su mente adulta atrapada en un cuerpo joven. Sabía que sus planes, tanto para Japón como para las tierras lejanas que recordaba vagamente, requerían una base sólida construida con discreción.
Una noche, después de que los últimos rezos resonaran en el palacio y el silencio se asentara como un manto, Yoshihisa llamó a Tatsu a sus aposentos. El anciano sirviente, con sus movimientos lentos pero firmes, se arrodilló a su lado, sus ojos llenos de una lealtad incondicional.
"Tatsu," comenzó Yoshihisa, su voz apenas un susurro en la quietud de la noche, "he estado pensando en las telas que usamos en el palacio. A veces... parecen menos... exquisitas de lo que deberían ser para el Shogun."
Tatsu asintió lentamente. "La calidad ha variado en los últimos años, Joven Señor. Los artesanos... no son lo que eran."
"¿Conoces a alguien," continuó Yoshihisa, sus ojos fijos en la llama danzante de la lámpara, "alguien con verdadero ojo para la calidad, alguien que entienda de tejidos finos y que sea.. discreta?"
Tatsu meditó por un momento, su rostro surcado de arrugas reflejando sus años de servicio en la corte. "Hay varias personas, Joven Señor. Comerciantes, antiguas costureras de la nobleza... ¿Tenéis a alguien en particular en mente?"
Yoshihisa dudó antes de pronunciar el nombre que había estado sopesando cuidadosamente. "He oído hablar de Lady Kiku. Dicen que sirvió a una dama de alta alcurnia hace años y que tiene un gusto impecable. También se dice que es... reservada."
Tatsu asintió, un leve brillo de reconocimiento en sus ojos. "Lady Kiku... sí, la recuerdo. Una mujer de gran talento y discreción. Se retiró hace algunos años, si no me equivoco."
"¿Podrías... averiguar dónde reside ahora, Tatsu?" pidió Yoshihisa, su voz aún suave pero con un matiz de urgencia. "Necesito hablar con ella. Pero nadie más debe saberlo."
Tatsu lo miró fijamente, su rostro mostrando una comprensión silenciosa. No preguntó el motivo de esta petición inusual de un niño Shogun. Su lealtad, forjada a lo largo de años de servicio a la familia Ashikaga y reforzada por su creciente admiración por la inteligencia precoz de Yoshihisa, era inquebrantable.
"Lo haré, Joven Señor," respondió Tatsu con una firmeza silenciosa. "Seré discreto. Nadie sabrá de mis pesquisas."
Pasaron unos días, marcados por la rutina de estudios y ceremonias palaciegas. Yoshihisa mantuvo la compostura, pero por dentro la impaciencia crecía. Finalmente, una noche, Tatsu regresó a sus aposentos con una noticia.
"Lady Kiku reside en una pequeña casa cerca del templo Honen-in, Joven Señor. Vive una vida tranquila, dedicada a la jardinería y la lectura."
"Debemos hablar con ella, Tatsu," dijo Yoshihisa, su voz ahora llena de una determinación impropia de su edad. "Pero debe ser en secreto. Nadie debe vernos juntos."
Así, bajo el manto protector de la noche, Tatsu, guiando al joven Shogun a través de los senderos oscuros del palacio y luego por las silenciosas calles de Kioto, orquestó el primer encuentro clandestino entre Ashikaga Yoshihisa y Lady Kiku. Un encuentro que marcaría el inicio de una colaboración secreta, un susurro de innovación que comenzaría a tejer el tejido de la fortuna del joven gobernante, preparándolo para las ambiciones que aún dormían en lo profundo de su mente renacida.
A medida que Ashikaga Yoshihisa crecía, su fachada de niño estudioso se mantenía cuidadosamente cultivada. Continuaba cumpliendo con sus deberes de aprendizaje, deleitando a sus tutores con su inteligencia temprana y su memoria prodigiosa. Sin embargo, por debajo de esta superficie de diligencia infantil, la red de su influencia económica y personal se extendía silenciosamente, como las raíces de un árbol joven buscando sustento en la oscuridad.
A finales de los siete años, coincidiendo con su ascenso formal como Shogun (aunque bajo la tutela de regentes), Yoshihisa comenzó a ejercer su posición, aunque de manera sutil y aparentemente inocente. Durante las audiencias ceremoniales, observaba con atención las interacciones entre los daimyo y los consejeros, memorizando sus expresiones, sus alianzas tácitas y sus debilidades ocultas. Su mente, nutrida por el conocimiento del futuro, discernía las fisuras en el delicado equilibrio de poder.
Fue en este período que su "interés" en ciertos sirvientes y figuras menores de la corte se hizo más pronunciado. Takeshi, su compañero de juegos convertido en escudero, demostró una lealtad inquebrantable y una astucia discreta. Yoshihisa comenzó a confiarle pequeñas tareas que requerían discreción y lealtad, recompensándolo con regalos y palabras de aliento que cimentaban su devoción.
Lady Kiku, la supervisora de su incipiente empresa textil (aún operando a pequeña escala y en secreto), demostró ser una administradora astuta y confiable. Yoshihisa se reunía con ella en secreto, haciéndole preguntas detalladas sobre la producción, los costos y los posibles mercados futuros. Su conocimiento vago de técnicas textiles más avanzadas le permitía hacer sugerencias que, aunque presentadas como meras curiosidades, comenzaban a mejorar la eficiencia y la calidad de los tejidos producidos. Las ganancias, aunque modestas, se reinvertían cuidadosamente, engrosando su tesoro personal oculto.
Su "afición" por los objetos antiguos también continuó. Con la guía discreta de Yoshida Kaneyoshi, Yoshihisa comenzó a identificar piezas de valor histórico o artístico que estaban infravaloradas o descuidadas en las colecciones del clan. Bajo la apariencia de un interés puramente académico, solicitaba que estas piezas fueran trasladadas a sus aposentos para "estudiarlas". En realidad, Kaneyoshi, intrigado por la perspicacia del joven shogun, actuaba como un intermediario discreto, facilitando la tasación y, en ocasiones, la venta silenciosa de algunas de estas piezas a coleccionistas adinerados a través de canales confidenciales.
Yoshihisa comenzó a mostrar un interés inusual en la gestión de las propiedades del clan Ashikaga. Acompañaba a los administradores en sus recorridos, haciendo preguntas detalladas sobre la producción agrícola, los impuestos y las relaciones con los campesinos. Su conocimiento del futuro le permitía identificar áreas de ineficiencia y sugerir mejoras sutiles, presentadas como ideas intuitivas de un joven curioso. Estas sugerencias, aunque modestas, comenzaban a generar pequeños aumentos en los ingresos de las tierras bajo su influencia directa, una porción de la cual, discretamente desviada a través de administradores leales, engrosaba aún más su fortuna personal.
Durante este período, Yoshihisa también comenzó a prestar atención a la incipiente rivalidad entre ciertos daimyo. Su conocimiento del futuro le permitía anticipar posibles conflictos y alianzas. A través de emisarios discretos (a menudo monjes o comerciantes con conexiones en varias provincias), comenzó a establecer contactos informales con daimyo más jóvenes o aquellos que se sentían marginados por los clanes más poderosos. No ofrecía alianzas directas, sino más bien palabras de aliento, promesas vagas de apoyo futuro y, en algunos casos, pequeños préstamos discretos a través de sus crecientes fondos personales. Estas semillas de influencia política, sembradas con cautela, germinarían en el futuro.
Los ojos de sus regentes y consejeros aún lo veían principalmente como un joven shogun prometedor, dedicado a sus estudios y a aprender los deberes de su posición. No sospechaban la intrincada red de influencia económica y personal que Yoshihisa estaba tejiendo silenciosamente a su alrededor, preparándose para el momento en que pudiera finalmente tomar las riendas del poder y dirigir Japón hacia el futuro que solo él conocía.