A principios del año 1473 Yoshihisa se encontraba en la sala de reuniones del palacio Muromachi era denso, cargado de la quietud tensa que a menudo precedía a las palabras importantes. Ashikaga Yoshihisa, apenas un joven con la sombra de la adolescencia aún en sus facciones, se irguió detrás de un escritorio de madera oscura, sus manos entrelazadas sobre la superficie pulida. Frente a él, sus consejeros más cercanos formaban un semicírculo de rostros curtidos por la experiencia y la cautela. Estaban el venerable anciano Hosokawa Masamoto, su principal consejero, con la mirada penetrante bajo cejas canosas; el astuto cortesano Ise Sadamune, cuyos ojos analizaban cada matiz del rostro del joven shogun; y el severo guerrero Shiba Yoshitoshi, cuya mano descansaba inquietamente sobre la empuñadura de su espada.
Un pergamino sellado con el crisantemo imperial yacía desenrollado ante Yoshihisa. Había pasado incontables noches estudiando los anales del shogunato, pero su mente también vagaba por los ecos de un futuro que solo él conocía, un futuro de unificación forzosa y derramamiento de sangre innecesario. Tenía que plantar las semillas de un cambio sutil, con la paciencia de un jardinero que sabe que un roble tarda siglos en crecer.
"He estado reflexionando," comenzó Yoshihisa, su voz, aunque juvenil, poseía una inesperada firmeza que había comenzado a imponerse en las últimas semanas. "La autoridad del shogunato... se ha visto debilitada por los recientes conflictos. Dependemos en gran medida de la buena voluntad y las fuerzas de los daimyo."
Hosokawa Masamoto asintió lentamente, sus ojos fijos en el joven shogun. "Es una verdad lamentable, Shogun-sama. La Guerra Ōnin dejó cicatrices profundas."
"Precisamente," continuó Yoshihisa. "Y para sanar esas cicatrices, para asegurar un futuro de estabilidad... creo que debemos considerar fortalecer nuestra propia base de poder."
Ise Sadamune entrecerró los ojos. "¿A qué se refiere concretamente, Shogun-sama?" Su tono era deferente, pero había una nota de cautela en sus palabras. Cualquier cambio en el delicado equilibrio de poder entre el shogunato y los daimyo era un tema espinoso.
Yoshihisa tomó una respiración profunda, intentando transmitir su idea sin sonar demasiado radical o profético. "Propongo la creación de una pequeña guardia personal, leal únicamente al shogunato. Hombres entrenados y equipados por nosotros, acuartelados aquí en Kioto. No para desafiar a los ejércitos de los grandes clanes, por supuesto, sino para asegurar la capital y para servir como... un núcleo de disciplina y lealtad."
Un silencio incómodo se extendió por la sala. Shiba Yoshitoshi fue el primero en romperlo, su voz áspera. "¿Más soldados, Shogun-sama? El tesoro ya está agotado por la guerra. ¿Y qué pensarán los daimyo si ven que estamos levantando nuestras propias fuerzas?"
"No sería un ejército numeroso, Shiba-dono," respondió Yoshihisa con calma. "Inicialmente, solo unos pocos cientos. Hombres selectos, enfocados en la defensa de Kioto y en servir como ejemplo de obediencia directa al shogun. En cuanto al costo, podríamos reasignar fondos de ciertos gastos... menos esenciales." Su mente evocó imágenes de los eficientes ejércitos del futuro, la disciplina férrea de la infantería. Sabía que no podía replicar eso ahora, pero podía plantar la semilla de la idea.
Ise Sadamune se alisó la barba, su rostro pensativo. "Podría haber cierto mérito en tener una fuerza confiable aquí en la capital... para mantener el orden y protegernos de cualquier eventualidad." Su tono era más conciliador que el de Shiba, pero aún denotaba una reserva.
Hosokawa Masamoto permaneció en silencio por un momento más, su mirada fija en el pergamino sobre el escritorio. Finalmente, habló, su voz grave y ponderada. "Shogun-sama, su idea... es inusual. En el pasado, el poder militar del shogunato siempre ha dependido de la lealtad de los clanes. Levantar una fuerza independiente podría interpretarse como una señal de desconfianza hacia ellos."
"Mi intención no es generar desconfianza, Hosokawa-dono," replicó Yoshihisa con firmeza, manteniendo el contacto visual con su consejero principal. "Mi intención es asegurar la estabilidad. Una pequeña fuerza leal podría disuadir a los elementos más... impulsivos y demostrar que el shogunato tiene la capacidad de protegerse a sí mismo."
En su mente, Yoshihisa sabía que esta pequeña guardia era mucho más que una fuerza de defensa. Era el embrión de un ejército centralizado, el primer paso hacia la reducción de la dependencia de los volátiles ejércitos de los daimyo. Era una inversión a largo plazo en la unificación.
El debate continuó durante un tiempo considerable. Shiba Yoshitoshi expresó sus preocupaciones sobre el costo y la posible reacción de los daimyo más poderosos. Ise Sadamune, siempre pragmático, sopesó los posibles beneficios de tener una fuerza leal en la capital contra los riesgos políticos. Hosokawa Masamoto, con su vasta experiencia, planteó preguntas sobre la logística, el reclutamiento y la financiación de tal empresa.
Yoshihisa escuchó atentamente, respondiendo a cada objeción con argumentos cuidadosamente elaborados, evitando revelar la verdadera extensión de sus ambiciones. Sabía que no podía imponer su voluntad de inmediato. El cambio debía ser gradual, como la erosión constante del agua sobre la piedra.
Finalmente, Hosokawa Masamoto suspiró, su rostro aún lleno de dudas. "Shogun-sama, su propuesta es audaz. Requerirá una gestión cuidadosa y sensibilidad hacia los sentimientos de los daimyo. Sin embargo... podría haber un pequeño mérito en la idea de asegurar la capital. Le sugiero que procedamos con cautela. Un número muy limitado de hombres, reclutados discretamente. Observemos las reacciones."
Una pequeña victoria. Yoshihisa sintió un tenue rayo de esperanza. "Agradezco su comprensión, Hosokawa-dono. Ise-dono, Shiba-dono, les pido su cooperación en la implementación de esta medida con la mayor discreción posible."
Mientras sus consejeros asentían, cada uno con sus propias reservas y pensamientos ocultos, Yoshihisa sabía que el camino hacia la unificación sería largo y lleno de obstáculos. Pero la primera semilla, aunque pequeña, había sido plantada. El futuro de Japón, un futuro que él solo conocía, había comenzado a tomar un nuevo curso.
Entendido. La discreción será la clave inicial, un susurro que no alarme a los oídos suspicaces de los daimyo.
Tras la cautelosa aprobación de sus consejeros, Ashikaga Yoshihisa procedió con la mayor circunspección. La orden inicial fue un edicto menor, aparentemente enfocado en reforzar la seguridad de la capital tras los disturbios de la Guerra Ōnin. Se hablaba de la necesidad de "vigilantes especiales" para patrullar las calles y proteger los almacenes reales. El reclutamiento se llevaría a cabo en secreto, lejos de las miradas curiosas de los clanes poderosos.
Yoshihisa tenía una visión clara de quiénes quería para este núcleo de su futura fuerza. No se trataba solo de hombres fuertes con habilidad en el manejo de la espada. Buscaba individuos con potencial de liderazgo, con mentes tácticas y, sobre todo, con una lealtad inquebrantable hacia el shogunato. Su conocimiento del futuro le proporcionaba una lista mental de nombres que resonaban a través de los siglos, figuras que, aunque aún jóvenes o desconocidas en 1465, poseían un talento excepcional.
El primer nombre en su lista era Itō Sukeyasu. Aunque en este momento era un joven guerrero de la provincia de Izu, Yoshihisa sabía que su linaje y su habilidad estratégica lo convertirían en una figura clave en el futuro. Un emisario secreto, disfrazado de monje errante, fue enviado a buscarlo, con la promesa de un servicio distinguido y la oportunidad de ascender más allá de su humilde origen.
Luego estaba Takenaka Shigeharu, un joven estratega de la provincia de Mino, conocido por su ingenio y su mente analítica. Yoshihisa envió a un mercader de arte con una propuesta velada: un puesto como "administrador de propiedades" en Kioto, un rol que en realidad le permitiría desarrollar planes tácticos y entrenar a los nuevos reclutas.
La búsqueda se extendió silenciosamente por las provincias centrales. Un joven monje guerrero del templo Enryaku-ji, Saitō Toshimitsu, conocido por su ferocidad en el combate y su disciplina, fue atraído con la promesa de unirse a una guardia de élite dedicada a la protección del shogun. Un hábil herrero de la provincia de Kawachi, Kuki Yoshitaka, cuyas innovaciones en la construcción naval serían cruciales en el futuro, fue invitado a Kioto para "supervisar la calidad de las armas" para la nueva guardia, un pretexto para experimentar con diseños más avanzados.
El reclutamiento se llevó a cabo con la máxima discreción. Los nuevos miembros llegaban a Kioto de forma individual o en pequeños grupos, sin levantar sospechas. Se les alojaba en dependencias secretas dentro del palacio o en propiedades discretas en los alrededores de la capital. Allí, bajo la atenta mirada de unos pocos instructores de confianza (samuráis leales al shogunato y discretamente seleccionados), comenzaba el entrenamiento.
Al principio, se centraba en la disciplina básica, la formación en unidades pequeñas y la lealtad incondicional al shogun. A medida que llegaban los individuos "sobresalientes" identificados por Yoshihisa, el entrenamiento se volvía más especializado. Itō Sukeyasu comenzó a instruir en tácticas de campo y formaciones avanzadas. Takenaka Shigeharu impartía lecciones sobre estrategia y logística, utilizando mapas rudimentarios y simulacros. Saitō Toshimitsu se encargaba del entrenamiento marcial intensivo, inculcando una ferocidad controlada en los nuevos reclutas.
Ashikaga paso por la fragua en el corazón del palacio Muromachi resonaba con el clangor constante del metal contra el metal, un ritmo familiar en los oídos de Kuki Yoshitaka. Sin embargo, en esta ocasión, el joven herrero sentía una tensión diferente en el aire, una expectación que iba más allá de la mera creación de una hoja afilada. Ashikaga Yoshihisa, el joven shogun, se encontraba de pie cerca del fuego, su figura esbelta en contraste con el calor intenso y el musculoso artesano.
"Kuki-dono," comenzó Yoshihisa, su voz superando el rugido del fuego, "he inspeccionado los wakizashi que ha forjado para nuestra guardia. Son... impecables. La tradición vive en cada curva de la hoja."
Yoshitaka inclinó la cabeza con humildad, el sudor brillando en su frente ennegrecida. "Es mi deber servir al shogunato con la mejor de mis habilidades, Shogun-sama."
"Y su habilidad es excepcional," replicó Yoshihisa, acercándose a una hoja recién templada que descansaba sobre un banco. La tomó con cuidado, examinando el brillo acerado. "Pero... la guerra cambia, ¿no es así? Las necesidades evolucionan."
Yoshitaka frunció ligeramente el ceño, intrigado por el tono del shogun. "¿En qué sentido, Shogun-sama?"
Yoshihisa devolvió la hoja a su lugar. "Pienso en la cantidad. En la necesidad de equipar a más hombres, más rápido, sin que la calidad se resienta. ¿Ha meditado alguna vez sobre cómo podríamos lograr tal hazaña?"
El herrero consideró la pregunta, sus manos callosas frotándose inconscientemente. "Es el trabajo de muchos artesanos, Shogun-sama. Cada arma es una labor individual."
"Quizás," dijo Yoshihisa, con un brillo pensativo en sus ojos oscuros. "¿Pero qué si ese trabajo pudiera dividirse? Un hombre experto en fundir el acero, otro en darle forma con el martillo, un tercero en el temple... ¿Podría una colaboración así acelerar el proceso sin degradar el resultado final?"
La idea era inusual, casi sacrílega para un artesano imbuido en la tradición del forjado individual. Yoshitaka sopesó la propuesta, su mente luchando contra las costumbres arraigadas. "Podría funcionar para herramientas más simples, tal vez. Pero un arma... un arma requiere el alma del herrero en cada etapa."
"Comprendo su sentir," respondió Yoshihisa con una calma sorprendente. "Pero piense en los componentes básicos. ¿Podríamos estandarizar la creación de ciertas partes? Las empuñaduras, las guardas... ¿No podrían crearse con una uniformidad que ahorrara tiempo, permitiendo que los maestros herreros como usted se concentren en el corazón de la hoja?"
El silencio en la fragua solo era interrumpido por el crepitar del fuego. Yoshitaka observó al joven shogun con una nueva curiosidad. Había una visión extraña en sus palabras, una perspectiva diferente a la de cualquier otro noble que hubiera conocido.
"Y hay más," continuó Yoshihisa, su voz bajando ligeramente, como compartiendo un secreto. "He leído sobre aleaciones... combinaciones de metales que podrían dar a nuestras armas una resistencia mayor con un peso menor. ¿Ha experimentado alguna vez con la mezcla de diferentes tipos de acero en la forja?"
Yoshitaka parpadeó, sorprendido. Tales experimentos eran raros, a menudo considerados riesgosos por los maestros herreros. "Es... una práctica poco común, Shogun-sama. La pureza del acero es primordial."
"Quizás," concedió Yoshihisa. "Pero la innovación a menudo reside en romper las convenciones. Y en secreto... solo entre nosotros, Kuki-dono... me gustaría que explorara estas posibilidades. El shogunato proveerá los materiales necesarios. Pero esta conversación, y cualquier experimento que realice, debe permanecer en la más absoluta discreción. No debemos alarmar a los otros artesanos ni a los daimyo con la idea de que estamos cambiando la forma en que se hacen las armas."
El joven shogun se acercó, su mirada fija en los ojos del herrero. "Si logramos desarrollar métodos más eficientes, armas más resistentes... nuestra guardia tendrá una ventaja que nadie espera. Será una semilla plantada en secreto, pero que dará frutos poderosos en el futuro."
Yoshitaka sintió un escalofrío recorrer su espalda. Había algo en la intensidad de los ojos del joven shogun, en la audacia de sus ideas, que lo intrigaba profundamente. Era una desviación radical de todo lo que había aprendido, pero la promesa de una mejora, de una ventaja para el shogunato, resonaba con su lealtad.
"Entiendo, Shogun-sama," dijo finalmente Yoshitaka, su voz ahora impregnada de una nueva determinación. "Guardaré silencio y trabajaré en secreto. Su visión... despierta mi curiosidad."
"Excelente," respondió Yoshihisa con una leve sonrisa. "Confío en su habilidad, Kuki-dono. Comience con experimentos pequeños. Pruebe la división del trabajo en la creación de componentes básicos. Investigue la mezcla de diferentes metales. Pero recuerde, ni una palabra debe salir de este taller."
Mientras el fuego crepitaba y las chispas danzaban en el aire, un pacto silencioso se selló entre el joven shogun con la visión del futuro y el talentoso herrero dispuesto a desafiar las tradiciones. La modernización de la producción de armas en Japón comenzaba en secreto, forjada en el silencio y la discreción, con la esperanza de dar al shogunato una ventaja inesperada en los turbulentos tiempos venideros, donde a la ves Yoshihisa le dio una referencia de una nueva producción de arma de artillería primitiva para la experimentación.
Kuki Yoshitaka, mientras supervisaba la producción de armas, comenzaba a experimentar con diseños de armas de asta más eficientes y, en secreto, esbozaba los principios de una artillería primitiva.
Todo se llevaba a cabo en secreto, como una semilla germinando bajo la tierra. Los consejeros de Yoshihisa, aunque conscientes de la creciente cantidad de "vigilantes", no sospechaban la verdadera naturaleza de su entrenamiento ni la identidad de algunos de los recién llegados. Creían que el joven shogun simplemente estaba tomando precauciones razonables.