CAPITULO 7

Transcurrido el ciclo de las estaciones, marcando aproximadamente medio año desde que la discreta forja de armas mejoradas para la guardia personal del joven Ashikaga Yoshihisa había comenzado a producir sus frutos de acero templado y precisión creciente, el joven shogun, ahora con la precoz sabiduría de sus siete años recién cumplidos, continuaba desenvolviéndose ante el escrutinio de sus envejecidos consejeros con una agudeza mental que a menudo los dejaba perplejos y ligeramente incómodos. Participaba con una seriedad impropia de su edad en los tediosos debates del consejo shogunal, demostrando una comprensión inusualmente profunda de los intrincados laberintos de la política cortesana y una memoria asombrosa para los detalles históricos y los precedentes legales, citando con facilidad ejemplos de reinados pasados y tratados olvidados. Ante los ojos vigilantes de Hosokawa Masamoto, Ise Sadamune y los demás, Yoshihisa cultivaba diligentemente la imagen de un joven estudioso, absorto en los anales de la historia y dedicado al aprendizaje de las artes y las ciencias, un heredero aplicado que honraría la tradición y la sabiduría de sus antepasados.

Sin embargo, tras esa fachada de diligente aplicación académica, en los recovecos más profundos de su mente inquisitiva, Ashikaga Yoshihisa seguía trabajando incansablemente en la silenciosa consecución de sus objetivos a largo plazo, aquellos que trascendían las disputas mezquinas de la corte y apuntaban hacia una reconfiguración fundamental del poder en Japón. La producción constante, aunque aún a una escala cuidadosamente controlada para evitar levantar sospechas, de espadas con un filo inusualmente duradero, lanzas con puntas de una penetración sorprendente y otras armas de acero de una calidad que superaba con creces los estándares de la época, comenzaba a generar una preocupación latente pero creciente en la conciencia del joven shogun: el suministro de los minerales esenciales que sustentaban esta producción.

Las vetas de hierro, el alma misma del acero, y los depósitos de otros metales necesarios para refinarlo y mejorar sus propiedades, explotados con las técnicas rudimentarias y a menudo peligrosas de la época, no parecían constituir una fuente inagotable. La demanda, aunque por el momento limitada a las necesidades de su creciente guardia personal, presagiaba una necesidad exponencialmente mayor a medida que sus planes de fortalecer militarmente el shogunato, de dotarlo de una fuerza capaz de imponer su voluntad en un país cada vez más fragmentado, comenzaran a expandirse y a materializarse. La dependencia de las minas existentes, muchas de ellas ubicadas en territorios controlados por daimyo cuya lealtad al shogunato era, en el mejor de los casos, una conveniencia temporal y, en el peor, una abierta hostilidad latente, representaba una vulnerabilidad estratégica intolerable que Yoshihisa estaba decidido a mitigar con la mayor urgencia y el más absoluto secreto.

Con la misma cautela meticulosa que había empleado en la concepción y la ejecución de sus otras iniciativas clandestinas, el joven shogun comenzó a planificar la creación de una empresa minera que estuviera bajo el control directo y exclusivo del shogunato, una arteria de recursos que no estuviera sujeta a las fluctuaciones de la política provincial ni a la codicia de los señores de la guerra. No se trataba de una explotación minera a gran escala, que inevitablemente llamaría la atención y despertaría la suspicacia de los clanes poderosos, sino de una operación discreta, casi invisible, destinada a asegurar un flujo constante y confiable de los minerales esenciales para sus crecientes necesidades militares y, en una visión a más largo plazo, para sustentar futuras innovaciones en la producción de herramientas agrícolas más eficientes, implementos de construcción más resistentes y otros artefactos que pudieran impulsar la prosperidad de sus dominios.

Para llevar a cabo esta tarea delicada y potencialmente arriesgada, Yoshihisa eligió a un hombre llamado Taro. Taro no era un noble de alto linaje ni un guerrero experimentado; era un administrador de tierras perspicaz y leal, un hombre que había demostrado una habilidad inusual para organizar y gestionar proyectos complejos con una eficiencia silenciosa y una discreción absoluta. Taro carecía de experiencia directa en el arte de la minería, pero poseía una inteligencia aguda, una capacidad de aprendizaje voraz y una lealtad inquebrantable hacia el joven shogun, cualidades que Yoshihisa consideraba mucho más valiosas que el conocimiento técnico superficial.

En un encuentro privado, en una sala apartada del palacio Muromachi donde las paredes parecían susurrar secretos y la luz de las velas danzaba como conspiradores silenciosos, Yoshihisa compartió con Taro la visión general de lo que pretendía lograr, velando cuidadosamente la verdadera magnitud de sus ambiciones. "Taro-dono," comenzó el shogun, su voz apenas audible, como si temiera que las propias paredes tuvieran oídos, "necesitamos asegurar una fuente confiable de minerales. La producción de armas para nuestra guardia personal es de vital importancia, y su demanda inevitablemente crecerá. No podemos permitirnos depender de las minas controladas por otros, cuya lealtad es incierta y cuyos intereses pueden no coincidir con los nuestros."

Yoshihisa, basándose en los fragmentos de conocimiento del futuro que aún resonaban en su mente, sabía de la existencia de importantes yacimientos minerales aún sin descubrir en diversas regiones de Japón, riquezas ocultas bajo la superficie que permanecían inaccesibles para las técnicas de extracción de la época. Aunque la ubicación precisa de estas minas permanecía envuelta en la bruma de la memoria, recordaba la presencia de extensas reservas de hierro de alta calidad en las regiones montañosas de Chugoku y Tohoku, así como depósitos significativos de cobre y otros metales esenciales dispersos en varias partes del país. Sin revelar la verdadera naturaleza de su conocimiento, sin mencionar la visión de un futuro donde la geología y la prospección minera serían ciencias avanzadas, Yoshihisa guio a Taro con sugerencias vagas pero estratégicamente calculadas.

"Explora las regiones montañosas que se extienden al norte y al oeste de Kioto," instruyó Yoshihisa, señalando áreas imprecisas en un mapa toscamente dibujado. "Busca afloramientos rocosos con vetas de color oscuro, zonas donde el agua de los arroyos tenga una tonalidad rojiza o donde la vegetación parezca inusual, raquítica o con un color diferente al de las plantas circundantes. También presta especial atención a las historias locales, a las leyendas transmitidas de generación en generación sobre antiguos yacimientos, incluso si se consideran olvidados o agotados. A menudo, la verdad se esconde bajo el velo del folclore."

Además de señalar posibles ubicaciones geográficas, Yoshihisa proporcionó a Taro ideas rudimentarias para técnicas de extracción y herramientas que, aunque palidecían en comparación con la maquinaria sofisticada que recordaba del futuro, representaban una mejora significativa con respecto a los métodos manuales y peligrosos que se utilizaban comúnmente en el siglo XV. Describió la idea de excavar túneles más profundos siguiendo las vetas minerales, en lugar de simplemente explotar los afloramientos superficiales, una técnica que permitiría acceder a depósitos más ricos y extensos. Sugirió la utilización de herramientas de hierro más resistentes, con puntas reforzadas y diseños más ergonómicos para la excavación, el picado y la extracción del mineral. Incluso mencionó la posibilidad de utilizar sistemas de ventilación rudimentarios en los túneles más profundos, como fuelles accionados manualmente, para mejorar las condiciones de trabajo y reducir los riesgos de asfixia.

"Recuerda, Taro-dono," enfatizó Yoshihisa, su voz adquiriendo un tono de urgencia contenida, "no se trata de una explotación minera a gran escala, ostentosa y llamativa. Comienza con pequeñas operaciones discretas, casi clandestinas. Contrata mineros locales con experiencia, hombres de la tierra que conozcan los secretos de las montañas, pero asegúrate de que comprendan la necesidad de un absoluto secreto. La operación debe parecer una modesta empresa local, una iniciativa privada de pequeña envergadura, sin levantar la más mínima sospecha sobre el interés directo del shogunato."

La fase inicial de la empresa minera se centraría en la exploración metódica de las áreas señaladas por Yoshihisa y el establecimiento de pequeñas minas piloto en los yacimientos prometedores que Taro y sus exploradores pudieran identificar. Se priorizaría la extracción de mineral de hierro, la materia prima esencial para la producción de las armas que fortalecerían el brazo del shogunato. Taro recibiría fondos discretos, provenientes del tesoro personal de Yoshihisa y gestionados a través de intermediarios de confianza, asegurando que no hubiera registros oficiales que pudieran revelar la participación directa y secreta del shogunato en esta empresa incipiente.

La tarea que Yoshihisa encomendó a Taro era ardua y exigía una combinación de paciencia, astucia y una capacidad excepcional para operar en las sombras. Taro tendría que ganarse la confianza de los mineros locales, hombres curtidos por el trabajo duro y a menudo desconfiados de las autoridades. Tendría que superar las numerosas dificultades técnicas inherentes a la extracción de minerales con herramientas primitivas y en entornos peligrosos. Y, sobre todo, tendría que mantener la operación en un secreto absoluto, evitando cualquier acción que pudiera alertar a los daimyo vecinos sobre la existencia de una nueva fuente de riqueza bajo el control del shogunato.

Sin embargo, Taro estaba impulsado por una lealtad inquebrantable hacia el joven shogun y por la visión, aunque velada, de un futuro más seguro y próspero bajo su liderazgo. Comprendía la importancia estratégica de su misión y estaba dispuesto a enfrentar los desafíos con diligencia y determinación.

Mientras Taro se embarcaba en su silenciosa búsqueda de las riquezas minerales ocultas en las entrañas de la tierra, Ashikaga Yoshihisa continuaba con sus estudios ante sus consejeros, absorbiendo conocimientos con una avidez sorprendente y cultivando una imagen de joven erudito dedicado al bienestar del shogunato a través de medios intelectuales. Pero en las sombras, en los pasillos secretos del palacio y en las reuniones clandestinas con sus hombres de confianza, los engranajes de sus ambiciosos planes seguían girando sin cesar. Cada iniciativa, desde la producción de armas hasta la creación de un puerto interior estratégico y la modernización silenciosa de la agricultura, ahora se complementaba con la paciente y metódica búsqueda de los recursos minerales que, en última instancia, sustentarían su visión de un Japón unificado y fortalecido bajo la égida del shogunato Ashikaga. La paciencia y la discreción seguían siendo sus armas más poderosas en esta fase crucial de su audaz y secreta empresa.

Mientras Taro y sus exploradores se adentraban en las entrañas de las montañas, siguiendo las vagas indicaciones de Ashikaga Yoshihisa y desenterrando las primeras vetas de mineral de hierro con un esfuerzo silencioso pero constante, la mente del joven shogun, siempre activa y visionaria, ya se proyectaba hacia el futuro, anticipando los posibles desafíos a sus crecientes iniciativas. La discreción y el secreto eran armas poderosas, pero Yoshihisa comprendía que, a medida que su influencia y sus recursos aumentaran, inevitablemente despertarían la atención y, quizás, la hostilidad de los daimyo más poderosos y suspicaces.

La necesidad de asegurar sus logros, de proteger sus centros de poder incipientes – el puerto fluvial en desarrollo, el astillero en silenciosa expansión y las futuras fuentes de minerales – se convirtió en una preocupación primordial. Yoshihisa, recordando las imponentes fortificaciones del futuro, las murallas que habían resistido asedios durante siglos, concibió la ambiciosa idea de construir una fortificación de una escala sin precedentes, una ciudadela inexpugnable que sirviera como símbolo del poder duradero del shogunato y como un baluarte contra cualquier intento de subvertir su creciente influencia.

Su mente, aunque infantil en edad, evocaba la imagen de la Gran Muralla China, una estructura colosal que trascendía generaciones, un testimonio de la voluntad y la capacidad de un imperio. La idea de dejar un legado histórico de tal magnitud, una fortificación que hablara de la fuerza y la visión de Ashikaga Yoshihisa durante siglos venideros, encendió una ambición audaz en su joven corazón.

Sin embargo, Yoshihisa era lo suficientemente astuto como para comprender que una empresa de tal magnitud, tanto en términos de recursos como de mano de obra, no podría llevarse a cabo en secreto. Necesitaría la aprobación, o al menos la aquiescencia, del consejo shogunal, un cuerpo notoriamente conservador y reacio a las iniciativas grandiosas, especialmente aquellas que pudieran interpretarse como una demostración excesiva de poder por parte del joven shogun.

La clave, Yoshihisa intuyó, residía en vincular la construcción de la fortificación con una necesidad apremiante y tangible, algo que resonara con las preocupaciones del consejo y que, al mismo tiempo, proporcionara los materiales esenciales para su ambicioso proyecto. Fue entonces cuando su mente, trabajando en paralelo con la exploración minera de Taro, vislumbró una conexión crucial: la construcción de una fortificación de tal envergadura requeriría una cantidad ingente de materiales de construcción, y entre ellos, un aglutinante resistente y duradero sería fundamental.

Recordando vagamente la existencia del cemento en el futuro, un material de construcción revolucionario que superaba en resistencia y durabilidad a la cal y otros aglomerantes de la época, Yoshihisa intuyó que la búsqueda de los componentes para crear este material podría ser la justificación perfecta para una exploración geológica más extensa y, por ende, para el descubrimiento de nuevas fuentes de minerales.

Convocó a Takenaka Shigeharu, cuya mente estratégica apreciaba la importancia de la defensa y la logística. "Takenaka-dono," comenzó Yoshihisa, con una seriedad que contrastaba con su edad, "debemos considerar la seguridad de nuestros proyectos. A medida que nuestro poder crezca, también lo hará el riesgo de oposición. Necesitamos una fortificación, una ciudadela que pueda resistir cualquier intento de socavar lo que estamos construyendo."

Takenaka, aunque inicialmente sorprendido por la audacia de la propuesta, escuchó atentamente mientras Yoshihisa exponía su visión de una fortificación de una escala sin precedentes. El estratega comprendió de inmediato las implicaciones defensivas de tal estructura, pero también las enormes demandas de recursos que implicaría.

"Shogun-sama," respondió Takenaka con cautela, "una empresa de tal magnitud requeriría una inversión considerable y una gran cantidad de mano de obra. Convencer al consejo... será un desafío."

"Precisamente," asintió Yoshihisa. "Por eso debemos presentarles una necesidad que justifique la exploración de nuevos territorios y la inversión en nuevos materiales de construcción. Necesitamos un aglutinante más resistente que la cal para una fortificación de esta escala, algo que perdure en el tiempo. He estado estudiando antiguos textos y he llegado a la conclusión de que la clave podría estar en la combinación de ciertos minerales y rocas calcinadas."

Yoshihisa, sin revelar su conocimiento del cemento moderno, describió vagamente el proceso de calcinación de la piedra caliza y la mezcla con otros materiales, sugiriendo que la búsqueda de estos componentes podría llevar al descubrimiento de nuevas vetas minerales valiosas para la producción de armas y otras necesidades.

"Designaremos equipos de exploración," continuó Yoshihisa, "ostensiblemente para buscar los materiales necesarios para este nuevo tipo de aglutinante. Taro y sus hombres podrían ampliar su búsqueda, y enviaremos a otros eruditos y artesanos para analizar diferentes tipos de rocas y minerales. La construcción de la fortificación se presentará como una necesidad para la seguridad del shogunato y como un proyecto que impulsará el conocimiento de nuevos materiales y la exploración de nuevas fuentes de riqueza mineral."

La ambición de Yoshihisa era desmesurada para su edad, pero su astucia y su capacidad para enmarcar sus objetivos dentro de las preocupaciones existentes del consejo eran notables. La promesa de una fortificación inexpugnable, combinada con la perspectiva del descubrimiento de nuevas fuentes de minerales, ofrecía un argumento convincente que incluso los miembros más conservadores del consejo podrían encontrar difícil de rechazar por completo. La visión de una estructura que perduraría en la historia, aunque nacida de una ambición personal, se presentaría como un legado para el propio shogunato.

El plan para la construcción de una fortificación colosal, justificado por la necesidad de nuevos materiales de construcción y la promesa de descubrimientos minerales, comenzaba a tomar forma en la mente del joven shogun. Era una empresa audaz, un salto gigantesco en escala con respecto a sus iniciativas anteriores, pero Yoshihisa estaba convencido de que era un paso necesario para asegurar el futuro de sus ambiciones y dejar una huella imborrable en la historia de Japón, una huella tan profunda y duradera como la propia Gran Muralla que resonaba en sus sueños de grandeza.