El frío se aferraba a la piel de Togi como una mano invisible. Despertó con dificultad, con la cabeza pesada y un cosquilleo extraño que recorría su espalda. La habitación donde abrió los ojos estaba envuelta en penumbra, aunque no había indicios claros de noche fuera de la ventana rota.
Se incorporó con lentitud, notando un peso inusual en el aire, como si la atmósfera misma temblara con un secreto que aún no podía comprender. En su pecho, un latido acelerado le advertía que no todo estaba bien.
Un movimiento fugaz en el reflejo de un vidrio roto llamó su atención. Apenas un instante: una sombra que no coincidía con su figura, un destello oscuro que parecía observarlo desde otra dimensión.
Togi parpadeó y la sombra desapareció.
Un susurro apenas audible rozó sus oídos, y entonces la voz conocida llegó, calmada pero con un matiz de urgencia.
—Togi, no todo lo que está contigo es lo que parece —dijo la chica de cabello verde, quien había estado a su lado en momentos difíciles—. Algo viene. Debes estar preparado.
Togi respiró hondo, intentando absorber la calma que emanaba de ella.
—¿Qué quieres decir? —preguntó, aunque sabía que no habría respuestas fáciles.
Ella solo le lanzó una mirada que mezclaba preocupación y misterio, antes de desaparecer silenciosamente, dejándolo solo con el eco de sus palabras.
Togi volvió la mirada al espejo roto, buscando respuestas en su reflejo. Pero solo encontró esa sombra fugaz, esa presencia oscura que parecía acechar, paciente, en los rincones de su alma.