La noche se extendía como un velo oscuro, salpicado por la tenue luz de la luna que apenas lograba atravesar el denso follaje del bosque. En ese silencio ancestral, ella se movía con la certeza de quien ha esperado demasiado tiempo.
Su cabello verde parecía absorber la oscuridad, brillando con un leve resplandor que la hacía casi etérea, como un espíritu entre los árboles.
Desde hacía años, había seguido un rastro invisible, señales dispersas que hablaban de una sombra creciente, una presencia oscura que no solo amenazaba el mundo visible, sino también los fragmentos ocultos de la realidad.
No había sido la primera vez que esa sombra cruzaba su camino, ni tampoco el primer joven marcado por ese destino. Pero había algo diferente en él, un brillo que ni siquiera la sombra había logrado apagar.
En su mente, recordaba las figuras que había encontrado antes, almas perdidas que cayeron en la oscuridad, devoradas por el peso del tiempo y sus secretos.
Pero Togi… Togi era distinto.
Su llegada no había sido casualidad, sino el punto culminante de una búsqueda silenciosa que había empezado mucho antes.
Había esperado en las sombras, observando el flujo del tiempo, escuchando las historias que el viento le traía. Sabía que el momento de actuar estaba cerca.
Mientras se adentraba en el bosque aquella noche, su mente vagaba entre promesas no dichas y un peso que sólo ella comprendía.
—Pronto entenderás —susurró para sí—. No hay retorno para quienes tocan la sombra.
Tomó una piedra cubierta de musgo, símbolo de la vida que persiste incluso en la oscuridad más profunda, y la guardó cerca de su pecho, un recordatorio de lo que estaba en juego.
Sabía que su destino estaba entrelazado con el de Togi, y que la sombra, aunque silenciosa por ahora, pronto reclamaría su lugar.
El tiempo se había convertido en un enemigo implacable, y la batalla apenas comenzaba.