Togi despertó con un ligero temblor en las manos, el recuerdo del monstruo que había enfrentado aún latía en su mente como un eco distante. No estaba en su habitación, sino en un lugar desconocido, un cuarto pequeño y sin ventanas, iluminado por una luz tenue que parecía absorber el aire.
Se incorporó lentamente y tocó su brazo, donde una marca oscura empezaba a dibujarse sobre su piel, como si un fragmento de sombra se hubiese incrustado en él durante el encuentro. El dolor era leve, pero persistente.
Mientras sus pensamientos giraban en torno a lo ocurrido, una sensación extraña lo invadió: como si su cuerpo y mente estuvieran empezando a abrir una puerta invisible a algo más profundo y desconocido.
Intentó levantarse, pero un mareo lo obligó a sentarse de nuevo. Aquello no era solo un golpe o una herida cualquiera.
El día siguiente llegó con el sol brillando alto, pero para Togi, la luz no era tranquilizadora. Caminaba con cuidado, tratando de entender esa sensación nueva que crecía dentro de él.
Un ruido fuerte rompió la rutina: un accidente en la calle cercana. Sin dudarlo, corrió hacia el lugar.
Allí, entre el caos, vio a varias personas atrapadas, y sin saber cómo, sus ojos comenzaron a brillar con un resplandor azul, casi eléctrico.
Su visión se amplió, como si pudiera ver no solo el presente, sino también fragmentos del pasado reciente y posibles futuros. Cada detalle —el movimiento de los cuerpos, la vibración de los vidrios, el leve temblor en las manos de un hombre— se volvió claro y preciso.
Sin planearlo, extendió sus manos y una energía silenciosa y cálida brotó de su interior, envolviendo a quienes estaban cerca, estabilizando objetos a punto de caer y calmando el caos en un instante.
Las personas a su alrededor lo miraron con asombro y temor.
Togi sintió una mezcla de triunfo y miedo. No entendía qué era aquello que acababa de hacer, ni cómo controlar esa fuerza.
Cayó de rodillas, agotado y mareado, con la mente llena de preguntas.
—¿Qué soy? —se preguntó en voz baja—. ¿Y qué significa todo esto?
En ese momento, una figura apareció entre la multitud: la chica del cabello verde.
No dijo palabra alguna, pero sus ojos brillaban con un conocimiento profundo.
De sus manos, entregó a Togi un pequeño amuleto con un símbolo que él no reconocía.
—No estás solo —dijo finalmente, con voz firme—. Pero la sombra está más cerca de lo que imaginas. Debes estar preparado, y no puedes confiar en nadie más.
Antes de que Togi pudiera responder, ella se desvaneció entre la gente.