Capítulo 9 – Eco de la Tormenta

Los árboles se alzaban como centinelas silenciosos alrededor del claro donde entrenaban. La mañana era espesa, húmeda. El sol apenas tocaba el suelo a través de la niebla baja, y las respiraciones marcaban el ritmo de un combate que no buscaba herir, sino preparar.

Togi respiraba agitado, los brazos en guardia, cubiertos por una capa fina de sudor. Frente a él, Toki lo observaba con seriedad, el vendaje oscuro de su brazo derecho temblando ligeramente con cada movimiento. A pesar de las marcas del trauma en su rostro, Toki mantenía la compostura, como si entrenar a Togi fuera también su manera de seguir con vida.

—Concéntrate —le dijo Toki con tono seco—. Siente cómo se mueve tu energía. No intentes forzarla, guíala.

Togi cerró los ojos un instante. No había logrado dominar sus habilidades aún, pero poco a poco entendía cómo fluyen. Como un río que espera ser encausado. La energía dentro de él parecía viva. Casi… consciente.

—¿Así? —preguntó, con el brazo extendido. Un leve destello surcó el aire, formando una estela que se desvaneció enseguida.

—Mejor, pero aún inestable —Toki respondió, cruzándose de brazos—. No olvides que lo que controlas no es solo fuerza. Es información, percepción, conexiones que tu cuerpo aún no comprende.

Togi asintió, jadeando un poco. A veces, sentía que su propio poder lo observaba desde dentro.

—¿Eso fue lo que viste… cuando enfrentaste a la sombra?

Toki se tensó.

El aire pareció volverse más frío de repente.

—No es algo que quiera recordar —murmuró, desviando la mirada—. Solo puedo decirte que, si llega el momento... no titubees. No pienses. Actúa.

Antes de que Togi pudiera responder, una onda recorrió el suelo. Como un temblor sutil, pero cargado de intención. Ambos miraron hacia el bosque, donde el silencio se volvió antinatural. Los pájaros callaron. El viento dejó de moverse.

Y del corazón del bosque, emergió.

No caminaba. No corría. Simplemente apareció, como si hubiera estado ahí todo el tiempo y solo ahora hubieran sido capaces de notarlo. Una figura envuelta en sombras, sin rostro definido, pero con una presencia que aplastaba el alma.

Toki retrocedió instintivamente. El brazo vendado se agitó.

—¡No… no puede ser…!

Togi tragó saliva. Aquello no tenía forma real, pero parecía… familiar. Como una parte olvidada de un mal sueño que nunca terminó de despertar.

La sombra avanzó.

Toki intentó lanzar un ataque, pero el vendaje lo contuvo. Era como si su cuerpo rechazara la idea de enfrentarse de nuevo a eso. Como si supiera que no habría segunda oportunidad.

—¡Togi, corre!

Pero Togi no se movió.

Su cuerpo se había activado por reflejo. Una energía salvaje, pura, comenzó a emanar de él. Una mezcla de miedo, instinto y algo más profundo: una voluntad férrea de no permitir que esa cosa tocara a nadie más.

Un brillo estelar se encendió en sus ojos.

—No voy a huir.

La sombra lo atacó. Y Togi respondió.

Fue un intercambio brutal, incomprensible. Golpes que doblaban el aire. Ondas de energía que rompían los árboles. El bosque se convirtió en un campo de fuerza pura, un lienzo de caos.

Toki, desde la distancia, solo podía observar. La lucha era incomprensible. Cada golpe de Togi parecía más fuerte que el anterior. Sus movimientos se volvían más precisos, casi como si… algo dentro de él se hubiera roto y liberado.

Y entonces, en el punto más alto de la batalla, ocurrió.

Una explosión de poder, un grito que no fue humano. El mundo pareció doblarse. El cielo se rasgó como tela. En medio del cráter que se formó, un vórtice se abrió, devorando luz y sonido.

—¡TOGI! —gritó Toki, corriendo hacia el borde de la explosión.

Y luego… silencio.

Solo humo.

Ceniza.

Un vacío ardiente donde antes había estado Togi.

Toki se arrodilló, sin aliento.

Pasaron segundos… minutos… o quizá una eternidad.

Y entonces, entre el humo, Togi apareció.

Caminaba lentamente, como salido de una pesadilla. Su ropa estaba rasgada, su rostro sucio y con algunos rasguños. Pero caminaba. Sin una palabra.

Toki lo miró, sin saber qué decir. Lo que había presenciado no podía describirse.

—¿Estás… bien?

Togi asintió, sin levantar mucho la cabeza.

—Lo detuve —fue lo único que dijo.

Toki no respondió.

Algo no encajaba.

Pero… no preguntó. Quizá por alivio. O por miedo.

Y así, en medio del humo, comenzó el silencio que traería nuevas preguntas.