Capítulo 2 — Semillas del Cambio

El sol apenas asomaba entre los cerros cuando Santiago regresó al claro escondido. El rocío aún colgaba de las hojas como pequeños cristales, y una niebla suave acariciaba el suelo. En su mochila llevaba algunas semillas de maíz, frijol y una variedad de flores que su madre guardaba en frascos de vidrio desde hacía años.No sabía por qué lo hacía. Solo... lo sentía. Una necesidad visceral de plantar algo allí.Al llegar, notó que el lugar estaba más vivo. El murmullo del agua en la fuente sonaba más fuerte, como si se alegrara de verlo. Santiago se arrodilló frente a un pequeño espacio de tierra y comenzó a cavar con las manos.—Vamos a ver si esta tierra también cura el alma —susurró.Plantó las semillas con cuidado, tal como su padre le había enseñado: no muy profundo, no muy superficial. Cubrió con tierra y se sentó junto a la fuente, limpiándose las manos mientras observaba el lugar.Entonces, algo sucedió.Los brotes comenzaron a asomar... en cuestión de minutos.Primero fue una línea verde que rompió la tierra. Luego, tallos, hojas, y en menos de una hora, una planta de maíz completamente crecida se erguía frente a él, con hojas anchas y verdes brillantes. Los frijoles trepaban en espiral hacia el cielo. Y las flores... florecían en una gama de colores imposibles: rojos que ardían, azules que casi eran luz, y pétalos que parecían hechos de seda líquida.Santiago se levantó de golpe, con el corazón retumbando.—¿Qué... es este lugar?La respuesta llegó de nuevo, no con palabras, sino como un pensamiento implantado suavemente en su mente:

"La tierra responde al que conecta con ella. Pero este poder no es gratis. Para cosechar, primero debes cultivarte a ti mismo."

El mensaje lo dejó inmóvil. Y entonces, como llevado por un impulso, volvió a la fuente y bebió de nuevo.El agua era fría, pero no desagradable. Una vez más, el cosquilleo recorrió su cuerpo. Esta vez, más intenso. Sintió sus músculos tensarse y relajarse como si alguien los moldeara desde dentro. Sus sentidos se afilaron: escuchaba insectos en los árboles, sentía el flujo del viento sobre la piel, olía la savia de las plantas como si estas le hablaran.Una nueva voz emergió del fondo de su mente. Más clara. Más antigua.

"El cuerpo es tierra. El alma es semilla. Riega con disciplina. Abona con voluntad. Podrás crecer más allá del tiempo."

Santiago cayó de rodillas. Respiraba agitado, pero no por cansancio, sino por la intensidad del despertar. Era como si su cuerpo hubiera vivido dormido hasta ese momento.Pasó el resto del día explorando. Descubrió que la tierra del claro podía cambiar: donde pensaba en arroz, surgía arroz. Donde imaginaba aloe, crecía aloe. Incluso pequeñas plantas que no recordaba haber aprendido, pero que sus manos sabían cómo sembrar.No había duda.Aquello era una herencia. Una bendición. O quizás una prueba.Y él... él ya no era el mismo.Cuando regresó a casa esa noche, su madre lo miró detenidamente. Había algo diferente en su hijo. Sus ojos brillaban más, su piel parecía más limpia, más viva. Su padre, desde el porche, simplemente dijo:—Trabajaste bien hoy.Santiago solo sonrió.No era necesario decir más. Porque por primera vez en mucho tiempo, sentía que sí, que algo realmente había comenzado a crecer dentro de él.