Capítulo 3 — Cuerpo de Tierra, Alma de Fuego

La tercera vez que Santiago bebió del agua de la fuente, ya no fue por curiosidad ni sorpresa.Fue por decisión.Sabía que esa agua era más que un líquido; era un puente, una llave que abría algo dentro de él que siempre estuvo ahí, esperando ser usado. Sentado frente a la fuente, con las piernas cruzadas y los ojos cerrados, Santiago escuchó cómo la brisa entre las hojas tejía un susurro antiguo. Y entonces, la voz regresó.

"¿Estás listo para sembrarte a ti mismo?"

Él asintió en silencio.

"Tu cuerpo es barro. Tu alma, llama. El cultivo no es sólo de la tierra externa... sino de la interna. Si quieres despertar el poder que esta tierra ofrece, deberás forjarte."

Las palabras se transformaron en imágenes dentro de su mente. Movimientos. Respiraciones. Posturas. Una serie de ejercicios que combinaban fuerza, flexibilidad, y sobre todo... concentración.Santiago se puso de pie.La primera postura era sencilla: estar de pie con los pies firmes sobre la tierra, las rodillas apenas flexionadas, los brazos al frente, como si abrazara el tronco de un árbol invisible. Parecía fácil. Pero no lo era.Los minutos se alargaban. La tensión se acumulaba en sus músculos. El sudor corría por su cuello. Temblaba.

"Mantén. Resistir. Haz raíces."

Su cuerpo gritaba por moverse, por rendirse. Pero algo dentro de él se encendía a cada segundo, como si el dolor lo hiciera más real. Cuando finalmente bajó los brazos, sentía que pesaban como piedras.—¿Esto... es cultivarse? —jadeó, con la espalda mojada.Pero no hubo respuesta. Solo el sonido del viento, y el crujir del maíz alto detrás de él, como si el campo también entrenara junto a él.Los siguientes días fueron una rutina impuesta por esa voz interior. Al amanecer, respiraciones profundas que hacían vibrar el pecho. A media mañana, ejercicios de resistencia física. Flexiones sobre la tierra mojada. Carrera cuesta arriba hasta el borde del bosque. Y por la tarde, meditación junto a la fuente, donde el agua parecía reflejar no sólo su rostro, sino sus pensamientos más ocultos.Santiago descubrió que, después de cada entrenamiento, al beber del agua, sus músculos se recuperaban más rápido. Su piel sanaba los raspones en horas. Podía ver con más claridad, incluso al atardecer. Oler la lluvia antes de que cayera.Una tarde, mientras practicaba uno de los movimientos más exigentes —una secuencia de pasos en círculo que parecía una danza— sintió algo nuevo.Un calor en el pecho.No como fiebre. Más como una chispa. Algo que latía más allá de su corazón. Algo que quería salir.Cayó de rodillas, respirando con fuerza. Y ahí, en ese momento, la voz volvió.

"Has sembrado el primer brote de energía. No temas. Deja que crezca."

Y entonces lo comprendió: eso era lo que los textos antiguos llamaban Qi. Energía vital. La raíz del poder que el valle despertaba en quienes estaban dispuestos a cultivarse, no solo con las manos… sino con el alma.Esa noche, Santiago volvió a casa con las piernas adoloridas y los brazos entumecidos, pero con el corazón encendido. En su habitación, tomó un viejo cuaderno de notas, arrancó la portada y escribió:

“Día 1 — Primer brote. El cuerpo duele. Pero hay algo nuevo dentro de mí… y quiero verlo crecer.”

Cerró el cuaderno, lo guardó bajo la almohada, y se durmió con la extraña sensación de que ya no era solamente un estudiante abandonado por una mujer.Era un aprendiz.Un cultivador en formación.Y la tierra… estaba viva con posibilidades.