El amanecer no parecía distinto. El mismo canto de los pájaros. El mismo olor a tierra húmeda. Pero Santiago...
ya no era el mismo.Desde su fallido —pero revelador— intento de ejecutar el primer círculo de energía, algo dentro de él había cambiado. No fue inmediato, pero al tercer día, las señales eran claras.Comenzó con el oído. Mientras caminaba por el sendero hacia el valle, percibió el zumbido suave de las abejas desde más de veinte metros de distancia, como si sus alas tejieran sonidos en su cerebro. Luego notó que podía
distinguir el canto de cada pájaro, cada uno con su tono, como si hablasen entre sí en un idioma oculto.Después fue el tacto.Cada paso que daba sobre el pasto, cada roce de brisa en la piel, le enviaba información. Podía sentir si el suelo estaba cargado de humedad, si una planta estaba sana o enferma, solo al pasar cerca de ella. Su cuerpo ya no solo tocaba la naturaleza... La Leía.Y luego, lo más extraño:
el pulso de los seres vivos.Al mediodía, mientras se sentaba bajo un árbol de guayaba, Santiago cerró los ojos para descansar. Entonces lo sintió.Una vibración suave, cálida. Como un latido...
proveniente del árbol.Abrió los ojos, incrédulo. Colocó su mano sobre la corteza, y allí estaba: un ritmo, una energía palpitante. No era exactamente un "corazón", pero era vida. Energía vital. Qi.—¿Siempre estuvo ahí? —se preguntó en voz baja.El valle le respondió como siempre: con silencio lleno de significado.Aquel día lo dedicó a experimentar. Caminó entre las hortalizas que había sembrado. Cada una parecía emitir una "frecuencia", como una melodía muda. El maíz sonaba firme y estable. Las flores brillaban con notas suaves. Pero algunas plantas enfermas, débiles, emitían vibraciones apagadas, irregulares. Santiago descubrió que, al tocar la tierra junto a ellas y enviar su Qi —una práctica descrita vagamente en el libro—, la vibración mejoraba.No lo curaba todo. Pero
ayudaba a sanar.Por la tarde, intentó algo más arriesgado: se concentró mientras observaba un nido de colibríes en lo alto de una rama. Respiró lento, sintonizando su mente con el entorno.Y por un instante... vio la energía.No con los ojos, exactamente. Pero pudo visualizar un aura tenue envolviendo las criaturas vivas: una luz translúcida que se movía como vapor de calor, cada ser con su propia "frecuencia" y color.Cayó de rodillas, abrumado por el descubrimiento.—Estoy... viendo la vida —susurró.No era solo un efecto del agua o del libro. Era el resultado de haber comenzado su verdadero camino de cultivo. El valle le enseñaba que los sentidos humanos eran solo semillas, y que él recién ahora empezaba a regarlas.Esa noche, mientras copiaba nuevas secciones del libro bajo la luz de su vela, escribió una frase al margen de sus notas:
“El poder no está en controlar la naturaleza, sino en sintonizar con ella. Solo el que escucha la tierra puede hablar su idioma.”
Sonrió, satisfecho. Cerró el libro. Y mientras el canto lejano de un búho cruzaba el silencio, Santiago sintió que su historia apenas comenzaba.Ya no era solo un estudiante en fuga.Era un cultivador de energía viva.Y el valle… era su maestro.