Capítulo 7 — La Sombra Entre las Raíces

Todo comenzó con el silencio.Santiago se encontraba recolectando raíces de yacón en la zona más vieja del valle, donde los árboles eran tan antiguos que sus troncos parecían retorcerse hacia el cielo como si quisieran escapar de la tierra. Era una parte sagrada, evitada incluso por los animales.Ese día, sin embargo, algo lo empujó a ir más allá.Notó que no había canto de aves, ni zumbido de insectos. Incluso el viento parecía haberse detenido. La tierra bajo sus pies, normalmente cálida y viva, estaba fría. Insensible. Como si se negara a comunicarle algo.Santiago se detuvo junto a un tronco caído, y al tocarlo... no sintió nada.—Está muerto —murmuró.Pero no por el tiempo.Por algo más oscuro.Un rastro lo llamó desde el musgo: una mancha negra que serpenteaba por el suelo, como savia enferma. Se agachó, tocó la mancha y cerró los ojos, tratando de percibir su energía.El choque fue inmediato.

Caos. Dolor. Hambre.

Retrocedió con un espasmo. La energía que corrompía ese lugar no era natural. Era como una versión torcida del Qi, como si alguien —o algo— lo hubiera drenado, distorsionado... infectado.Entonces lo oyó.Un crujido, como ramas quebrándose. Y un gruñido bajo, gutural, que no parecía de ningún animal que hubiera conocido.Desde entre los arbustos, emergió una criatura.Al principio parecía un ciervo. Pero sus ojos estaban completamente negros, sin iris. La piel entre su pelaje tenía vetas de sombra, como si el mismo mal que Santiago sintió estuviera fluyendo dentro de él. De su lomo brotaban ramas rotas y musgo en descomposición.El ciervo lo miró. No con miedo. Con odio.Y cargó.Santiago saltó a un lado, rodando por el suelo. Sintió la vibración de los cascos al pasar. El impacto partió una roca en dos.—No es una criatura. Es un ser desviado —susurró, recordando un pasaje del libro—. Una bestia corrompida por energía malformada... Qi oscuro.Recordó el círculo de cultivo. El flujo de energía viva. Si podía sintonizar con la tierra... tal vez, purificar un poco.Se concentró. Puso las manos sobre el suelo. Respiró.

Inhala... sostén... conecta.

Las raíces bajo tierra respondieron, débiles pero presentes. Intentó enviar su energía a través de ellas, crear un pequeño círculo de calma. Pero la criatura lo embistió de nuevo, golpeándolo contra un árbol.Todo se volvió borroso. Su hombro ardía. Sangre. Dolor real.Pero entonces, como en su primer entrenamiento, la chispa volvió.Santiago se incorporó. Tomó una de las piedras lisas del cinturón que siempre llevaba —un recuerdo del primer círculo— y cerró los ojos.—No luches contra el bosque… peleas por él.Trazó un gesto con la piedra, como si escribiera en el aire. Las raíces alrededor comenzaron a moverse, apenas. No era una técnica perfecta, pero sí un intento. Gritó, soltando su energía hacia la criatura. Un destello verde emergió de sus manos.

¡CLACK!

Una ráfaga de luz envolvió al ciervo justo cuando embestía. No lo destruyó… pero lo detuvo. El animal cayó de rodillas, respirando con dificultad.Santiago se acercó. A pesar del temor, puso una mano sobre su lomo.La energía corrupta lo golpeó de nuevo, pero esta vez… no retrocedió.La voz de la deidad resonó en su mente, suave como agua:

“Cuando un cultivador se entrega, la tierra responde. Transforma el dolor en raíz. Transforma el caos en vida.”

Santiago liberó su Qi en una última oleada. Verde. Clara. Armoniosa.Y el ciervo… se desplomó.Cuando volvió a abrir los ojos, el cielo tenía tonos cálidos. Atardecía. El ciervo ya no estaba. Solo quedaron algunas hojas, y un rastro de savia limpia en el suelo.El valle volvió a respirar.Y Santiago entendió algo que los libros no podían enseñarle:El cultivo no era poder para crecer.Era fuerza para proteger.