Luna llegó a la vieja casa abandonada donde Valentín solía refugiarse. No sabía cómo lo supo, pero su corazón la llevó hasta allí, como si el lazo entre ellos pudiera atravesar cualquier oscuridad. El frasco que Helena le dio aún reposaba en su bolsillo, frío como una promesa sin cumplir.
La puerta estaba entreabierta. Crujió al empujarla. Dentro, el aire olía a madera húmeda, a ceniza y a soledad.
—Valentín —llamó, su voz temblando entre el eco de las paredes.
Un instante después, apareció en lo alto de la escalera, como una sombra que se materializa desde la penumbra. Su camisa estaba arrugada, sus ojos más oscuros que nunca.
—No deberías haber venido —dijo él, con la voz rota.
—¿Y tú? ¿Pensabas esconderte para siempre?
—No quería hacerte daño.
—Ya lo hiciste.
Valentín bajó las escaleras lentamente, cada paso una batalla consigo mismo.
—Aquel beso… —murmuró—. Sentí tu sangre, Luna. Y con ella… todo lo que había enterrado. El hambre. El instinto. El monstruo. Por eso grité. Porque por un momento… quise más.
Ella lo miró fijamente.
—¿Me hubieras matado?
—No lo sé —respondió con brutal honestidad—. Y eso es lo que me destruye.
Silencio.
Luna se acercó un paso.
—¿Por qué no me dijiste que los otros vendrían por mí?
Él la miró, sorprendido.
—Helena me lo dijo todo. Lo que pasó con Elisa. El castigo. El peligro. ¿Por qué me lo ocultaste?
—Porque ya he perdido antes. No quería que tuvieras miedo. Ni que te sintieras culpable por amarme.
Luna sacó el frasco del bolsillo. Lo levantó ante él.
—¿Sabes qué es esto?
Valentín lo reconoció de inmediato. Su rostro palideció aún más.
—¿Helena te lo dio?
—Me dijo que si lo bebía, me protegería. Que tú no podrías tocarme. Que estaría a salvo… pero lejos de ti.
Valentín cerró los ojos con dolor.
—Y... ¿qué vas a hacer?
Luna se quedó en silencio. Luego, sin dejar de mirarlo, abrió el frasco.
Pero en lugar de beberlo, lo vertió lentamente sobre el suelo de madera. La sangre plateada chispeó un instante… y luego se extinguió.
—No voy a renunciar a ti, Valentín. Ni siquiera si eso significa correr peligro. Porque si este amor es una condena… entonces que sea la mía también.
Valentín tembló. Nunca nadie había hecho eso por él. No en siglos. No desde que dejó de creer que merecía ser amado.
Se acercó a ella. Muy despacio. Como si tocara algo sagrado. Le tomó la cara entre las manos.
—Te juro que haré todo lo que esté en mi poder para protegerte. Aunque eso signifique volver a convertirme en lo que más odio.
Luna sonrió, con los ojos húmedos.
—Entonces hazlo, porque no pienso dejarte.
Se abrazaron con fuerza, como si el mundo estuviera a punto de derrumbarse y solo el calor del otro pudiera sostenerlo.
Y en ese instante, fuera de la casa, tres figuras encapuchadas observaban en silencio.
—Así que es cierto —susurró uno—. El vampiro ha roto el pacto.
—Entonces se ha sellado su destino —respondió otro.
Y desaparecieron entre la niebla.