El mundo olía distinto.
No a metal, humo o papel. Sino a madera, incienso y algo... más sutil. Una energía flotando en el aire, como hilos invisibles que se movían al ritmo de la vida.
Jin Muheon abrió lentamente los ojos. El techo de madera era tosco, pero cálido. Afuera se escuchaban aves que no recordaba, y el murmullo de agua corriendo cerca.
Era de mañana, y él... apenas tenía semanas de nacido.
No podía hablar. No podía caminar. Pero su conciencia estaba intacta.
Era una prisión, sí, pero también una segunda oportunidad.
Esto no es solo renacer... esto es una ventaja.
Sé exactamente en qué tipo de mundo estoy. He leído cientos de historias como esta. Y ahora, estoy dentro de una.
Muheon cerró los ojos. Empezó a respirar de forma rítmica, lenta.
Inhalaba por la nariz pequeña, retenía, y exhalaba suavemente.
No por necesidad. Por práctica.
Recordaba fragmentos de ejercicios de respiración interna, meditación básica, lo que en muchas historias era el primer paso para sentir el Qi, la energía espiritual.
Al tercer día, descubrió algo: el aire se sentía pesado en ciertos momentos.
Como si las partículas danzaran con intención.
Como si el mundo lo observara a él, tanto como él lo intentaba comprender.
Cuando su madre lo sostenía y caminaba por el jardín, podía sentir variaciones de energía según las plantas o los árboles. Algunos vibraban. Otros parecían emitir un pulso.
Esto es Qi natural...
En las novelas, los genios lo percibían desde pequeños...
¿Será posible para mí también?
---
A los 3 meses, ya podía sentarse solo. Algo anormal, pero que sus padres atribuían a su “alma fuerte”.
El primer día que lo dejaron solo en la habitación, Muheon se acostó sobre la alfombra de paja, cerró los ojos, y repitió mentalmente:
> “Respira. Siente. Conviértete en puente.”
No sabía si lo estaba haciendo bien. Pero no era el resultado lo que importaba ahora, sino el hábito.
Durante horas, respiraba. Sentía. Observaba el flujo interno, por más débil que fuera.
Y una noche, ocurrió.
---
Fue apenas un destello, como una chispa en medio de una tormenta silenciosa.
Una sensación que recorrió su columna como fuego líquido, cálido y estremecedor.
Su pequeño cuerpo tembló. No de miedo.
De conexión.
Por un instante, sintió que algo dentro de él se abrió. Una cavidad, un espacio que antes estaba dormido.
Y dentro de esa oscuridad, una gota de luz pura brillaba.
No era Qi. No era energía espiritual.
Era su matriz.
La semilla del “Aliento de la Matriz Vacía” había respondido.
Y Jin Muheon, con apenas tres meses de edad, sonrió por primera vez.
No porque entendiera lo que pasaba.
Sino porque había logrado iniciar su camino.
Incluso si nadie lo veía aún. Incluso si el mundo lo consideraba un bebé más.
Desde hoy… ya no soy solo un reencarnado.
Soy un cultivador.