Capítulo 4: Silencio Tras los Ojos

Los días pasaban como hojas que flotan sobre un lago inmóvil.

Para un bebé común, cada sonido sería nuevo, cada sombra un enigma.

Pero Jin Muheon, desde el interior de su pequeño cuerpo, observaba el mundo con la claridad de un adulto reencarnado.

No podía hablar. Aún no podía caminar.

Pero sí podía pensar.

Y más importante aún: podía sentir.

Sentía cuando las criadas entraban con sonrisas forzadas.

Cuando los ancianos pasaban cerca, hablando en susurros como si él no pudiera oírlos.

Cuando su madre lo abrazaba con más fuerza de la habitual.

Cuando su padre se mantenía firme, pero miraba a través de la ventana con el ceño fruncido.

“El clan no sabe si admirarme… o temerme,” pensó Muheon, mientras contemplaba el reflejo de su pequeño rostro en una palangana de agua.

Habían pasado solo semanas desde que lo llevaron al pabellón interior. Desde entonces, el mundo había cambiado.

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Antes, sus padres eran parte de la rama secundaria, tratados con cortesía pero sin importancia.

Ahora, los saludaban con reverencias, pero no con respeto. Con temor.

Un temor enmascarado por sonrisas diplomáticas.

Uno de los tíos mayores de su padre incluso había venido con un regalo: una pequeña joya espiritual, diciendo que era “una muestra de buena voluntad para el joven prodigio”.

Pero Muheon sintió la energía extraña en el objeto.

Y vio cómo su padre, aunque agradecido, enterró la joya bajo el jardín sin decir una palabra.

“Padre no es tonto,” pensó Muheon. “Sabe que no todos los regalos son regalos.”

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Por las noches, cuando la casa dormía, Jin practicaba.

No con palabras ni movimientos, sino con intención.

Dirigía su atención a su interior, guiando el débil flujo de energía por su cuerpo.

Aún no podía formar un núcleo. Aún no podía refinar Qi.

Pero cada día, su conexión con la matriz interna crecía.

Era como construir un templo en la oscuridad, piedra por piedra, sin luz.

Pero no le importaba.

Él había leído historias donde el protagonista tardaba años en formar su primer núcleo.

Él apenas tenía meses.

Y sin embargo, ya estaba más cerca de la senda que muchos adultos.

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Un día, una visita inesperada llegó al patio.

Una mujer de túnica azul con bordados dorados, rostro cubierto por un velo. Su presencia era suave, pero el aire a su alrededor temblaba.

—¿Él es… el niño? —preguntó.

Su madre asintió, con una mezcla de orgullo y ansiedad.

—Sí… él es Jin Muheon.

La mujer lo miró. No con ternura, ni con desdén. Sino con... cálculo.

—Aún es pronto.

—Pero si sigue así…

—Puede convertirse en una pieza que el clan no podrá controlar.

Y sin decir más, se marchó.

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Muheon la observó irse.

No entendía quién era. Pero sintió algo importante:

“Esa mujer no vino a protegerme… vino a medir el riesgo que represento.”

Y en silencio, como siempre, sonrió.

“Si tienen miedo de un bebé… entonces ya estoy ganando.”