El jardín de entrenamiento para niños del Clan Jin era un espacio tranquilo, con senderos de piedra, estanques cuidados y árboles milenarios que filtraban la luz con suavidad.
Era un lugar de contemplación y aprendizaje, no de conflicto.
Y sin embargo, el aire se tensó ese día.
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Jin Muheon, envuelto en su pequeño manto azul oscuro, era sostenido por su madre en brazos, mientras observaban a otros niños mayores correr y entrenar. Él no podía hablar… pero sus ojos lo hacían todo.
Y entonces lo sintió.
Una vibración en su pecho.
Un eco.
Una energía similar a la suya… pero distinta.
No Qi. No espíritu.
Conciencia. Conciencia real.
Su mirada giró lentamente.
Al otro lado del jardín, otro niño, quizás de cinco o seis años, lo miraba directamente.
No como un niño mira a un bebé.
Sino como una mente despierta reconoce a otra.
Ambos se observaron en silencio.
No dijeron nada. No podían.
Pero algo pasó entre ellos.
Una comprensión muda:
“Tú también moriste.”
“Tú también sabes.”
El otro niño ladeó la cabeza con una ligera sonrisa.
No parecía hostil… pero tampoco amigable.
Y luego, simplemente se marchó.
Muheon lo siguió con la mirada hasta que desapareció entre los pabellones.
“Interesante...”
“No estoy solo.”
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Esa noche, en la sala principal del clan, los ancianos se reunieron en privado.
—Ya ha iniciado su cultivo —dijo uno.
—Antes de cumplir el año —respondió otro—. Nunca se ha visto algo así.
—Pero su clase es inútil.
—¿Inútil? El niño aún no camina y ya estabilizó sus meridianos.
—¿Y si no podemos controlarlo?
—¿Y si sí podemos… y lo usamos?
—¿Y si crece… y nos sobrepasa?
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Mientras las palabras volaban entre tazas de té humeante, uno de los ancianos más viejos, con los ojos casi cerrados, murmuró:
—La escuela de cultivo “Monte Yunxiao” aceptará nuevos discípulos este año.
—El niño es joven… pero su alma es mayor.
—Podemos enviarle como observador.
—Y vigilarlo… mientras crece.
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Al mismo tiempo, en la casa de Muheon, sus padres hablaban en susurros.
—¿Estás de acuerdo con esto? —preguntó su madre, apretando las manos.
—No. Pero si lo retenemos… lo harán ver como una amenaza.
—Es solo un bebé…
—No. —El padre la miró con seriedad—. Ya dejó de serlo.
—Entonces lo perderemos —susurró ella, conteniendo las lágrimas.
—No. —Él miró a su hijo, dormido en la cuna, con un leve resplandor azul saliendo de su pecho—.
Él es el que nos encontrará… cuando sea tiempo.
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En los pasillos del clan, las sombras se alargaban.
Cartas selladas eran entregadas.
Órdenes escritas en tinta invisible.
Y nombres empezaban a circular entre los espías de clanes vecinos.
Jin Muheon. El niño que cultiva.
El humano con alma antigua.
El Forjador del Vacío.