La prueba había terminado, pero el eco de lo ocurrido seguía resonando.
La niña de cabello en espiral, Shun Li, miraba a Jin con los ojos entrecerrados. Sus manos temblaban ligeramente, no por miedo, sino por algo peor: duda.
—No fue una equivocación —dijo finalmente, mientras los demás se dispersaban. El sol de la tarde acariciaba el pabellón de entrenamiento con tonos dorados y fríos—. Cuando dijo “bug visual”, no fue un error, fue... un recuerdo.
Jin no respondió al instante. No porque no tuviera palabras, sino porque ya sabía que este momento llegaría.
—Shun Li —dijo con calma—. No puedo explicarte todo. No ahora.
—¿Eres como él? ¿Como el niño de los libros? ¿Como... alguien que no pertenece aquí?
Jin la miró directamente a los ojos.
—Pertenecemos aquí porque estamos aquí. Pero no todos nacimos en este mundo.
Ella dio un paso atrás, confundida. No supo si sentirse traicionada o fascinada.
—No soy tu enemigo, Shun Li. Lo entenderás con el tiempo.
Esa tarde, mientras los niños entrenaban en la explanada inferior, Jin fue llamado discretamente a los jardines de los Custodios. Allí, por primera vez desde que había llegado a la escuela, vio a sus padres.
Su madre corrió hacia él con un llanto ahogado en la garganta. Su padre, serio pero con los ojos brillantes, lo recibió en silencio, observando cada gesto de su hijo como si quisiera grabarlo en la memoria.
Qian Rou estaba allí también. Fue ella quien habló.
Les contó todo. Su progreso. Su clase. Su habilidad para crear. La formación del micro-núcleo. La prueba.
—Su crecimiento no es normal —dijo Qian, con respeto pero sin ocultar la verdad—. Ya no puede considerarse un niño ordinario. Su clase se está desarrollando de formas que nunca habíamos visto.
La madre de Jin lo abrazó con más fuerza.
—Entonces... ¿él está en peligro?
Qian no respondió. No hacía falta.
Esa noche, mientras regresaba a su dormitorio, Jin fue interceptado por un joven que ya conocía: el niño con quien había peleado en el pasado. Aquel que también era como él.
—Ven conmigo —dijo el chico sin rodeos—. Hay cosas que debes ver.
Lo guió por pasadizos que pocos conocían, hasta llegar a una cámara sellada tras una pared de formaciones ilusorias.
Dentro, había un grupo de niños y jóvenes. Algunos meditando, otros escribiendo. Otros simplemente observando con expresiones de reconocimiento.
Y entonces, habló:
—Todos aquí somos como tú. Transmigrados.Algunos de Asia, otros de Europa, América, lugares que probablemente conoces. Llegamos aquí de distintas formas, en distintas eras. Pero compartimos algo: memoria.
Jin sintió algo extraño por dentro. No sorpresa. No miedo. Sino... pertenencia.
—Aquí podemos hablar. Compartir lo que aprendemos. Cruzar conocimientos del viejo mundo con este. Lo que sabes, lo que creas... puede ayudarnos a todos.
Uno de ellos se acercó y le ofreció un libro.
—Es tuyo si decides quedarte.
Jin tomó el libro con calma, y por primera vez desde que llegó a este mundo, dijo algo que no había dicho a nadie:
—Gracias.
Y en esa cámara oculta, con rostros nuevos y secretos compartidos, Jin Muheon dio su primer paso hacia algo más grande que él mismo:
Una red de conocimiento, una hermandad oculta, y el comienzo de una nueva era.
Una era... de creadores.