Capítulo 17: Aquellos que Cargan el Peso

La brisa del amanecer no trajo calma.

Solo silencio.

El grupo de aprendices regresó al Monte Yunxiao sin gloria. No hubo celebraciones, ni elogios. Solo miradas bajas, pasos lentos, cuerpos vendados y espíritus fracturados.

El fracaso había calado hondo.

No porque fueran débiles.

Sino porque, por primera vez… se sintieron reales. Humanos. Mortales.

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Ivan apenas podía levantar su brazo derecho. La herida en su torso tardaría días en sanar, pero la grieta en su orgullo… mucho más.

Camila, siempre tan firme, se negó a hablar. Pasó horas sola en la enfermería, mirando sus viales de veneno como si fueran culpables.

Shun Li no sonrió. Ni una vez. Su agua ya no danzaba con alegría. Ahora solo obedecía.

Li Ren rompió a llorar en la noche. No frente a los demás. Pero Jin lo escuchó, desde su cama, en silencio.

Y él…

Jin Muheon, el niño que todos veían como invulnerable, el calculador, el que nunca se descompone,

también sintió el peso.

No por él.

Sino porque no pudo protegerlos.

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Al día siguiente, fueron llamados al Salón de la Niebla Resonante, una de las cámaras más antiguas del pabellón.

Allí los esperaba Yu Danzhong, junto a otros tres instructores.

El ambiente era distinto. No había castigo.

Solo verdad.

—Ayer no fallaron por ser débiles —dijo uno de los maestros—. Fallaron porque por primera vez… vieron el mundo real.

Yu los miró con dureza.

—Este camino, el del cultivo, no es una carrera gloriosa. No es una novela. No es un juego.

Es sangre. Es pérdida. Es dolor.

Y si creen que sus edades los protegen... están condenados.

El silencio era tan espeso como la energía del salón.

—Lo que enfrentaron no fue solo una bestia. Fue un mensaje.

Alguien allá afuera sabe que están creciendo.

Y quiere quebrarlos antes de tiempo.

Los jóvenes bajaron la cabeza.

—Por eso —dijo Yu, cruzando los brazos—, desde hoy, sus entrenamientos cambiarán.

Ya no serán lecciones básicas ni juegos de respiración.

Serán empujados al límite.

No porque los odiemos.

Sino porque si no lo hacemos… no sobrevivirán la próxima vez.

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Mientras tanto, en lo alto de la academia, en una cámara sellada por runas ancestrales, los ancianos del Monte Yunxiao se reunían.

—Una criatura corrupta en zona protegida —dijo el Anciano Kuan—. Una figura oscura manipulando energía prohibida. Esto no fue casualidad.

—¿Y el objetivo? —preguntó la Anciana Lu—. ¿Los niños… o algo entre ellos?

—Tal vez ambos —respondió un tercero—. Pero debemos considerar que fue durante el primer año. Eso lo vuelve simbólico. Un ataque directo a nuestra enseñanza.

El anciano más callado, vestido de azul oscuro, habló por primera vez:

—Uno de los alumnos… el forjador.

Jin Muheon.

¿Saben qué clase tiene realmente?

—Forjador de Energía —respondió Kuan, como si no fuera importante.

—Entonces no lo han observado de cerca —susurró el de túnica azul—.

Porque lo que está construyendo… no es solo poder.

Es estructura.

Sistema.

La anciana Lu lo miró.

—¿Crees que él fue el objetivo?

—No.

Pero si alguien lo ve como una amenaza…

no será el último ataque.

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Esa noche, en la cámara común, Jin reunió a sus amigos.

Todos en silencio.

Él los miró uno a uno. Y por primera vez, habló con voz firme:

—Fallamos.

Pero no porque no supiéramos luchar.

Sino porque aún creíamos que estábamos seguros.

Se quitó un pequeño brazalete y lo colocó en el suelo. Un artefacto que no había usado aún.

—No lo estamos.

Pero eso cambiará.

Porque si este mundo quiere mostrarnos lo que es el dolor…

nosotros le mostraremos lo que es crecer bajo presión.