Capítulo 18: Vacío, Raíz y Sangre

La decisión fue anunciada en un solo día.

> “Por orden del consejo del Monte Yunxiao, todos los aprendices de primer ciclo serán enviados a sus hogares por el término de un año completo. Deben reintegrarse a sus clanes, fortalecer la raíz familiar y entrenar bajo la supervisión de sus ancestros.”

No hubo protestas.

No hubo celebraciones.

Solo necesidad.

Después del ataque en el Valle de Zai’an, nadie podía negarlo:

los niños aún no eran cultivadores.

Eran semillas.

Algunas ya brotando… pero aún verdes. Frágiles.

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Jin Muheon partió de la academia con un solo objetivo en mente:

volver irreconocible.

Su madre lo abrazó con fuerza cuando llegó.

Su padre, en cambio, lo miró en silencio durante minutos enteros.

Cuando finalmente habló, fue sin rodeos.

—No estás roto —dijo—. Pero estás temblando.

Jin no negó nada. Solo respondió:

—Ya no quiero que nadie caiga por mi culpa.

Su padre asintió.

—Ese es el pensamiento más noble... y más peligroso que un cultivador puede tener.

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Durante las primeras semanas, Jin siguió sus rutinas básicas.

Pero no era suficiente.

Necesitaba más.

Algo que le permitiera comprender el campo entero, no solo la pelea.

Controlar la energía de su entorno.

Modificarla.

Manipular las variables del combate antes de que este comenzara.

Y fue entonces que su padre le mostró un libro sellado.

Uno que solo los miembros directos del linaje Muheon podían estudiar.

“Técnica de Cultivo: Raíz de la Energía Universal.”

No era una técnica ofensiva. Ni defensiva.

Era un camino de comprensión.

De resonancia total con el entorno.

—Este método —dijo su padre— te enseñará cómo se forman las energías antes de que siquiera se manifiesten. Pero el precio…

—…es que cada vez que avances, algo dentro de ti se romperá.

No hablo del cuerpo.

Hablo de tu alma.

Jin sostuvo el libro como si pesara toneladas.

—Entonces es justo lo que necesito.

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Durante los primeros tres meses, su progreso fue lento.

La técnica le exigía meditar sobre conceptos abstractos, analizar reacciones energéticas de los elementos naturales, y resistir el deseo de canalizar energía hasta comprender completamente su forma.

Control absoluto.

Paciencia absoluta.

Precisión absoluta.

Cada semana, su padre lo lanzaba en una formación cambiante, donde el Qi fluía de forma irregular.

—Tu deber no es adaptarte.

Es redirigirlo.

Un cultivador real no reacciona. Redefine.

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En el sexto mes, Jin experimentó su primera rotura espiritual.

Al intentar forzar una segunda resonancia con el núcleo externo, su conciencia colapsó parcialmente.

Durante tres días, no pudo ver ni oír.

Solo sintió frío.

Cuando despertó, su padre estaba a su lado.

—¿Sabes qué falló?

—Pensé que podía controlar todo.

—Y ahora, ¿qué piensas?

Jin apretó los dientes.

—Ahora sé que necesito romperme más veces... hasta poder reconstruirme sin perderme.

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Mientras tanto, el resto del grupo también cambiaba.

Ivan entrenaba en la forja marcial de su clan, endureciendo su cuerpo con armamento vivo.

Camila se adentró en el estudio de venenos que atacaban no al cuerpo, sino a los meridianos.

Shun Li fue enviada al Mar de Cristal, donde su agua podía cortarte el alma si no la comprendías.

Li Ren fue arrastrado por su hermano a un templo olvidado, donde las llamas no quemaban carne, sino recuerdos.

Cada uno, roto.

Cada uno, renaciendo.

Cada uno, entendiendo que no eran héroes.

Eran solo niños que querían dejar de serlo.

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Para cuando el año terminó, Jin Muheon tenía casi cuatro años… y no era el mismo.

Ya no pensaba solo en proteger.

Pensaba en dirigir.

Ya no quería solo detener al enemigo.

Quería controlar el terreno.

Crear la batalla.

Moldear el resultado.

Sus emociones eran más frías. Su juicio, más agudo.

Y en el fondo, una duda comenzaba a crecer:

“¿Realmente puedo proteger a todos?

¿O será mejor diseñar el mundo… para que nadie tenga que ser protegido?”