El amanecer se alzaba lentamente sobre el horizonte de la Garganta del Eco Roto.
Los supervivientes de la misión descansaban entre ruinas, algunos heridos, otros simplemente agotados. Instructor Wei preparaba el sello de retorno al Monte Yunxiao.
Jin Muheon, sin embargo, tenía otra tarea en mente.
Frente a él, su creación aguardaba en silencio: el sirviente forjado, la amalgama de carne, alma residual y estructuras espirituales diseñadas por su clase.
No podía cargarlo abiertamente.
No aún.
No con ojos que empezaban a temerlo más que respetarlo.
Se concentró.
“Subcomando de clase activado.”
“¿Desea sellar al sirviente en una matriz de contención vinculada al núcleo?”
—Sí.
Frente a él, apareció una runa flotante en forma de anillo incompleto. Jin la completó con un gesto.
El sirviente se arrodilló.
—Amo... ¿descanso?
—No.
Solo espera.
Vendrás cuando te llame.
Con un susurro de energía negra, el cuerpo fue absorbido en el aire y sellado en un punto cercano al pecho de Jin, invisible, imperceptible…
una sombra siempre lista.
Más tarde, Jin se sentó fuera de la cueva donde habían improvisado un refugio.
Ahí, la vio.
Ella.
La chica del cabello blanco.
Ahora despierta.
Silenciosa.
Sentada junto a un árbol, mirando la luz filtrarse entre las hojas.
Jin se le acercó con precaución.
—¿Estás bien?
Ella giró lentamente la cabeza hacia él. Sus ojos, de un púrpura suave, no mostraban miedo.
Mostraban... curiosidad.
—Fuiste tú, ¿cierto?
El que me salvó.
Jin asintió.
—Tu nombre... —murmuró ella—. Es Jin, ¿verdad?
—Muheon. Jin Muheon.
Ella sonrió. Levemente. Sutil.
—Gracias, Jin Muheon.
Jin se quedó en silencio. No sabía cómo responder.
Ella lo notó.
—¿No estás acostumbrado a escuchar eso?
—No suele importar si lo hago o no —dijo él, mirando al horizonte—.
Construyo. Avanzo.
No espero gratitud.
Ella bajó la mirada.
—Entonces dejaré esto para ti.
Extendió la mano. En su palma, había una flor pequeña, blanca, casi transparente.
—Las bestias la pisaron. Pero no se rompió.
Me recordó a ti.
Jin la tomó. Con cuidado. Con... algo cercano a ternura.
—¿Por qué...?
—Porque vi lo que hiciste —susurró ella—.
Vi cómo peleaste.
Vi la oscuridad que te rodea.
Jin bajó la mirada.
—Entonces sabes quién soy.
Ella negó con la cabeza.
—Sé quién puedes ser.
Esa noche, Jin no durmió.
Miró la flor en su mano durante horas.
Y por primera vez en mucho tiempo… su sonrisa no fue torcida.
Fue humana.
En su mente, una nueva línea se dibujaba.
Entre la sombra que podía invocar…
y la luz que, tal vez, algún día…
podía merecer.