El fuego chispeaba en el centro del campamento improvisado.
Los alumnos dormían. Instructor Wei mantenía su vigilancia desde una formación defensiva cercana. Solo dos figuras seguían despiertas, sentadas bajo el mismo manto de estrellas.
Jin Muheon y la chica de cabello blanco.
Ella mantenía las piernas cruzadas y la espalda recta, pero no por rigidez… sino por costumbre. Como si estuviera acostumbrada a vivir en tensión.
—¿Te puedo hacer una pregunta? —dijo ella, rompiendo el silencio.
Jin asintió, girando apenas el rostro hacia ella.
—¿Te sientes solo?
Jin no respondió de inmediato.
Sus ojos estaban fijos en la flor blanca que ella le había regalado antes.
—A veces.
Cuando no estoy peleando.
Cuando no estoy construyendo.
Cuando tengo tiempo para pensar.
Ella se abrazó las rodillas.
—Yo también.
Desde que tengo memoria... siempre he estado en manos de alguien más.
Un clan, una familia, un encierro.
—¿Y cómo te llamas?
—Seiren.
Jin la miró. El nombre parecía resonar suavemente en su núcleo.
Como si fuera una melodía conocida... aún no recordada.
—¿Cuántos años tienes, Seiren?
—Seis. ¿Y tú?
—Cuatro. Pero ya no parezco de cuatro.
Me reconstruí.
Me forcé.
Ella lo miró con algo entre asombro y tristeza.
—¿Por qué harías eso?
—Para proteger.
Para controlar.
Para… no perder a nadie más.
Seiren no dijo nada.
Solo se acercó y se sentó junto a él, tocando su hombro con el suyo.
—No tienes que hacerlo todo tú solo, Jin.
Él bajó la cabeza.
—Pero si no lo hago… ¿quién más lo hará?
Ella se quedó en silencio.
Y luego dijo lo que nadie le había dicho nunca.
—Yo te ayudaré.
Jin parpadeó.
—¿Qué puedes hacer tú?
Ella sonrió.
—No lo sé aún.
Pero puedo quedarme a tu lado.
Y recordarte… que sigues siendo un niño.
Desde la colina, Instructor Wei y varios alumnos del tercer año los observaban.
Ivan susurró:
—¿Ese… es Jin?
Camila murmuró:
—Se está riendo…
Nunca lo vi reír de verdad.
Wei no dijo nada. Solo cerró los ojos por un momento.
—A veces, lo que separa a un monstruo de un héroe…
es que alguien le recuerde que puede ser más.
Jin y Seiren pasaron el resto de la noche hablando.
De cosas simples.
De cómo sabían las bayas que encontraron.
De qué estrellas les parecían más bonitas.
De lo que soñaban cuando dormían.
Esa noche…
Jin Muheon no forjó nada.
Y, paradójicamente…
fue la noche más poderosa de todas.