El Monte Yunxiao tembló.
No por batalla.
Ni por catástrofe natural.
Sino por la presencia.
Desde el cielo descendió un hombre envuelto en luz blanca y plateada, con runas vivas girando a su alrededor. Su aura no era ardiente, ni feroz.
Era silenciosa.
Pero absoluta.
Los cultivadores más poderosos del Monte Yunxiao bajaron la cabeza.
Los discípulos, al sentir la presión, cayeron de rodillas.
Solo Jin Muheon, en una esquina, se mantuvo de pie.
Sus pupilas contrajeron levemente.
Su cuerpo no tembló… pero su núcleo lo advirtió.
“Entidad de alto nivel detectada.
Reino: Santo Celestial – Trascendencia Vital.”
“Clase: Comandante Estelar de la Lanza Divina.”
“Nombre: Tian Kael.”
“Raza: Humano.”
“Rol: Jefe del Clan Tian, Guardia de la Balanza Imperial.”
Tian Kael descendió sin mirar a nadie.
Seiren corrió hacia él, lágrimas en los ojos.
—¡Padre!
La expresión del hombre cambió solo por un segundo.
La tocó en la cabeza con una ternura que parecía incongruente con su aura de guerra.
—Estás a salvo. Eso es todo lo que importa.
Giró la cabeza lentamente.
Y sus ojos se posaron en el Maestro de Logística.
—Tú… me prometiste que estaría protegida.
El hombre cayó de rodillas de inmediato.
—¡Señor Tian! ¡Yo—yo lo arreglé! ¡Yo armé la misión! ¡Yo—
Pero nunca terminó.
Una lanza de energía pura apareció frente a él.
Una fracción de segundo después, su cuerpo fue atravesado por completo, sin gritos.
Solo un sonido sordo.
El cuerpo cayó sin gloria.
Justicia. Instantánea.
El silencio fue total.
Y entonces Tian Kael habló.
—Mi hija fue rescatada por alumnos…
Cuando tú estabas bebiendo té en tu oficina.
Miró a los ancianos del Monte Yunxiao.
—Esta academia ha producido grandes cultivadores.
Pero hoy…
ha sido salvada por niños.
Y uno de ellos…
Sus ojos se posaron en Jin.
—…no es un niño.
El ambiente se volvió espeso.
Jin no bajó la mirada.
Tian Kael caminó lentamente hasta él.
—Nombre.
—Jin Muheon.
—Clase.
—Arquitecto de Guerra.
Kael alzó una ceja.
—¿Clase original?
—Forjador de Energía.
—Interesante.
El hombre se quedó observándolo durante segundos eternos.
—Tu aura es desequilibrada. Tu cuerpo, reforzado más allá de lo normal. Tus ojos…
parecen los de alguien que ha vivido dos vidas.
Jin no respondió.
—Y aún así… ella te mira como si fueras una estrella.
Jin parpadeó.
—¿Te molesta?
Tian Kael no respondió de inmediato.
Y entonces, sonrió.
Pero fue una sonrisa rota, como la de un guerrero cansado.
—Me preocupa.
No por ella.
Por ti.
Se acercó un paso más.
—Mi hija es una joya.
Un alma pura en un mundo de ceniza.
Y tú…
Su energía se apretó en torno a Jin.
—…eres un dragón salvaje aún en su huevo.
Pero luego bajó la presión.
Colocó una mano sobre el hombro del chico.
—No te diré que te alejes.
No porque no quiera.
Sino porque he visto hombres como tú cambiar imperios…
o quemarlos.
Giró hacia su hija.
—Prepárate. Nos vamos en la mañana.
—¿Y él?
—Él se queda. Aún tiene que romper más huesos.
Cuando Tian Kael se alejó, Seiren se quedó quieta junto a Jin.
—¿Estás bien?
—¿Yo? —dijo él, respirando profundo—.
Es la primera vez que alguien me llama dragón y no monstruo.
Ella lo miró, y con una voz dulce, murmuró:
—Tal vez seas ambas cosas.
Jin sonrió.
—Tal vez lo soy.