Jin:
Sé que ya lo sabías. Que me tengo que ir. Que este viaje era temporal.
Aun así, quería que lo leyeras de mí. No desde las bocas de los maestros o los anuncios fríos del Monte Yunxiao.
Me tengo que ir, Jin… pero tú debes quedarte.
Tienes que entrenar. Romper más límites. Salir del huevo.
Y cuando lo hagas, cuando ya no camines por la tierra, sino que vueles por el cielo…
búscame.
Porque estaré ahí, en lo alto.
Esperando.
Tu estrella de hielo.
Somos amigos para siempre.
Incluso si el mundo trata de hacerte olvidar que aún puedes tener uno.
— Seiren.
Jin leyó la carta en silencio.
Luego la guardó sin doblarla.
No en su mochila.
En su túnica. Al lado del corazón.
Ese fue el momento exacto en el que un guardia llegó con un mensaje.
—El jefe del Clan Tian quiere verlo. En privado.
Jin cerró los ojos un momento… y fue.
Tian Kael lo esperaba solo en el jardín interior del Monte Yunxiao.
Sus runas giraban lentamente como si respiraran.
Sin saludo, el líder estiró la mano y abrió su palma.
Allí había un objeto:
Una reliquia ocular de nivel imperial.
Forma de fragmento, con un núcleo de análisis dimensional incrustado.
—Para tus ojos —dijo Kael—.
No porque la necesites… sino porque te la ganaste.
Jin tomó la reliquia y su mirada se tensó.
Kael dio un paso atrás.
—Pero antes de que te emociones… quiero algo a cambio.
—¿Un duelo?
—Una prueba.
Quiero ver a tu creación.
A esa cosa que llamas mascota.
Jin dudó. Pero al ver los ojos del jefe… supo que era inútil.
Activó el sello.
Con un pulso de energía oscura y metálica, el sirviente forjado emergió de su pecho espiritual.
Mitad carne. Mitad máquina. Alma fragmentada.
Kael no mostró sorpresa.
Solo dijo:
—Ahora entiende esto, niño.
Este ser que has creado… no es uno. Es dos.
Mitad condena, mitad herramienta.
—¿Entonces qué soy yo? —preguntó Jin.
—Tú eres la fragua.
Kael levantó su lanza.
—Ahora, elige.
¿Seguirás el camino del Forjador de Caminos, el que crea estructuras, defensas, civilizaciones…?
¿O serás el Forjador de Almas?
Aquel que crea soldados, ejércitos, criaturas del más allá…
—¿Y si quiero ser ambos?
Kael sonrió por primera vez.
—Entonces tendrás que sobrevivirme.
La batalla fue instantánea.
Jin no tuvo oportunidad.
Su sirviente fue destrozado en segundos.
Sus formaciones, barridas como hojas.
Sus armas, desviadas sin que Kael se moviera más de dos pasos.
Cada golpe era como una sentencia.
Y sin embargo, Jin no retrocedió.
Una y otra vez… reconstruía sus defensas.
Una y otra vez… buscaba ángulos.
Y una y otra vez… fallaba.
Hasta que cayó al suelo.
Respirando con dificultad.
Sangre en los labios.
La túnica rota.
Kael se acercó.
—Para un bebé dragón…
tienes garras decentes.
Jin se sentó, sin perder la mirada.
—¿Por qué me hiciste esto?
Kael se agachó a su altura.
—Porque para crecer…
vas a tener que hacer lo que casi nadie puede.
Sacó una tablilla espiritual.
—Crear un cuarto núcleo.
Jin abrió los ojos, aturdido.
—Tres ya fue demasiado…
—No.
Tres fue un privilegio.
El cuarto… será un sacrificio.
—¿Qué pasará?
—Morirás y renacerás al menos mil veces, Jin.
No físicamente.
Espiritualmente.
Mentalmente.
Emocionalmente.
Pero si lo logras…
—¿Podré alcanzar tu nivel?
Kael negó con calma.
—Yo elegí la fuerza. La velocidad. La lanza.
Un camino puro, recto, sin cruces.
—Tú…
tienes algo distinto.
Eres equilibrio en caos.
Eres estructura en oscuridad.
Y si no te pierdes…
crearás una nueva forma de energía.
Una que ni siquiera los dioses han visto.
Cuando Kael se fue, dejó una última frase flotando en el aire:
—Y recuerda, Jin…
Eres solo un niño.
No dejes que lo que has vivido te haga olvidarlo.