Capítulo 36: El Secreto del Padre

El aire de los campos Muheon se había vuelto diferente.

Más denso, más vivo.

Como si los días respiraran junto a Jin y su padre.

Desde el amanecer hasta el ocaso, padre e hijo se sumergían en un mar de entrenamiento constante.

Sparrings con lanzas, espadas, puños desnudos…

Jin no solo perfeccionaba las técnicas que había aprendido, sino que comenzaba a comprender el arte marcial como filosofía.

—La técnica no es solo movimiento, Jin.

Es intención.

Es propósito.

El padre lo corregía con una paciencia férrea, pero firme.

Y cada vez que Jin mejoraba, su aura se estabilizaba un poco más.

El cuerpo de ocho años que poseía ahora, moldeado por la forja de su clase, se movía como el de un guerrero maduro.

Por las noches, Jin se sentaba sobre la terraza del pabellón familiar.

Qian lo observaba desde lejos.

Como siempre.

Como un reflejo.

Jin miraba las estrellas.

Y pensaba.

En la escuela.

En sus compañeros.

En Seiren.

Un día, dejó escapar una sonrisa silenciosa.

Una que no se había permitido antes.

Fue entonces que la voz de su padre retumbó desde la sombra:

—Estás muy joven para estar pensando en esas cosas, jovencito.

Jin se giró, algo sorprendido.

—¿Y si no lo estuviera? —respondió él, con media sonrisa.

Su padre suspiró y se sentó a su lado, contemplando el cielo.

—Hijo… ¿cuándo vas a ser sincero conmigo?

Jin lo miró, sin comprender.

—¿Sincero?

—Sí —dijo su padre—. No me mientas.

Sé que tienes recuerdos… recuerdos de tu vida anterior.

El silencio cayó como una losa.

Jin apartó la mirada.

Su padre continuó:

—No todos son como tú, Jin. Muchos niños en este continente tienen pequeños fragmentos, tal vez visiones vagas.

Pero tú… tú eres diferente.

Tu velocidad de aprendizaje.

Tu temple.

Tus técnicas.

Tu comprensión del sistema.

—Yo nunca quise ocultarlo, padre… —dijo Jin, bajando la cabeza—.

Es solo que… ¿cómo lo explicas?

—No hace falta.

Yo también… tengo recuerdos.

Los ojos de Jin se abrieron como platos.

—¿Qué?

—Son borrosos —admitió su padre—. A veces son solo sueños.

Pero durante este año que estuviste fuera, viajé. Busqué respuestas.

Me encontré con otros… como tú. Como yo.

Unos con más recuerdos. Otros sin nada.

Jin apretó los puños.

—¿Y qué piensas… de nosotros?

—Que ninguno pidió estar aquí.

Pero eso no nos hace menos.

Yo no sé qué eras antes, Jin.

Ni me importa.

Eres mi hijo. Aquí. Ahora.

Jin sintió un nudo en la garganta.

—Recuerdo todo —dijo, finalmente—.

Los libros. Las historias. Las teorías de cultivo.

Y ahora… al estar aquí… todo cobra sentido.

—Entonces no es un don —dijo su padre con una sonrisa—.

Es conocimiento que ahora tienes que transformar en sabiduría.

Se quedaron en silencio.

Solo el viento entre las hojas del jardín.

—Padre… —dijo Jin con voz suave—.

¿Estás orgulloso de mí?

Su padre no respondió al instante.

Puso una mano sobre su hombro y lo miró de frente.

—Estoy asustado de ti, Jin.

Jin bajó la mirada, dolido.

—Pero también estoy más orgulloso de ti… que de cualquier otra cosa que haya hecho en mi vida.

Porque a pesar de lo que llevas dentro…

sigues caminando con tu humanidad.

Esa noche, Jin durmió sin pesadillas.

Y al día siguiente, se levantó más temprano que nunca.

Quedaba poco tiempo para la creación del Cuarto Núcleo.

Pero por primera vez, su alma… estaba en paz.