La noche era tranquila.
Demasiado tranquila.
Pero dentro de Jin Muheon, el caos estaba a punto de desatarse.
Había pasado un año completo entrenando.
Perfeccionando sus técnicas. Refinando sus habilidades.
Desarrollando su mente, cuerpo… y espíritu.
Y ahora, estaba listo.
Listo para forjar el cuarto núcleo.
—
La cámara ancestral del clan Muheon estaba vacía, salvo por dos figuras: Jin, en el centro del círculo grabado con runas antiguas, y su padre, observando en silencio, con el rostro cubierto de tensión.
—Una última vez —dijo su padre—.
No tienes que hacerlo ahora.
—Sí lo tengo —respondió Jin.
—Tengo que romperme para saber hasta dónde puedo forjarme.
Su cuerpo ya no era el de un niño débil. Pero su alma… aún enfrentaba su mayor prueba.
Se sentó con las piernas cruzadas. Respiró profundamente.
Y empezó.
—
El primer núcleo, en su dantian, vibró con fuerza.
Una energía cálida, poderosa.
El segundo núcleo, en su pecho, brilló con tonos dorados.
La energía del alma y la voluntad.
El tercero, en su cabeza, destelló con un brillo mecánico, casi artificial.
El núcleo de la lógica, la creación, el control.
Y entonces… Jin liberó todo.
La energía colapsó sobre sí misma.
Una presión invisible lo aplastó.
Sus huesos crujieron.
Su piel se agrietó como porcelana.
Gritó.
Pero no detuvo el proceso.
Imágenes de su vida pasaron frente a sus ojos.
Su madre abrazándolo.
Qian Rou protegiéndolo.
Seiren sonriéndole con aquella calidez que había empezado a cambiarlo.
“¿Qué estoy haciendo?”, pensó por un momento.
Pero entonces lo entendió.
Recordó las palabras del líder del clan Tian:
“Crear el cuarto núcleo no es solo construir. Es unificar.”
Unir todo lo que eres. Todo lo que has sido. Todo lo que podrías llegar a ser.
—
Una explosión de sangre brotó de su boca.
Sus músculos se desgarraban internamente.
El calor de la energía lo estaba quemando desde dentro.
La energía del alma, la del cuerpo, la de la mente… se peleaban entre sí.
La luz y la oscuridad no querían coexistir.
La energía espiritual quería libertad.
La energía mecánica exigía control.
Y en medio de todo eso…
Estaba él.
Jin.
El niño.
El cultivador.
El forjador.
—
“¡BASTA!” rugió con la mente.
—¡NO SOY UNA PARTE! ¡SOY EL TODO!
Y en ese instante…
El cuarto núcleo nació.
No fue en su dantian.
No fue en su pecho, ni en su mente.
Fue alrededor de su alma.
Un anillo.
Un círculo de energía pura que rodeaba su núcleo espiritual.
Y los tres núcleos anteriores giraban alrededor de él, como satélites de una estrella.
El Anillo de los Cuatro Núcleos.
—
Su padre, que lo observaba desde la distancia, cayó de rodillas por la presión.
La cámara temblaba. Las paredes se agrietaban.
Rayos de energía salían del cuerpo de Jin como lanzas de luz multicolor.
Entonces… todo cesó.
Jin jadeaba, sangrando, temblando, pero vivo.
Abrió los ojos.
Ya no brillaban solo con un color.
Eran torbellinos de energía: luz, oscuridad, y un brillo metálico.
Qian apareció justo a tiempo, cruzando la cámara con expresión desesperada.
—¡Jin!
Él la miró… y sonrió.
—Ahora lo entiendo.
—¿El qué?
—Que para crear algo nuevo, primero tienes que destruir lo viejo.
Y yo acabo de nacer de nuevo.
—
[Nivel de Cultivo: Caminante del Qi – Cuatro Núcleos en Sincronía]
Clase: Forjador de Senderos – Dominio Inicial.
Estado corporal: Renovación – Etapa intermedia.
Estado emocional: Determinado.
—
Jin no solo había sobrevivido.
Se había superado.
Su camino como cultivador…
Apenas comenzaba.